Alumbra “Kisulelaiñ (No estamos solas)”

Estación Araucanía será escenario este viernes desde las 21 de la presentación del primer disco solista de Anahi Rayen Mariluan.

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Por Teresita Méndez

teremendez@live.com.ar

El nombre del primer disco solista de Anahi Rayen Mariluan, “Kisulelaiñ / No estamos solas”, alude en parte a “que estamos rodeados de newen (fuerza, energía), incluido el espíritu del volcán”. Sus emanaciones obligaron a reprogramar la presentación en Estación Araucanía –kilómetro 11,500 de la ruta a Llao Llao- para este viernes a las 21. Participarán en carácter de invitados, Leopoldo Caracoche, Carmen Marpegan y Alicia Golán.

Doce de sus composiciones fueron las escogidas por la ex integrante de Tamborelá (tambores en manos de mujeres) para expresar ante el público referencias “a los ancestros que nos acompañan como pueblo y a todas las mujeres que tenemos este compromiso con no enmudecer el canto”, define.

Neuquina, partió hacia Buenos Aires desde donde retornó a la Patagonia como Licenciada en Folklore, egresada de Arte Dramático, profesora de yoga e instructora vocal. Decidida la residencia en esta ciudad “quedaron truncas las carreras de Musicología y Licenciatura en Comunicación Social”. Estudios de Metodología de la Investigación en Cuba complementaron el camino académico pero “tanto hacer de esponja, los libros me decían: volvete, vos tenés tu tambor”.

Recurrente invitación aceptada definitivamente durante la presentación de la película “Tierra adentro” de cuyo elenco formó parte. Incentivo extra fue que “de tanto leer “Crónicas de la resistencia mapuche” (libro del periodista y escritor Adrián Moyano) terminé con su autor…” y dieron vida a Ayün.

Aunque “la vivencia en Buenos Aires es fantástica en lo profesional, las posibilidades acá son igual de ricas. Eso habla de que uno puede hacer desde el lugar donde elige vivir sin someterse a esa presión colonizadora que son las ciudades.

“Claro está que allá no canté en mi lengua, vine a hacerlo donde corresponde. Si bien los dos discos anteriores, grabados con Tamborelá, tienen canto mapuche o mapuzungun, acá suceden otras cosas. La vivencia cotidiana es como más dura y uno como ser sensible o expresivo, definirse como artista para mí no existe, denuncia. La belleza también hay que denunciarla”, aprecia.

En cuanto a la expresión musical, “lo que sentí cuando llegué acá es un protagonismo del silencio. Empezaron a nacer estos cantos que no son tradicionales pero están relacionados con la experiencia de vivir con las patas en la tierra. No quiero alimentar ese silencio. No es solamente personal, es un deseo colectivo. Por suerte los tiempos y las luchas de lamienes (mujeres) están revirtiéndolo”.

Con la maternidad pareció desencadenarse “una apertura de memorias distintas a las cotidianas, que viven en nuestro cuerpo, en nuestras herencias. Cambia la visión de la vida sumada a la responsabilidad de nombrar lo que no tiene nombre, que es donde quiero recuperar la palabra de mi pueblo, la que elige la tierra para expresarse. Como la única herramienta que tengo y domino es la música, voy a recuperarla cantando”, puntualiza.

En esa suerte de hilo de canciones “está un canto a mi hijo, un canto de poder. Con eso abrí otra memoria que no perpetúa las tradiciones como un fenómeno quieto que la folkloriza, sino con estas ganas de que la cultura siga, perviva y se mantenga vigente bajo nuevas formas”. Sin posibilidad de “desaprender lo aprendido, tenía ganas de mezclar todo y hacer de nuevo en este poder decir”.

Particular calidez arrulló sueños niños en la casa familiar. “Siempre me llamó la atención el canto agreste de las cantoras neuquinas. Me siento muy segura con un tambor. Al componer, me invade mucho más la emoción que los conocimientos adquiridos.

“Trabajé con Isabel Aretz, la gran recopiladora de música folklórica del país y Venezuela. Escribí sus memorias y en ese mundo empecé a descubrir lo que ella había guardado del pueblo mapuche. Como si todas fueran señales. Entre nosotros se dice que un antiguo espíritu despierta. Creo que en mi familia nunca estuvo dormido”.

Como latido, el tambor es la voz de la tierra. “Podría haber seguido haciendo música en Buenos Aires pero lo que uno quiere es ser feliz, y estos paisajes me llenan. Que en nuestra línea materna haya mujeres cantando con tambor es maravilloso, nos marca un pulso, un ritmo, un sendero”, considera.

También “está la triste historia que hace que haya una discontinuidad sobre todo cultural, con una explicación política histórica que habla de dolores impregnados en nuestras memorias. Pertenezcamos al pueblo que pertenezcamos, nos preguntamos quienes somos. Lo maravilloso –evalúa- es encontrar una respuesta colectiva: nosotros somos, a diferencia de uno es. Eso es vivir en Patagonia”.

La palabra “es la cultura, contiene el poder de la tradición oral. Por eso el disco es acompañado con un libro con traducciones. Pertenecer no es un hecho biológico racista sino cultural y heredado. Es lo que se vive”, concluye.

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Así canta Anahí Rayen Mariluan

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