El mundo que nos dejan

Decidida, sin temores, y con voz firme, se paró en el podio y dijo: “Lucho por mi futuro y el de las generaciones que vienen”. El silencio hizo un hueco en esa sala en la que 178 representantes de distintos países del mundo se habían reunido en la Cumbre de la Tierra. Era 1992, Río de Janeiro, Brasil. La niña de 12 años, Severn Cullis-Suzuki, tenía el cabello recogido y un vestido floreado. Había hecho una colecta para llegar allí desde Canadá con el propósito de hablar ante esos altos funcionarios de las Naciones Unidas durante seis minutos para advertirles que la tierra estaba en peligro.

Pasaron 26 años ya desde aquel episodio que recorrió el mundo y sirvió para reflexionar con mayor conciencia sobre el destino del hombre y su entorno.

En enero de este año, un grupo de 25 niños, niñas, adolescentes y jóvenes colombianos de las regiones del país más expuestas a las vicisitudes del cambio climático demandaron al gobierno porque los daños ambientales que hoy tolera afectarán su calidad de vida en las próximas décadas. Un reclamo que vincula específicamente la equidad con los derechos de las generaciones futuras ante el calentamiento global y la deforestación.

Colombia es hogar de una franja de bosque tropical aproximadamente del tamaño de Alemania e Inglaterra combinadas, y en la que entre 2015 y 2016 la tasa de deforestación aumentó un 44%. El razonamiento es claro: estos niños –que serán adultos dentro de algunos años– sostuvieron que, en tanto el gobierno no implemente un plan efectivo para prevenir la deforestación en la Amazonia colombiana, sus derechos constitucionales de vivir en un ambiente sostenible están en riesgo.

La Amazonia es un tesoro natural irremplazable. Esta región, compartida por nueve países, es una de las grandes responsables de la regulación climática en el mundo. Sus ecosistemas son un reservorio mundial de agua, alimentos y energía. Sin embargo, el riesgo de caer en un círculo vicioso de sequía y deforestación es casi un punto sin retorno. ¿Culpables? La acción humana.

Existen serios indicios de que, por primera vez en la historia, se está perdiendo la conexión entre los Andes y la Amazonia. Hay más de 600 millones de árboles que transpiran por el calor a través de raíces y hojas, creando el vapor que el viento empuja hacia los Andes para que se convierta en agua e irrigue la tierra hasta volver al mar. Un romance de larga data que está hoy amenazado.

La Corte Suprema de Colombia acaba de exigir al gobierno que en cuatro meses presente un plan de acción para hacerle frente a la deforestación en la Amazonia, principal causante del cambio climático en el país. En su fallo hizo una juiciosa recopilación de los hechos que han puesto el calentamiento global en la agenda internacional de políticos y jefes de Estado de todo el mundo.

Y, en base a la responsabilidad intergeneracional en la protección del medioambiente, reconoció que las generaciones futuras son sujetos de derechos y ordenó que el gobierno tome acciones concretas para proteger el país y el planeta en el que vivirán. Un paso fundamental que se suma a otras decisiones semejantes adoptadas por otros tribunales alrededor del mundo. De una manera o de otra, las órdenes presionan a los gobiernos para que cumplan y aumenten sus compromisos contra el calentamiento global.

En Estados Unidos, por ejemplo, un grupo de 21 niños ha demandado al gobierno porque el modelo energético establecido profundiza el cambio climático y viola sus derechos constitucionales, cuestión que irá a juicio en octubre, después de mucho batallar (Juliana vs. Estados Unidos).

La Corte colombiana, además de recoger el consenso científico sobre la importancia de los bosques en la mitigación del cambio climático, avanza y declara la Amazonia como un sujeto de derechos, lo que permite exigir la protección de este ecosistema por sí mismo y no sólo por las situaciones que afecten la vida humana. Una línea argumental que ya había seguido en el caso del río Atrato (2016) y que la jurisprudencia internacional ha venido profundizando, como ocurrió con el reconocimiento de la personalidad jurídica de los ríos Ganges y Yamuna, en India, y también con el Whanganui, en Nueva Zelandia.

Hoy, aquella declaración conmovedora y escalofriante de Severn Cullis-Suzuki está empezando a hacerse realidad, y no es sólo una voz, son las voces de estos niños y jóvenes que mañana serán adultos y pedirán cuentas a los responsables.

* Diplomático


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