Bulimia y anorexia: aumentan los casos y aparecena más temprana edad
Se calcula que el 15 % de los adolescentes en nuestro país sufre trastornos alimentarios. Familias cerradas, madres que no contienen y un discurso que asocia la delgadez con el éxito. Qué son estas enfermedades y cómo detectarlas a tiempo. La palabra de especialistas.
ADRIAN ARDEN
adrianarden@rionegro.com.ar
El mandato cultural dice que serás alto y flaco o no serás nada. Ese parece ser el gran objetivo de estos tiempos. Y muchas veces es el único. Así empiezan a enfermarse en nuestro país miles de jóvenes para los que el cuerpo perfecto ya es más que una obsesión. Es una exigencia. Tanto, que cada vez son chicos más chicos los que no pueden con esa presión.
Lo admiten los propios especialistas: si lo común era empezar a detectar casos de bulimia y anorexia a partir de los 13 o 14 años, ahora se están encontrando a los 9 o 10 años. Y una nueva tendencia: lo que hasta hace unas décadas era un mal exclusivamente femenino ahora también empezó a afectar a los varones.
¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de anorexia y bulimia? La anorexia es una enfermedad mental que ocasiona una pérdida voluntaria de peso, originada por el deseo enfermizo de adelgazar y por un intenso temor a la obesidad. Y la bulimia es un síndrome caracterizado por episodios repetidos de ingesta excesiva de alimentos (atracones) y por una preocupación exagerada de controlar el peso, lo que lleva al enfermo -por ejemplo- a provocarse vómitos repetidos o tomar laxantes en exceso.
Se calcula que en nuestro país entre el 12 y el 15 por ciento de los adolescentes sufre algún tipo de trastorno alimentario, que en algún momento los lleva a padecer cuadros de bulimia y/o anorexia. Y no sólo eso: las estadísticas también indican que Argentina es el segundo país -después de Japón- con los índices más altos en estas enfermedades. En las últimas semanas, las complicaciones generadas por estas enfermedades mataron a cinco mujeres en Brasil y a una en nuestro país (ver recuadro) y el debate se reavivó.
Los médicos entienden que esta decisión de no ingerir alimentos tiene varias causas pero, en la mayoría de los casos, la vinculan con cierto rechazo a la imagen física, en coincidencia con la llegada de la menstruación y el paso de la niñez a la adolescencia. Y ahí parece estar una de las claves. Así por lo menos lo entiende Fernanda Cascarón, nutricionista de Roca, para quien en esta edad «los cambios corporales se viven como una imperfección. El rollito de más, los pechos, el crecimiento normal del cuerpo, es rechazado algunas veces por los adolescentes, en especial por las chicas, que tratan de seguir siendo las nenas de mamá, con buenas notas, perfectas. El contacto con el otro sexo es una cosa que causa angustia…prefieren no llamar la atención».
Los medios y los adultos
A su vez, los especialistas creen que muchas de estas conductas están fomentadas por los adultos y los medios, en donde juegan los mandatos culturales que hoy le dan a la delgadez valores asociados al éxito. Hoy el lema es «inclusión o exclusión» aseguran- y los chicos se desviven por sentirse reconocidos o aceptados a partir de un ideal es
tético dominado por un cuerpo flaco, musculoso, joven, publicitario. «Lo que ocurre es que la publicidad de ropa y dietas apunta a consumidores cada vez más jóvenes, es como que se corrió para abajo el umbral. Las chicas empiezan a hacer dieta en la escuela primaria, porque lo escuchan, lo ven en la tele o imitan a los padres o a sus hermanas más grandes», coinciden todos y advierten cuánto afecta la falta de horizontes y perspectivas. «Antes vos veías que los chicos tenían objetivos, sueños, metas. Las chicas querían ser como 'Susanita', casarse, tener hijos…los varones querían trabajar, progresar…ahora todo cambió. Yo les pregunto en mi consultorio qué quieren ser de grandes y te responden: '¡flaco!' No piensan en otra cosa», agrega Cascarón.
