Casinos, entre el juego y la obsesión

Una noche de ronda por las salas de juego de la región. Mitos, verdades y papelones de aquellos que convirtieron a las apuestas en su pasatiempo favorito. Qué pasa cuando el juego se transforma en adicción.

ADRIAN ARDEN

adrianarden@rionegro.com.ar

Sería algo así como el nuevo reino de la ansiedad. La idea es apostar y ganar. Pero ahora. No en un rato o el próximo sábado. Que caigan las monedas y se amontonen las fichas de a cientos. De a miles. Pero que sea ahora. Ya mismo.

En eso ocupa el tiempo la veterana de la esquina, que hace casi una hora está sentada frente a una máquina tragamonedas que por ahora sólo le entregó un par de festejos mínimos. «Sé que alguna vez tengo que ganar algo…juego siempre, alguna vez me tiene que tocar», se impacienta. Se le nota en las manos, que no paran de devorar fichas.

En eso también está el gordito que espera justo detrás de sus espaldas. «Es que en general las viejas dejan las máquinas cargadas y tenés que estar atento, por ahí sólo con poner dos o tres fichas te ganás un montón y salvás la noche. Siempre pasa».

La explicación tiene su lógica: acá no gana el que más plata apuesta, sino el que más paciencia tiene. Por eso la noche se encargará de poner a cada uno en su lugar. Ella, en la barra. Con una copa en la mano y más ganas de dormir que de seguir jugando. El, de ronda continua. A la caza de la maquinita más generosa, relajado como pocos. «Acá tenés que venir a ver cómo hacer unos pesos…si viniste a divertirte lo más probable es que te vayas sin un mango. Es así», dirá más tarde, cuando ninguno en este lugar esté en las mismas condiciones en las que llegó. Cuando para algunos ya sea demasiado tarde y a otros ni siquiera les importe.

Es sábado a la noche y ahora el casino canta victoria. Festeja su nuevo estatus de salida preferida por esa franja de consumidore que va desde los 30 a los 65 años. En esta sala son tantos que por momentos hasta cuesta respirar, aunque a nadie le moleste. De hecho, la multitud, el ruido constante y la sensación de diversión ininterrumpida parecen ser algunas de las claves que hacen funcionar a esta industria lucrativa como pocas.

En Argentina los juegos de azar generan un movimiento de casi 10 mil millones de dólares por año y emplean a más de 13 mil personas. Gran parte de ese dinero se apuesta en la región, donde funcionan cerca de 20 salas de juego. Hay locales en ciudades grandes como Neuquén y Viedma, turísticas como Las Grutas y Bariloche y decididamente chicas como Buta Ranquil y Las Lajas. Y el negocio no para de crecer, en gran parte motivado por la diversificación que se impuso en los últimos tiempos, que parece haberlos convertido más en un pool dedicado a los entretenimientos que en un mero espacio destinado exclusivamente a las apuestas. Muchos de ellos ofrecen obras de teatro, shows musicales, eventos de cualquier tipo y calidad y hasta clínicas para aprender a tocar la guitarra. Es decir, una excelente forma de acercarse a público que de otra forma no hubiera pensado nunca en asistir a un casino. Y casi siempre lo logran. La fila de autos que hace imposible encontrar un estacionamiento en la puerta de entrada es la mejor prueba de ello.

 

El placer sin culpas

 

A los 65 años Juana ya no se hace demasiadas preguntas. «Los placeres a esta edad se disfrutan sin culpa», asegura rodeada de otras tres amigas que parecen estar de acuerdo en todo lo que ella dice. Por distintas circunstancias de la vida las cuatro están solas y desde hace tiempo una de las cosas más entretenidas que hacen es encontrarse viernes y sábado en el casino de Roca.

