Análisis: manotazos de apuro ante una rebelión inaceptable

Redacción

Por Redacción

Hay una responsabilidad política y de las jerarquías policiales en no haber dimensionado, advertido y actuado a tiempo ante el mal clima que escalaba en las filas uniformadas, de motivación salarial visible, pero con más componentes que le agregan complejidad al conflicto y que la pandemia potencia:
• Estaba claro que no había presupuesto posible que pudiera dar respuestas al volumen de una fuerza duplicada hace siete años por demandas de seguridad.
• Los adicionales con los cuales los policías maquillan su salario tuvieron -en esta crisis del virus- recortes al ritmo de los cierres y suspensiones en la actividad privada.


• Por otra parte, la carta blanca que recibieron las fuerzas de seguridad con las extenuantes medidas “cuarentenarias”, empeoró la percepción social de sus acciones por la arbitrariedad y violencia de algunos. Contribución al mal clima.
• El propio coronavirus agravó las condiciones laborales de los policías, con funciones de control expuestas a mayor demanda y estrés, pero también a escasas garantías sanitarias.
• Ha sido el covid también el culpable de adelgazar el número de agentes afectados por infecciones.
• Por añadidura, las internas en la cúspide de los ministerios de Seguridad de Provincia y Nación fueron un mal espejo. Hoy el conflicto se ha vuelto bumerán para un Sergio Berni solo obsesionado por construir perfil político, ante la inerte mirada de su jefe Axel Kicillof.
Esta multicausal tormenta de rebelión, no ponderada con anticipación, hizo implosión en la fuerza y mostró la peor imagen que una democracia puede tolerar: policías paralizados, sublevados, y -por si fuera poco- armados, no solo en las calles sino sobre todo frente a la Quinta Presidencial de Olivos y la Casa de Gobierno de Buenos Aires. Policías en actitud extorsiva, desafiando la autoridad institucional, despreciando el llamado al diálogo del propio Presidente y, a los ojos de la sociedad, desatendiendo su obligación de dar seguridad, talón de Aquiles del conurbano.


Está claro que los uniformados han hecho bien patente sus reclamos, pero también una buena porción de ellos proyectó al país una triste imagen de anarquía y zozobra institucional. No eran pocos: por lo menos 50 grupos en la provincia y focos en otros Estados del país revelaban otros dos aspectos inquietantes: desobedecían a sus superiores, que se sentían sobrepasados o directamente desautorizados por sus bases, al punto del irrespeto; y respondían a referentes distintos, algunos irreflexivos e irresponsables, y casi todos incomunicados entre sí.
Ante una fuerza vertical, de cultura corporativa y ajena a toda alternativa de sindicalización, es inaceptable permitir sublevaciones. No existe otra forma de concebir a las fuerzas de seguridad que no sea subordinadas al orden constitucional.
Esto mismo han dicho con contundencia referentes de Juntos por el Cambio (Negri, Larreta, Pinedo) al condenar tamaña osadía.
El Presidente sentó autoridad -no podía no hacerlo- con tonos cambiantes: primero enérgico, y a las horas más templado ante la constatación de un cuadro desbordado, pero también ante la sospecha de que se producía una mayor lesión política en el bastión y fuente de votos que más le interesa al Frente de Todos: la provincia de Buenos Aires.
Es una pena que, pese al acompañamiento opositor a la condena de la rebelión, la solución encontrada para aplacarla y auxiliar al desbordado Kicillof, haya sido un toqueteo en la coparticipación federal a simple decreto, una atribución exclusivamente privativa del Congreso. Mal precedente en determinaciones que -como las impositivas o el Presupuesto- no deben estar jamás a merced del arbitrio presidencial.
Alberto Fernández consumó una quita a la Ciudad de Buenos Aires de $35.000 millones de apuro y sin tacto, que convalidan sin objeciones 19 gobernadores necesitados de que Nación los auxilie.
El manotazo abre grietas; provoca el fuerte deterioro político de una relación con la oposición que hubiera sido saludable cuidar y que la propia sociedad valoraba en la gestión de la pandemia. Aunque -tal vez huelga decirlo- la reciente radicalización del oficialismo y el distanciamiento con el hombre con mejor imagen política del país, Horacio Larreta, ya estaban pergeñadas y en marcha.


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