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Análisis: Una diplomacia para el realismo mágico

El Presidente Alberto Fernández deambula por el mundo con alianzas contradictorias.

Jorge Knoblovits, titular de la DAIA, junto a Alberto Fernández.

En su notable ensayo sobre el arte de la ficción, el escritor inglés David Lodge menciona el realismo mágico como un recurso creativo que excede a la narrativa latinoamericana contemporánea y aparece en la literatura de otros continentes. 

Gabriel García Márquez hace que uno de sus personajes –Remedios, la bella– ascienda al cielo mientras tiende la ropa. Y describe el momento con la indiferencia afable de quien admite esas maravillas como una realidad cotidiana. 

Pero también el checo Milan Kundera vislumbró una imagen parecida, advierte Lodge. Kundera supo describir una ronda de estudiantes que baila y canta en círculos hasta elevarse y desaparecer. 

Kundera adhirió a la llegada del comunismo en 1948 y se decepcionó después. En sus novelas, recuerda las rondas de estudiantes que festejaban en las calles de Praga en los aniversarios de la revolución. 

Aunque conocía personalmente a muchos de esos jóvenes, ellos danzaban frente a él, ignorándolo. Kundera era apenas un disidente menor. Todavía no lo perseguían, pero en ninguna ronda lo dejaban entrar. Ya estaba afuera del círculo: más se acercaba, más lo alejaban. 

El día anterior a uno de esos festejos, el régimen checo había ahorcado a un artista amigo de Paul Eluard, considerado entonces como el poeta comunista más famoso de occidente. Eluard no hizo nada para salvarlo. Estaba demasiado ocupado bailando con los estudiantes, recitando sus versos de belleza incuestionada sobre la pureza del socialismo, la alegría y la hermandad. 

Toda Praga celebraba con él. Y las rondas de estudiantes se elevaban danzando al cielo. 

Alberto Fernández deambula en estos días con una política exterior que engaña a veces con la misma sensación de extrañamiento. 

El Presidente se acerca a cada ronda que observa, pidiendo que lo acepten como miembro pleno. Viaja a Francia y se declara europeísta desde siempre. Hasta que una semana después Angela Merkel le saca por zoom un papelito donde anotó todo lo que Fernández le prometió y le incumplió. 

Fernández entra luego al foro de San Petersburgo y hace una proclama anticapitalista ante la mirada gélida de Vladimir Putin, cuya identidad política es la de haber construido el actual capitalismo ruso. Nacionalista y alérgico al comunismo soviético. 

Por las dudas no lo acepten en el círculo Sputnik, Fernández lanza otra aseveración confusa. Dice que Argentina debería incluirse en la ronda de los países pobres. Como una de esas naciones africanas a las que el FMI les condonó las deudas al inicio de la pandemia. 

Es cierto que la pobreza escaló a raudales en Argentina durante el año pasado. Pero en el foro en el que hablaba el Presidente también conocen el precio de la soja.  

Fernández participa asimismo en los encuentros del Grupo de Puebla, donde suele elogiar a Lula Da Silva y a Andrés Manuel López Obrador. 

El expresidente brasileño está haciendo algo a lo que el argentino jamás se animaría: pactó una alianza con su antecesor, Fernando Cardoso. El neoliberal que se autocriticó la teoría de la dependencia. Lula cree que la salida a la crisis equivale a ensanchar el centro. 

Y el presidente mexicano con el cual Fernández soñaba cambiar el mundo, tambalea. Perdió el dominio del parlamento tras una elección sangrienta: al menos 88 políticos o candidatos a cargos públicos fueron asesinados desde septiembre pasado. 

La estrategia de cortejo diplomático al norteamericano Joe Biden fue todavía más curiosa. Fernández dijo que Estados Unidos está haciendo peronismo clásico. Incentivos al consumo para salir de la recesión pandémica. Para que lo inviten a la ronda de Washington, gritó a voz en cuello una contraseña ininteligible: «Juan Domingo Biden». Las sorpresas pueden seguir. Todavía le falta acercarse a la ronda china. 

Con Israel, Alberto Fernández fue y vino. A Benjamin Netanyahu lo privilegió visitándolo antes que a nadie. Después mandó a votar en la ONU una resolución funcional al terrorismo de Hamas. Concluyó el periplo festejando a la alianza que desplazó a Netanyahu. 

A esa diplomacia vagabunda, Alberto Fernández suele presentarla como el ejemplo más acabado de autodeterminación y multilateralismo. Y le agradaría que lo comparen con el lúcido Kundera. Excluido y disidente. Rechazado en las rondas por afirmar una verdad histórica que –a la vuelta de la esquina y tras la caída del Muro– terminará al fin justificándolo. 

No es para nada cierto. La Argentina de Alberto Fernández desertó en las puertas del tribunal de La Haya cuando había que pedir la investigación de los crímenes de lesa humanidad perpetrados por la dictadura venezolana. 

Fernández es la estudiantina que celebra, indiferente, la injusta e inhumana traición de Paul Eluard. 


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