«Venimos porque la pasamos bien, sólo por eso. No tenemos marido ni hijos que nos hagan reclamos… y si no qué vamos a hacer, ¿juntarnos a tomar el té? No, gracias. Nos encontramos, algunas jugamos un rato a las maquinitas, otras prueban en las mesas y charlamos mucho, cuando nos queremos acordar ya son las cinco o seis de la mañana…porque este lugar tiene eso, el tiempo pasa y no te enterás. Es como estar en otro mundo, donde no hay forma de que la pases mal», reflexiona y en cierto punto tiene razón: entrar a un casino puede convertirse en la experiencia más parecida que hay a pasar una tarde en el shopping: no hace calor ni frío, el paso del tiempo está perfecta

mente disimulado, el espíritu que reina es decididamente despreocupado y lo único que importa es divertirse. Pasarla bien. Gastar.

«Ah…y hay que tener otra cosa en cuenta: la entrada es gratuita, por eso viene tanta gente. El día que empiecen a cobrar no sé si va a pasar lo mismo», acota Juana y se despide: el tiempo de reflexión se acabó. Ahora se pierde entre el gentío y logra pasar inadvertida. Algo que tampoco parece tan imposible si tenemos en cuenta que por aquí abundan las «Juanas». O «mujeres-grandes-solas-con plata para gastar y tiempo para perder», tal como describe el empleado que habla a condición de que no revelen su nombre, ni su edad, ni su ocupación, ni ningún detalle que lo delate. «Antes estaba lleno de tipos, pero últimamente te diría que las mujeres los igualaron. Muchas empiezan con las maquinitas y terminan perdidas en las mesas. Aunque lo controlan mejor que los hombres, se rescatan más. Los tipos se hacen adictos, ellas no tanto. Juegan y si ganan, siguen. Si empiezan a perder mucho, se van…pero también hay excepciones», confía.

Un reciente estudio parece darle la razón. Fue elaborado por el Servicio de Adicciones del Hospital de Agudos de Buenos Aires y asegura que en general los hombres comienzan a jugar a los 15 años, mientras que las mujeres empiezan a los 30 años; y además existe una clara diferencia a la hora de elegir el tipo de juego, ya que ellas tienden a preferir el bingo y las tragamonedas, mientras que ellos se inclinan por el casino o las apuestas en el hipódromo, donde siempre hay más dinero en juego. Y claro, mayor competencia.

De todos modos, tal como explica José Contartese, a cargo de ese estudio, el juego de azar que produce más adicción es el de las tragamonedas porque «como hay

un tiempo muy corto entre jugar y ver el resultado, genera mayor ansiedad y compulsión». Y entonces sí las más afectadas son las mujeres: allí mandan ellas.

«Lo que ocurre es que hay como una 'cotidianización' del juego. Antes para ir a un casino tenías que estar en una ciudad muy grande o en un lugar de vacaciones…ahora no. Cualquier ciudad tiene su casino y muchos están instalados en el medio de las ciudades, incorporados en el trayecto cotidiano de los vecinos. Entonces gente a la que antes ni siquiera le llamaba la atención el juego, ahora va y apuesta. El tema es que muchos encuentran allí el único momento de excitación en el día, la posibilidad de desafiar a la suerte, de romper con la rutina», asegura Luis Di Giacomo, psiquiatra y legislador rionegrino, para quien en estos lugares ningún detalle queda librado al azar. «Fijate que hasta la disposición de las mesas y las máquinas está tan bien calculada que hace imposible la distracción…el objetivo es que la gente juegue, gaste y no se distraiga con nada…y nadie se distrae».

 

Todos juntos

 

El casino ofrece sus propios tics. En estas paredes el acceso a la diversión se democratiza y los límites se vuelven más difusos. Aquí todos pueden entrar. Todos pueden jugar. Todos pueden ganar. Por eso el relax es continuo. «Te imaginás que acá conviven el beneficiario de un plan Jefes de Hogar con el coreano más platudo del Alto Valle. La ricachona que es capaz de apostar hasta los anillos de su abuela con las mucamas que juegan dos pesos para ver si los multiplican y pueden pagar la cena de mañana…en ese sentido, esto es único. Acá son todos iguales, aunque no parezca». Jorge y Mariana hablan casi a los gritos mientras aguardan en la confitería que les traigan los dos tragos que acaban de pedir. Allí confiesan que están acá por descarte. «Tampoco son tantas las alternativas que tenemos los que estamos entre los 30 y los 40. Ya a bailar no salimos, entonces venimos con amigos…probamos suerte, vemos algún que otro show y nos vamos a dormir temprano. Jugamos una sola vez y perdimos casi un sueldo entero. Desde ese día casi ni nos acercamos al sector de juegos…no queremos que nos pase otra vez. Miramos de lejos, nomás, pero la tentación siempre está. Por eso conviene pensar dos veces», dicen.

