Barrio San Lorenzo, entre el olvido y la violencia

Crecen los ataques a balazos con muertos y heridos. Los problemas sociales jaquean a los vecinos.

NEUQUÉN (AN).- El barrio San Lorenzo queda en ese sector que algunos por pereza y muchos con desprecio llaman «el oeste». A su jugoso padrón electoral (allí vive el 10 por ciento de la población de la capital) se lo disputan los partidos políticos en ciertas fechas convenientes. A la desesperanza que ganó sus calles la disfrutan todo el año los narcotraficantes: en agosto se hizo el secuestro récord para la historia provincial de 12 kilos de cocaína en una de sus viviendas.

El alcohol es un problema tan obvio que casi se lo olvida. A cualquier hora se puede conseguir una birra o un tetra a través del pase discreto por la reja de un almacén en apariencia cerrado.

Desde hace unas semanas los vecinos están escandalizados por los enfrentamientos a tiros entre bandas de adolescentes que dirimen sus disputas territoriales a balazos. O que matan para robar un celular, como a Alejandro Peri, o por una discusión menor, como a Jonathan Rifo.

A estas muertes se suma un mensaje claro para quienes se atreven a colaborar con la justicia: un chico de 17 años recibió un plomo en la cabeza el jueves pasado a la noche. Ese mismo día a la mañana había ido a declarar en una causa penal contra su agresor, tal como informó «Río Negro» el sábado.

Hoy el origen del temor en el barrio se atribuye a «El Topo»; antes fue «el Chucky», quien a los 17 años se mató de un balazo en la cabeza. Nada cuesta adivinar que mañana, otro apodo ocupará tan dramático privilegio.

«Cada vez hay más bandas de chicos que se enfrentan con armas de fuego y se matan entre sí», había alertado en agosto la fiscal María Dolores Finochietti.

A raíz del enfrentamiento del jueves pasado, su colega Sandra González Taboada se instaló en el barrio y visitó casa por casa buscando testigos. «Recibimos llamados que nos aportan datos pero la gente tiene terror de declarar con su nombre y apellido en un expediente», dijo la funcionaria.

La policía admite que no puede solucionar los problemas. El jefe de la comisaría 16, Ernesto Soto, dijo por radio: «Me parece que en San Lorenzo se tendría que trabajar en conjunto con otras organizaciones porque no puede ser que sea el más populoso y a su vez el más peligroso. Hemos encontrado drogas, armas y evadidos en el barrio. Nosotros hacemos lo que podemos con los medios que tenemos».

Esperar una solución de parte de la policía sería un error y no sólo porque la raíz del problema es social y económica, lo cual exige respuestas políticas.

Hay otras razones. El juicio por el caso Fuentealba antes, y por el caso Alveal ahora, desnudaron el deficiente entrenamiento que reciben los policías, a punto tal que desconocen el poder de las armas que empuñan o, peor aún, lo conocen y las utilizan igual en forma antirreglamentaria.

Por si no bastara con eso, un alto jefe admitió ante este diario que las crisis personales están afectando cada vez más a los que llevan uniforme: es alto el índice de violencia familiar, alcoholismo y suicido en las filas policiales. «Muchos descargan sus frustraciones pegándoles a los pibes», reconoció.

La tarde cae en el barrio. Los chicos, sin nada mejor que hacer, empiezan a juntarse en las esquinas. Algunas amas de casa apuran las últimas compras y corren a sus casas. Si más tarde escuchan estampidos no abrirán las ventanas para mirar.

 

GUILLERMO BERTO gberto@rionegro.com.ar


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