Bolsas mortuorias, horcas y escupideros: recursos degradantes de la expresión callejera

Estos símbolos de la muerte, segregación y el odio son todas provocaciones, incitaciones violentas, que solo restan ante el legítimo derecho de salir a manifestarse.

Hay límites que no pueden sobrepasarse en toda manifestación callejera en reclamo de derechos o de expresión de repudio.

La exhibición de bolsas mortuorias en las rejas de la Casa Rosada, simulando cadáveres, para significar reprobación por los privilegios en el suministro de vacunas es un acto incalificable que no puede sino merecer unánime reprobación social y política.

Desde luego ha sido un acto miserable la inoculación de una élite política, sus amigos y familiares en un serio contexto de faltante de dosis y con gran número de servidores públicos y adultos mayores aún sin vacunarse; servidores verdaderamente esenciales, no los “estratégicos” como se justifica a los “colados”.

Han sido elocuentes las masivas expresiones de reprobación en plazas y calles de todo el país por un hecho tan indignante, que tuvo desde el Presidente primero un rápida reacción (la eyección del ministro Ginés González García), pero al día siguiente su desdén hacia un asunto tan grave al acusar a medios, oposición y sectores de Justicia de montar “payasadas”.

Naturalmente una protesta callejera está definida por la libre expresión, que puede incluso permitirse determinadas “instalaciones” artísticas. Sin embargo, no puede calificarse así una puesta que evoca la muerte, no “de argentinos que murieron” frente a la “barbarie por el robo de vacunas” (como justificaron los organizadores: Jóvenes Republicanos, vertiente de Juntos por el Cambio) sino de destinatarios claros, con nombres y apellidos bien visibles, de funcionarios, dirigentes, referentes de derechos humanos y familiares vacunados.

Ese escrache direccionado nos recuerda otra puesta ultrajante: el escupidero público organizado por grupos kirchneristas, con carteles sobre inodoros apostados frente al Congreso y la invitación a la gente a salivar a periodistas, empresarios y otros personajes públicos, en el Día de la Memoria.

Lo mismo debe decirse de horcas con muñecos (representando a Cristina Fernández, por ejemplo) en las marchas, o de aquellos manifestantes de Bariloche que se vistieron con el atuendo del grupo racista estadounidense Ku Klux Klan y con jeringas sangrantes dibujadas en el pecho.

Estos símbolos de la muerte, segregación y el odio son todas provocaciones, incitaciones violentas, que solo restan, distraen y arruinan el legítimo derecho de salir a manifestarse. Hay grupos que lo hacen impunemente y -lo que es más grave- organizaciones que lo permiten o no lo repudian con suficiente contundencia.

Enarbolar acciones crispadas en un momento tan sensible por la pandemia -con el añadido del año electoral- reflejan baja calidad y degradación en el uso de las herramientas de expresión y el debate social.


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