Comida al paso, un menú variado en los caminos de Bariloche

Los más sofisticados tienen “foodtrucks”, pero hay chulengos y puestitos. Es una opción barata para los clientes y una salida laboral para los que se proponen dar de comer en el camino.

Menú vegetariano e infantil, sopa caliente para combatir el frío y hasta un café “de yapa”. En los últimos años, la multiplicación de la venta de comida en la calle obligó a los puesteros a diversificar la oferta gastronómica para sobrevivir en el mercado.


Luciano se posa sobre la banquina de la avenida de los Pioneros, a muy pocos metros del cruce a Catedral, y apoya la canasta sobre un banquito de plástico. Un cartel con letras en rojo indica: “Churros Bariloche”. De tanto en tanto, exhibe una bolsita de papel a todos los conductores que pasan por ese sector, con su mejor sonrisa.

Luciano, con sus churros, alterna entre el kilómetro 8 y el acceso a Los Coihues.


Tiene solo 20 años y llegó a Bariloche hace dos meses junto a su pareja. Llega a su puesto de venta alrededor de las 7 hasta las 11 y regresa a partir de las 15. Permanece hasta vender la totalidad los churros. Docentes y alumnos de los colegios de la zona son la principal clientela del joven churrero.


Si las ventas no repuntan en la “rotonda del 8”, Luciano abandona el lugar en busca de mejor suerte. Asegura que el ingreso al barrio Villa Los Coihues suele ser un buen punto de ventas.
“La gente es muy amable. A veces, puede ser fin de mes y te compran igual para comer, disfrutar y ayudar. A veces, estamos abajo de la nieve, o con lluvia y viento y la gente por ahí no tiene necesidad de comer, pero te colabora”, dice Luciano de León, con una voz suave que apenas se escucha por las fuertes ráfagas de viento que no alcanzan a voltear la canasta.
La docena de churros cuesta 200 pesos; 100 la media y 50 pesos los 3 churros. Trabaja incesantemente de lunes a sábado y, a veces, los domingos si necesita.

Este trabajo me da para pagar las cuentas. Lo más difícil quizás sea el frío pero nada que no se solucione con campera, camiseta térmica, alguna que otra calza abajo de los pantalones y las zapatillas que tengo desde que llegué. Ya vamos a remontar las ventas para comprar unas buenas botas para el frío”

Luciano de León


A pocos metros de este joven, dos foodtrucks trabajan sin parar. Es mediodía, el momento de más movimiento. Un poco más allá, dos puestos ofrecen chipá y fruta fina.


“Bocatas al sur” es el emprendimiento de un catalán que reside en Bariloche. Un cartel exhibe los tipos de sandwiches y los precios. El “sandwich Otoño”, carne de novillo braseada con vegetales y cerveza, más tomate, más alioli, se ofrece a 160 pesos. Los demás menús son iguales de contundentes, novedosos y al mismo valor.

Federico Schubert es empleado de Bocatas al Sur.


“Es una opción diferente a las hamburguesas y panchos. La gente que viene se dirige al cerro o vive en los kilómetros y pasa apurada. Comen algo y ya solucionan un tema del día”, resume Federico Schubert, empleado del food truck pintado vistosamente de amarillo.


En su primer mes de trabajo, explica que suelen vender 15 sandwiches por día en baja y las expectativas para la temporada de invierno son aún mejores. “Todavía no le gano al hamburguesero de al lado, pero va”, bromea.


Cuando fundió con su restaurante 19 años atrás, Juan Alberto de Luca decidió rebuscárselas de alguna manera. Arrancó con un carro chico que él mismo fabricó en el cruce de Pioneros.

Al principio me dio mucha vergüenza. Vino una persona y me dijo: se te achicó el restaurante. Pero fueron 19 años hermosos. Acá cosechás muchos más amigos. Hubo épocas de crisis, de multas, de montones de cosas que ahora no están porque estoy habilitado. Gané la licitación”

relata Juan Alberto de Luca, sin parar de preparar sandwiches, ante la mirada atenta de los clientes.



