Con los más pequeños, todos somos guardavidas

Cada vez que se informa acerca de la muerte de un menor corre un hilo de agua gélida por nuestras espaldas. Por su carácter antinatural y su absurdidad, son noticias particularmente sensibles y dolorosas.


Sin embargo, hay decesos de niños que podrían ser evitables y a pesar de ello ocurren con inquietante asiduidad. Así, en nuestro país cada cinco días fallece ahogado un niño menor de 4 años, siendo una de la principales causas de muerte infantil.


Por tal motivo la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) recomendó garantizar una vigilancia atenta y permanente de un adulto responsable, eliminar o tapar reservorios de agua como pozos, baldes, cisternas o barriles e instalar cercos perimetrales en las piletas.


Ello legalmente se define como “vigilancia activa” y consiste en el deber de brindar buena educación y cuidado a los hijos menores de edad. Como sostuviera Jorge Mosset Iturraspe, “los menores constituyen un riesgo grande de dañosidad (incluso contra si mismos) y de ese riesgo deben responder los padres, los que le dieron el ser y lo trajeron al mundo”.
Según el Boletín de Estadísticas Vitales del Ministerio de Salud de la Nación, en 2018 fallecieron por ahogamiento 77 niños de 0 a 4 años, lo que representa prácticamente 1 caso cada menos de 5 días, y se “considera el grupo de mayor riesgo y más vulnerable a los niños desde que empiezan a caminar o movilizarse por sí mismos hasta los 5 años de edad”, indicó la SAP en su comunicado.


La pediatra Ángela Nakab por su parte sostuvo que “con los niños de entre 1 y 4 años la intervención de los padres se hace particularmente necesaria porque es un período donde el ímpetu infantil aumenta”.
La organización pidió garantizar el control permanente de un adulto mientras los niños están en bañeras, piletas o zanjas; los “asientos de bañera” para bebés no son dispositivos para la prevención de ahogamiento y no sustituyen la vigilancia del adulto.


Recomendaron además las siguientes medidas:
1. Cercos: la instalación en “todas las piletas de cercos perimetrales completos fijos o removibles de una altura mínima de 1,30 metros” y “si tiene barrotes, la distancia entre ellos no debe ser mayor de 10 centímetros; ni horizontales porque pueden usarse como escalera”.
2. Bordes y pisos: “Los bordes y el piso alrededor de las piletas deben ser antideslizantes” y “utilizarse dispositivos de flotación personales como los chalecos salvavidas homologados en todas las embarcaciones según el peso del niño y deben complementarse con la vigilancia de los adultos”.
3. Evitar ciertos dispositivos: hay que evitar la utilización de “bracitos inflables, de ruedas de círculos y/u formas de animales inflables” porque son considerados peligrosos.
4. Chalecos: deben tener abertura anterior y que cierren con tres broches de seguridad con cinta inextensible que pase por debajo de la ingle.
5. Selección de balnearios: estos establecimientos deben contar con boyado y señalización bien visible, actualizado acorde a los eventuales cambios del nivel del agua; guardavidas profesionales en número adecuado a los bañistas, entrenados en reanimación cardiopulmonar y con un sistema de rescate adecuado a cada lugar: megáfonos, motos de agua, embarcaciones de rescate y atención inicial inmediata.


El tema abordado reflota la enorme trascendencia que implica el cuidado constante de los más pequeños, quienes frente al medio acuático se encuentran en un grado de vulnerabilidad extremo.


Por su parte velar porque los hijos aprendan a nadar cuando tengan edad suficiente debiera ser parte de la educación integral, sea provista formalmente o no. Los Países Bajos, el Reino Unido, Bélgica y Australia entre otros países incluyen como obligatoria dentro de la currícula educativa la práctica de la natación.


Hay decesos de niños que podrían ser evitables y pese a ello ocurren con inquietante asiduidad. En nuestro país cada cinco días fallece ahogado un niño menor de 4 años.



Otro saber que aún no ha logrado expandirse con la amplitud suficiente en nuestro país es la aplicación de la RCP por parte de cualquier persona, incluso los padres.


Por último genera cierta perplejidad cómo padres permiten a sus hijos pequeños (niños) adentrarse en espejos de agua de la zona, solos con un kajak o tabla, sin el acompañamiento de un mayor. Circunstancias como un repentino viento o cambio de clima pueden ser suficientes para transformar un agradable paseo en una tragedia.


Todas estas sugerencias aunque aparenten ser una perogrullada no lo son, y como muestra de ello resultan patéticas las cifras de muertes por ahogamiento de niños en nuestro país.
Una distracción de pocos segundos o una subestimación del riesgo pueden ser suficientes para apagar una vida o generar daños irreversibles en un niño.


Por ello en materia de cuidado en el agua de los más pequeños todos somos guardavidas.


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