Cocinar es un oficio que se aprende y enseña en el refugio Gabriel Brochero en Neuquén

Son 25 personas, en situación de calle, las que asisten a este curso que dictan profesor y estudiantes de la Facultad de Ciencia y Tecnología de los Alimentos de la Universidad Nacional del Comahue.

Por Victoria Rodriguez Rey

En el barrio Villa María de la ciudad de Neuquén hay casas, comercios, escuelas y también un espacio que contiene y acompaña a 36 personas que viven en situación de calle. Gabriel Brochero, es el nombre del refugio. Hace dos años Miriam Fransisquini, Lidia Gauna y otras personas voluntarias llevan a delante el espacio para brindar un lugar a quienes están atravesando una crítica situación social por no acceder a un trabajo y a una vivienda. Son los excluidos del sistema, la población invisible para el resto de la sociedad.

Hace unas semanas, en el marco del proyecto presentado por el concejal Juan Ousset, se dio inicio al curso de cocina para quienes asisten regularmente al refugio Gabriel Cura Brochero y tienen deseos de aprender un oficio que les permita reinsertarse en el mundo del trabajo. A través de un convenio celebrado entre la Legislatura de la provincia, Funyder y el refugio, el taller de cocina a cargo de Félix Aguilera y las estudiantes Verónica Pall y Gisela Sosa (de la Facultad de Ciencia y Tecnología de los Alimentos de la Universidad Nacional del Comahue) enciende las hornallas semanalmente.

El objetivo es, a través de la cocina, poder generar herramientas a las personas que asisten al refugio. Se trata de 36 personas que integran esta población oculta que por problemas de adicción, problemas de salud, problemas familiares y falta de trabajo se encuentran en una situación de extrema vulnerabilidad social. De dicho grupo 25 personas asisten y no faltan al taller de cocina de los viernes. Cada uno con su historia, con sus marcas en la piel, en las miradas, en los rostros que comunican a quienes quieren escuchar, que la vida duele.

La proyección que surja de esta actividad es interesante. Ya con una cocina equipada, un equipo de trabajo conformado y 25 ayudantes puntuales y dispuestos a amasar es todo un poco más sencillo y esperanzador. Una vez más, la cocina como agente de transformación, de inclusión, para una posible salida laboral, para mejorar la calidad de alimentación, como forma de intercambio y encuentro, vuelve a ser posible en todos los ámbitos y sectores, también para los olvidados por el Estado, por la sociedad.

Que el fuego reúna y organice. Que los sonidos y aromas de la cocina construyan el espacio de hogar perdido. Que los sabores de olla recupere, al menos por un rato, la sonrisa y se contagie. Que se celebre ese encuentro, porque el alimento es más sabroso cuando se comparte. Que la condena social infundada se empache de empatía y la situación de calle sea corta y transitoria.


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