Y es que hay un momento en que la apuesta se transforma en adicción y ahí se acaba el chiste. Por ello decenas de municipios en el país están debatiendo cómo tratar el tema, en vista de los testimonios de cada vez más personas que se transforman en jugadores compulsivos y pierden lo que no tienen ni nunca podrían pagar. En la región, Zapala anticipó el debate (ver aparte).

Pero para muchos el casino también puede convertirse en un refugio. «Es increíble pero si te fijás bien hay mucha gente sola acá adentro. Mujeres separadas, viudas o solteras. Tipos grandes o no tanto que se pasan horas acá adentro…te ponés a pensar que si pueden estar hasta seis o siet horas metidos acá es porque no deben tener a nadie con quien estar afuera, nadie que los reclame», reflexiona el empleado y un simple vistazo alcanza para darle la razón. De ello también habla Di Giacomo: «Es cierto, también son un escape a la soledad, pero resulta muy paradójico. Es que los casinos no son particularmente un lugar en el que la gente pueda encontrarse con otros, más bien todo lo contrario. Es como que le escapan a la soledad yendo a estos lugares para estar más solos todavía. Muchos se sientan en una máquina y pueden pasarse el día allí, sin que los vea ni los reconozca nadie. Atrás de una máquina, actuando como máquinas».

La que ahora parece automatizada es la moza del mayor casino de la región. Con una sonrisa mecánica recorre las mesas y apenas puede responder a tanta demanda. Un rato más tarde, todavía con uniforme, perseguida, temerosa de que su jefe la descubra «hablando de la empresa», se animará a responder al ejercicio que se le propone: armar el perfil de los apostadores típicos. Y entonces enumera:

-El ludópata: ojeroso, cansado, extraviado y capaz de en

tregar lo que no tiene a cambio de un par de fichas nuevas. Capaz de perder la noción del tiempo encerrado en estas paredes. «Son los que se descontrolan, si por ellos fuera vivirían acá adentro».

–La moderada: consciente de que sólo puede gastar 20 pesos en toda la noche y en esos límites se mantiene. Va una vez por semana y sólo si puede dejar a los chicos al cuidado de alguien. «En general son maestras o profesionales con sueldos bajos. Son las que mejor la pasan. No se hacen drama si pierden, total…para lo que gastaron».

–La parejita que no encontró una mejor salida para esta noche y busca refugio en la confitería. Allí aplaudirán a la cantante local afecta a la pista pregrabada y el gesto exagerado. En éxtasis permanente. «Aunque no vienen a apostar…están en el casino y eso es importante para la empresa, en algún momento van a querer probar suerte».

–El grupito de amigas en plena salida de solteras: con un daiquiri en la mano y el celular en la otra. «Es que mi marido quedó en llamarme…el también salió con los amigos», explicarán. Ellas no apuestan, sólo charlan. De hecho, podrían estar en el living de su casa y nadie notaría la diferencia.

–El habitué, más fanático del ambiente que de la timba. Conocedor del juego y sus códigos, pero a salvo de la adicción que está llevando a la ruina a muchos. El se ubica a mitad de camino: ni tan fanático ni tan distante. Término medio: la clave del éxito. «Tienen entre 50 y 60 y en general están solos. Cambiaron la barra del bar por la mesa del casino. Por lo menos esto no cierra nunca y siempre hay gente».

–El extra: no consume, no juega ni piensa hacerlo. Sólo ocupa espacio. «Pasan un rato, a ver si pasa algo, a ver si encuentran a algún conocido y después se van. No tienen más de 30 años y tampoco les gusta jugar. Siempre están como buscando a alguien con la mirada».