Pero también hay que buscar razones en las fallas en la comunicación y la relación familiar, asociada a la falta de contención. Si bien cada caso es particular, nutricionistas y psicólogos coinciden en que hay ciertas características que se ven en muchas de las familias de chicos con problemas de anorexia. «En general, son familias muy cerradas, con madres dominantes y padres ausentes, o en los que su rol está desdibujado -explican-. El eje de la familia pasa por la madre, que
no da un sostén emocional a sus hijos y los somete a sus mandatos. El no comer es una forma defensiva del chico frente a la intrusión». También asegura Cascarón- «son madres que someten a sus hijos a una presión permanente de no fallarles, muy protectoras, identificadas mucho con los logros de las hijas, como que transfieren sus deseos de éxito a las chicas».
En síntesis, todos estos trastornos, asegura Mariana Davidovich -psicoanalista y supervisora del Centro Dos-, son formas que los chicos adoptan para expresar un conflicto: «Cualquier trastorno alimentario expresa en realidad un conflicto psíquico, es decir que no tiene que ver con la alimentación en sí, dado que la alimentación desde el comienzo mismo de la constitución de un sujeto no es sino el vínculo con la madre, su amor o -en el otro extremo- su rechazo. Y junto con la alimentación, desde el comienzo, ingresa en el ser humano el amor, la palabra, la mirada, la caricia. Es decir que la comida es un modo privilegiado (comer locamente a escondidas, o bien rechazar el alimento) de expresar conflictos emocionales».
Cómo empiezan
El trastorno es un proceso que puede durar meses o incluso años hasta que los padres lo adviertan o hasta que los propios chicos pidan auxilio. Explica Cascarón: «Empiezan con dietas selectivas o algunas restricciones. Por ejemplo, dejan de comer carnes porque las engorda, pastas porque las hincha o empiezan sólo a comer ensaladas y eso es lo único que comen… no es de un día para el otro, es de a poco. Y los padres, si bien están más alertas por la difusión que tiene la enfermedad ahora, realizan la consulta cuando los chicos pierden mucho peso».
En el caso de la anorexia, los primeros síntomas son una pérdida de peso, autoprovocada, de carácter severo, luego de una estricta dieta. «Normalmente, la paciente niega en estas primeras etapas este propósito aunque constantemente se esté quejando de estar gorda. La desaparición de la menstruación a veces muy precoz confirma el diagnóstico.
En el caso de la bulimia, la queja de estar gorda es constante y agotadora para quien la escuche. Los cambios de humor se hacen evidentes, los atracones y vómitos pueden ocultarse durante meses hasta que es sorprendida o lo confiesa a alguna amiga.
En muchos casos, los chicos comienzan con una anorexia y con el tiempo se da un paso hacia la bulimia.
«En ocasiones, la única evidencia es la desaparición de alimentos en casa que estaban destinados al uso familiar», explican los nutricionistas y advierten que hay padres en los que la negación se transforma en una conducta estable. La mayor crisis se da cuando la chica llega a pesar muy poco, con el riesgo adicional de que el organismo carezca de proteínas para defenderse de cualquier enfermedad.
Aún así, relata Mabel Bello, fundadora y presidenta honoraria de la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia
(ALUBA), hay padres que continúan negando el trastorno. «Llegan con sus chicas pesando 20 kilos, y nosotros les hablamos del peligro de muerte próximo, y ellos dicen 'Bueno, si ella quiere quedarse (internada), que se quede'. Y ella sólo quiere ser flaca, y está metida dentro de su enfermedad como el adicto lo está dentro de su adicción, negando permanentemente la realidad». Sin dudas, el peor camino para enfrentar un mal propio de estos tiempos y que amenaza con hacerse crónico. Una enfermedad que si no se trata a tiempo es lo más parecido que hay a un suicidio lento. Silencioso. Y muy doloroso.
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