Aquella cooperativa de viñateros del Limay

Nació en 1933 y escribió una rica historia hasta que el boom de la cerveza y los loteos acabaron con ella, 75 años después.

Corría 1933 y Neuquén tenía 29 mozos años desde su capitalización, cuando un grupo de chacareros decidió aunar esfuerzos en la fabricación de vinos de mesa y fundaron la Cooperativa Vitivinícola Colonias Limay Ltda.

La ubicación de la bodega comunitaria fue estratégica, no sólo porque hacia donde se mirara el horizonte estaba completamente cubierto de chacras, sino porque desde la actual calle San Martín al 6450 se emplazaban a un paso de lo que para entonces representaba el desarrollo: el ferrocarril.

Italianos, españoles, ucranianos y algún que otro argentino fueron los primeros socios que tuvo la cooperativa que en sus casi ochenta años de trayectoria supo cobijar a tres generaciones de chacareros desde Senillosa y hasta el extremo este de Neuquén.

En aquellos orígenes las vides se cultivaban en parrales, y por el verdor de sus hojas los viñateros sabían si se trataba de un tinto, blanco o moscatel. Es que la producción local se centraba en vinos de mesa y no fue hasta entrado el 2000 que se elaboraron los primeros vinos varietales.

El enorme edificio que aún hoy se conserva intacto posee siete piletas de hormigón con una capacidad de 1.300.000 litros que se fueron adosando a las prensas y planchadas hasta la década del ‘70. Lo que nunca tuvo la cooperativa fue su viñedo propio, ya que siempre funcionó con las uvas traídas de las vendimias de sus socios.

En sus mejores años, a principios de los ‘80, la cooperativa llegó a elaborar y vender dos millones de litros por año. Eran épocas en las que en todas las mesas se tomaba el vino que se vendía en damajuanas. En los años siguientes los cambios se aceleraron. Primero llegaron los esqueletos que llevaban doce botellas y que marcaron no sólo la presencia de la botella misma en la mesa, sino el pase al retiro de las reliquias de los tradicionales pingüinos.

Las bordalesas quedaron en el olvido y los enormes tambores metálicos de cosecha se empezaron a reemplazar por canastos.

Para el 2000 el envasado en tetrabrick llegó a representar la mitad de las ventas de las marcas que allí se elaboraban: Relmú, Araucanos y Quillén. Para ese entonces la producción había caído de 160.000 a 40.000 litros por mes y las decenas de socios se recortaron a una docena.

Cuando los chacareros ganaron años, la cerveza desplazó al vino, y lo único que proliferó fueron los loteos, la cooperativa se quedó sin uvas que procesar y marcó el fin de 75 años de historia.

Datos

La cooperativa nunca logró tener sus viñedos propios. Traía la
vid de las chacras vecinas.

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