Reconoce que trabaja principalmente con público local, todos los días, de 11 a 16. ¿Las ventas? 40 hamburguesas. Quizás 60, aunque han llegado a ser 100. Todo depende del día. “Arranqué con hamburguesas, milanesas, bifes al disco. Hacía de todo; ahora, solo hamburguesa porque es lo que más sale. Estoy hecho un vago”, se ríe.


Juan Alberto reconoce que vive bien. “Este es mi lugar”, asegura y se emociona aunque sin dejar de trabajar, y sus clientes se ríen de los ojos llorosos.

Rebusque


“Soy panadero. En octubre me quedé sin trabajo, pero como había comprado el carro, lo fui refaccionando a pulmón y en diciembre, comenzamos a trabajar con mi mujer”.

Marcos Puñalef y su “Carro de León” en el Alto de Bariloche, sobre la avenida Herman.


Así lo relata Marcos Puñalef, mientras se apoya en el mostrador de “El carro de León” -en honor a su hijo- ubicado en una banquina de la avenida Juan Marcos Herman.
Vende tacos mexicanos, chorizo a la pomarola, sandwiches de milanesa, hamburguesas caseras. Cuando puede, ofrece platos del día. La panificación la hace él mismo.
“La gente busca precio, calidad y algo rápido. Va todo de la mano”, admite este hombre de 36 años que aguarda una licitación de algún parador para trabajar regularizado.


“El carro ya lo tengo habilitado pero estamos peleando un lugar. Todos necesitan trabajar y hay mucha competencia. Pero está el que la hace bien y el que la hace mal. Yo tengo un curso de manipulación de alimentos, la libreta sanitaria. Es la única entrada de plata que tenemos en casa y apostamos a esto”, reconoce.
De tanto en tanto, pasan autos que le tocan bocina y lo saludan.
Comenta risueño que días atrás, su carro remolcado por un Ford Falcon celeste se encajó en la nieve y tuvieron que ayudarlo.


Otro día, las fuertes ráfagas de viento casi voltean el carro y desistió de atender. “Soldado que huye sirve para otra guerra. De todos modos, nosotros vivimos de esto y tenemos que juntar la plata”, expresa.
“Desde diciembre, venimos aguantando el sogazo. Mal no estamos. A mi nene no le falta nada. Mientras Dios nos de salud, salimos adelante”, opina Marcos Puñalef.
No duda cuando se le pregunta sobre sueños. “Un foodtruck grande. Si logramos la licitación, estoy proyectando comprarme un carro con mesas y sillas. Este invierno no llegué pero al carro le quería hacer un toldo para que la gente se meta ahí abajo y coma tranquilo. Siempre estoy pensando en la clientela”, reflexiona.

La ventaja de ser tu propio jefe

En una esquina de Playa Bonita, Germán Kempel repara las primeras hamburguesas y chorizos del mediodía. Lleva dos años vendiendo comida en un “foodtruck” pero va cambiando de lugar hasta tanto obtenga la licitación.

Germán pone su puesto de venta en la zona de Playa Bonita.


“Mi vieja es gastronómica, mi viejo también tuvo emprendimientos así que lo mamé de chico. Cuando volví a Bariloche después de estudiar, terminé en la gastronomía porque es difícil vivir acá profesionalmente. Lo mejor de esto es ser tu propio jefe”, admite el hombre de 32 años.


Ofrece lomito, bondiola, chorizo: “Quería hacer algo más de afuera y desistí porque la gente busca lo más rápido y conocido”.

Adaptarse a las necesidades del cliente

Cansada de los trabajos en turismo solo durante las temporadas, Valentina Carusso comenzó a pensar en un “algo propio”. Con una amiga, arrancaron elaborando pastas caseras para vender; después, llegaron los catering para eventos. Y finalmente, surgió la idea de comprar un carro para afrontar las bajas en algún espacio de la ruta.

La Cabrona se instala siempre en este rincón del kilómetro 2 de Bustillo.


“Siempre hay público; solo hay que ir adaptándose a las necesidades de la gente. En verano se mueve mucho más porque permite comer afuera pero en invierno también. Le dimos una vuelta y ahora ofrecemos también sopas, cafés, cosas calentitas”, detalla la mujer de 32 años mientras atiende a un hombre que para sobre Bustillo para almorzar en “La Cabrona”.


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