La política como sacrificio

Santiago Kussianovich, DNI 28.249.062
Neuquén

Ciertamente, no podemos atribuir al gobierno de Javier Milei la responsabilidad total de la situación que padece el pueblo argentino. El malestar económico que ahora vivimos, que obviamente impacta en la sociedad más allá del plano de lo meramente monetario, es una variante que atraviesa la historia de la democracia en nuestro país y en el mundo. No obstante, visto desde algunos análisis teóricos e incluso, como ustedes podrán notar, desde el sentido común, la coyuntura que se presenta hoy adquiere características específicas que abren un escenario propicio para la implementación de una lógica política sacrificial.

La noción de sacrificio es abordada por algunas ciencias sociales no sólo desde su aspecto sacro-religioso, sino también desde su alcance político social. En su libro La violencia y lo sagrado (1972), el antropólogo René Girard plateaba que el sacrificio religioso, es decir, el ritual de muerte de un animal o persona, presenta entre sus elementos estructurales una función social: resolver un conflicto. La víctima no sólo cumple el rol de ofrenda a los dioses o liberación de la culpa o pecado, también cumple con el cargo de evitar o devolver la armonía o paz social a una comunidad o a distintas partes en tensión y disputa.

Más recientemente, el crítico cultural Terry Eagleton, en su obra Sacrificio Radical (2018), alejándose del análisis más antropológico de Girard, se centra en el aspecto político del sacrificio. Para Eagleton, el sacrificio religioso radical, como es el caso ejemplar de Jesucristo, posee un componente de violencia política perpetrada por el Estado cuando éste se ve amenazado. Y habría que señalar que, en ambos autores, y por la definición básica de expiación (eliminación de culpa a través de un tercero), la víctima representa o una persona ajena a la comunidad o un sujeto deleznable, ya sea para la comunidad toda o para el poder político y estatal de turno.

Ahora bien, si trazamos ciertos paralelos con esta atrevida síntesis teórica, podemos reconocer algunos puntos de reflexión que atañen a nuestra actualidad política y que, desde el sentido común, podríamos utilizar para pensar nuevas lecturas de lo que nos sucede. Partiendo de lo dicho, si leemos entre líneas, sería acertado apuntar que estas lecturas del sacrificio suponen otros dos aspectos que nos pueden servir para analizar nuestra actualidad: la idea de que el sacrificio brinda una cura o salvación y la elección discrecional de la víctima. Básicamente, volviendo a nuestra realidad histórica, aparecen algunas preguntas que nos tocan de cerca: ¿por qué y cuándo un sacrificio político (y económico) es beneficioso para la sociedad toda? ¿Quiénes son los verdaderamente beneficiados? ¿Quiénes son las víctimas elegidas para expiar las culpas (de la clase política) o solucionar la crisis? ¿Por qué esas víctimas y no otras?, o mejor, ¿por qué debe haber víctimas?

El sacrificio es, entonces, tanto para grandes teóricos como para quienes lo vivimos en carne propia, parte esencial de la historia de la política democrática. Y es que no es la primera vez que somos la víctima elegida, aunque sí es cierto que algunos gobiernos, como el de La Libertad Avanza, lo expresan oficialmente y sin disimulo. Pero no solamente la expresión de la dirigencia es sincera y directa en cuanto a lo que pretenden hacer, sino que gran parte de la población está dispuesta a aceptar la lógica sacrificial, lo cual, por supuesto, la reviste de legitimidad.

En este sentido, la política como sacrificio va más allá de la sola decisión gubernamental, sino que la misma población le otorga a la dirigencia política, en épocas de crisis, la potestad de decidir a quién sacrificar. No casualmente, pareciera ser, la víctima elegida siempre es el pueblo, pero no todo, sino los más desfavorecidos.


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