Columna «En la cocina»: ¡Ni el loro quedó…! 15-01-04

Entré a la gobernación y me extrañó que los dos policías que hay en el ingreso no respondieran a mis «buenos días». Me paré en el hall, miré para todos lados: ni un alma… pero de golpe sentí una voz ronca, milenaria…

-¡No quedó ni el gato, Eduardo! -me dijo el indio de madera que, a modo de busto, hay plantado ahí desde tiempos inmemoriales.

-¡Sí… sí! -respondí.

-¿No vio Eduardo que ni los canas de la puerta lo saludaron? ¡Todos de vacaciones!

-¡Sí… me sorprendió! Bueno, estarán cansados de guardias, adicionales, sueldos de miseria -reflexioné.

-¡No, qué va…! ¡La yuta que está en la puerta no existe…! ¡Ficción, Eduardo: ficción!

-¿Cómo que no existen? ¡Los estoy viendo! -respondí.

-¡Son de utilería, Eduardo: utilería! ¿No vio que los giles no se mueven… les da el sol de frente y están tiesos? ¡Utilería… corcho, telgopor… no sé, pero maniquíes…! ¡Se los prestó una tienda de Patagones a la Policía de Río Negro! ¡Porque entre vacaciones y la milonga de los chorros que hay por aquí y por allá, movilizaron hasta a los canas que teníamos en la puerta, pero como hay que hacer pinta de que tenemos guardia, bueno, agarraron los maniquíes, les pusieron el uniforme y ahí están! -me dijo el indio.

-¿Pero cómo es posible que todo el gobierno esté de vacaciones? -pregunté.

-¡Un desastre…! ¡Acá en gobernación, donde está el estofado del poder, quedamos cinco: el gobernador Saiz, José Expediente… Iván Lázzeri, ministro de Gobierno, yo y «Mingo», el cafetero. ¡Debe estar torrando por ahí! ¡Lleva más de 30 años con la cafetera…! ¡Está inventariado!

-¿Y cómo se las arreglan? -pregunté y el indio se encogió de hombros, crujió y pensé que se astillaba.

-Y, se hace lo que se puede… Saiz limpia su despacho… José Expediente, lampazo al hall y patio colonial… Iván, la vereda…Y bueno…¡A la carga Barracas!… Gobierno ¡Gobierno tiene que haber, Eduardito!

-¿Quién es José Expediente?

-¡Ah no, lo lamento: por mandato de la toldería, no puedo transferir ese tipo de información! ¡Sorry! -dijo el indio y acotó:

-¡Así es esta monserga! Ante tantas vacaciones, incluso me hacen laburar a mí!

-¡Está mal…! ¡Usted tiene un rol estético! -le dije y reaccionó con la velocidad del rayo.

-¡Con la trucha que tengo, qué rol estético Eduardito! ¡Y si me quejo, capaz que me aplican un edicto policial y termino en el portland acusado de indio vago y mal entretenido! -respondió resignado y siguió:

-¡Para colmo las tengo todas en contra…! ¡Uso vincha, morocho! ¿Sabe la cantidad de polis que pasan todos los días por este hall y me miran con ganas de pedirme documentos? ¡Y si me los piden, hasta que se aclare que soy un busto de madera que un nabo donó a la gobernación de Río Negro hace una pila de años, me paso tres meses en la sórdida! -dijo el indio.

-¿Y qué tarea cumple para cubrir a los que están de vacaciones? -le pregunté.

-Tengo que evitar afanos. Como no hay nadie… siempre hay un torra que aprovecha -respondió el indio y acotó.

-¡Ando a cuatro ojos, Eduardito! Desconfío hasta de los maniquíes que hacen de canas en la puerta! ¡A la noche, cuando Lázzeri se los carga al hombro y los lleva a Jefatura, yo lo paro y los reviso! ¡A ver si afanan acá adelante y lo reducen en Jefatura! ¡La orden que recibí de José Expediente es terminante: «¡No permitas que vacíen la gobernación!», me dijo… ¡Trabajo insalubre, Eduardito!… ¡Muy insalubre!

-¿Por qué insalubre? -pregunté.

-¿Usted sabe lo que es impedir que los radicales no vacíen algo? ¡Vaciaron todo, Eduardo! El Banco Provincia, empresas… ¡Todo! ¡Son los reyes del vacío! -dijo el indio, le di la razón y «Mingo» -a puro bostezo- nos sirvió mate cocido…

Eduardo Gilimón


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