–La desesperada: en general, amas de casa que prefieren la baja exposición que garantiza jugar de mañana. No buscan salir de la pobreza, apenas ganarse unos pesitos. «Las ves que salen a hacer las compras y vienen a probar suerte al casino. Muchas dejan a los hijos en la vereda».

Porque allí se divierten, porque se convirtieron en adictos, porque los ayuda a calmar la soledad o porque aporta esa cuota de 'realismo mágico' que algunos tanto necesitan para vivir, lo cierto es que los casinos se convirtieron en el último tiempo en uno de los lugares de peregrinaje preferidos por miles de personas. En el otro santuario de asistencia obligatoria al menos una vez por semana. Con sus propios códigos, reglas y aún mucho por redefinir.

Al menos es lo que piensa el empleado, que aún ruega por el anonimato: «Así como ahora llama la atención la cantidad de mujeres que vienen, en unos años esto va a ser territorio de jóvenes. Fijate que cada vez son más chicos los que apuestan, de los 20 a los 35 años…ese es el público que está empezando a llegar. Están cambiando el pub por las apuestas», razona con la seriedad de aquel gurú que sabe que el tiempo le dará la razón. Será cuestión de esperar.

El perro, los chicos y una mujer en aprietos

Los empleados de los casinos revelan secretos de los apostadores puertas adentro.

• La muerte de mi mejor amigo. El apostador llegó temprano y estacionó su auto en el garage exclusivo para los clientes. Eran las once de la mañana. Afuera el calor de enero llegaba a los 35 grados en Neuquén y el tipo no lo pensó demasiado. Subió los vidrios, trabó las puertas y enfiló hacia la sala. «Juego un rato y salgo», debió haber pensado. En el auto quedaron un par de compacts, un diario viejo y un perro. Su perro. Pero la apuesta se hizo interminable. «Salió como a las diez de la noche y encontró al perro muerto. Obvio, con el calor que hacía el animal no aguantó. Los empleados lo llamaron por los micrófonos para avisarle, pero él dice que no escuchó. Encima se enojó con la gente de seguridad, un desubicado. El pobre animal murió asfixiado».

•¡Cuidado! Bebé a bordo. «Los que más bronca dan so los que dejan a los hijos en el auto para jugar tranquilos. Les abren los vidrios y con la excusa de que salen rápido los nenes se quedan esperándolos por horas. Da lástima verlos…solos mientras los padres juegan como si nada. La mayoría de las veces es como que se olvidaran y hay que ir a decirles que los chicos están en el auto», reflexiona la empleada del único casino de Roca.

• Marido fugitivo. «Una vez un tipo se fue de la casa al mediodía y se vino al casino. La mujer empezó a llamar como a las dos de la madrugada y las chicas no sabían qué decirle. Le decían al tipo que su mujer estaba preocupada y él seguía jugando como si nada. La mujer siguió insistiendo y así hasta las seis de la mañana, que llegó descontrolada a la puerta del casino y se armó

un escándalo increíble. Le destrozó el auto y lo insultó durante una hora más o menos….parece que no era la primera vez que desaparecía durante horas de la casa».

•¡El pañal, señora! «Nunca supimos si fue por zarpada o porque tenía un problema, el asunto es que una vez una señora se hizo caca encima. Los empleados contaron que estuvo horas y horas frente a dos maquinitas. Así apostaba: en dos máquinas a la vez. El asunto es que parece que iba ganando tanta plata que se iba aguantando las ganas de ir al baño hasta que ya no pudo y se hizo encima. Entonces rajó al baño y allí pidió que llamen a la hija para que la venga a buscar. Eso sí…antes de irse pidió que le pagáramos todas las fichas que había acumulado. Mucha gente se reía de la situación, pero fue tristísimo verla. Nunca más la vimos».

Notas asociadas: Cuando el juego lleva a la autodestrucción Quieren que el Estado se haga cargo de la contención DONDE PEDIR AYUDA  

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