Bienes públicos

Por Aleardo Fernando Laría

El mercado se ha revelado como un potente instrumento de coordinación y asignación social de recursos. Pero su eficacia se limita al ámbito de los bienes privados. Hay otro tipo de bienes para los que la capacidad de regulación del mercado disminuye o se torna imposible. Son los bienes públicos, que no hay que confundir con aquellos que son propiedad del Estado.

Un ejemplo de bien público es la prestación de un faro, que ofrece seguridad y facilita la navegación por la costa de los mares. No es posible excluir de su uso a aquellos barcos que no quieren pagar (es no excluible) y por lo tanto su uso queda fuera del mercado. A nadie se le ocurriría invertir en la construcción de un faro y luego no poder cobrar una tarifa para recuperar la inversión. Por otra parte su consumo no excluye el de otros (no hay rivalidad por su consumo). Otros ejemplos de bienes públicos son los servicios de justicia, sanidad, seguridad, educación que habitualmente ofrece el Estado.

La importancia de los bienes públicos es que requieren instituciones para regular su uso. Por ejemplo la seguridad interior y exterior son bienes muy apreciados por los ciudadanos, que se prestan a través de instituciones como la Policía o el Ejército. No son bienes dispensables a través del mercado, aunque en la guerra de Irak asistimos a la novedosa privatización parcial de las labores más comprometedoras, como el interrogatorio de prisioneros.

El fenómeno de la globalización ha ampliado el espacio de los bienes públicos de rango internacional. Por una parte, bienes que antes eran nacionales se convirtieron en internacionales, como, por ejemplo, la estabilidad de las monedas. Del mismo modo, el progreso tecnológico dio lugar a la conformación de bienes públicos internacionales o -lo que es su cara opuesta- a la aparición de males globales. Por ejemplo el cambio climático, las enfermedades contagiosas, la pobreza extrema.

Imaginemos que en un país pobre y olvidado del Africa subsahariana se desata una epidemia de cólera. El riesgo de que se propague la enfermedad a territorios más alejados demuestra que en la sociedad global del riesgo no es posible mantener distancias y cerrar los ojos ante los problemas. En Europa aumentan las oleadas migratorias de los jóvenes africanos que huyen de la pobreza extrema y la falta de horizontes vitales de sus lugares de origen. El problema, en consecuencia, se ha hecho global.

Estos fenómenos nos colocan frente a la contradicción básica que enfrenta el proceso de globalización. Asistimos a una elevada integración de los mercados, pero a una baja capacidad de regulación. El capital se reproduce a escala internacional, pero los espacios de regulación son nacionales. No tenemos suficientes instituciones internacionales capaces de hacer frente a los problemas generados por la afluencia de nuevos espacios de bienes públicos globales.

Algunas instituciones internacionales como el FMI y las Naciones Unidas han sufrido el desgaste del tiempo, al ver desvirtuados los objetivos iniciales que dieron lugar a su creación. Su relativa ineficacia se suple con conferencias intergubernamentales y cumbres de dudosos resultados. Otros grupos reservados de concertación, como las reuniones del G-7, carecen de toda legitimación. Los tratados internacionales y la asociaciones regionales completan el cuadro de instituciones disponibles para regular la marcha del proceso de globalización.

Hay que conseguir una evolución más rápida hacia un multilateralismo democrático. Esto quiere decir que no se va avanzar en la provisión de bienes públicos globales si no se consiguen instituciones integradoras de todos los países en condiciones de igualdad, haciendo que participen las sociedades civiles y no sólo los Estados. Hay que atender los eslabones más débiles de la cadena: mejorar la situación de las poblaciones afectadas por pandemias y corregir los bolsones de pobreza extrema. Aunque sea por mero egoísmo, para que sus enfermedades no nos alcancen o para evitar las presiones demográficas insostenibles sobre la frágil fortaleza de los países ricos.


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