Con talento, nervios de acero y humor

El Cuarteto de Cuerdas de la Fundación Cultural Patagonia y el Ensemble de Percusión Patagonia actuaron en Buenos Aires.

Los músicos de Roca hicieron su presentación en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires- auditorio Jorge Luis Borges- el último domingo con un obra de Félix Mendelssohn para cuarteto de cuerdas y una serie de piezas para percusión y también la intervención de las cuerdas. Todo esto en el marco de el ciclo Música en Plural y en un ambiente enrarecido por un festival de la comunidad japonesa, que se realizó en la explanada de la biblioteca, cuyos ecos llegaban al recinto del auditorio atentando contra el clima de concentración que un concierto merece. A pesar de todo, los músicos de la Fundación Cultural Patagonia sortearon la dificultad con notable entereza artística.

Sucedió que al ingresar el público en la Biblioteca Nacional se encontró con que en la explanada del monumental edificio, obra del inefable Clorindo Testa, se realizaba un festival de la comunidad japonesa con danzas, canciones y rituales que se escuchaban en toda esa zona de la Recoleta y llegaba con su masa de sonidos hasta el mismo auditorio, en el primer piso, donde se iba a desarrollar el concierto. Esto se mantuvo durante todo el espectáculo, más allá de las inútiles disculpas de las presentadoras. Lo cierto es que se puso de manifiesto errores de organización y de estructura, porque una sala así, debe permanecer aislada de sonidos externos, si las condiciones de construcción fueran las debidas y, en todo caso, los horarios se hubiera barajado con más criterio.

Dicho esto, los músicos del Cuarteto de Cuerdas de la Fundación Patagonia se aprestaron a ejecutar su concierto como si estuvieran en una burbuja, lejos de tanta molestia externa. Lo hicieron con una concentración admirable. Porque no es un chiste ejecutar al gran Félix Mendelssohn con semejante condimento de ecos orientales. Se requiere una absoluta compenetración y buena voluntad para con un público que casi colmaba la sala y estaba visiblemente molesto.

Mendelssohn (1809-1847), calificado por los británicos, con quienes pasó temporadas, como un clásico romántico, es uno de esos prodigios -ya desde niño- que abarcó varios géneros dentro de la música- (todos conocen su maravillosa visión de «Sueño de una noche de verano») y hasta se dio el lujo de ser un gran pianista. La música de cámara fue una de sus devocione también, con una serie de composiciones para diversas formaciones -su octeto es considerado una cumbre- y las cuerdas, una instrumentación que dio rienda suelta a su genio, nutrido tanto de Bach como Beethoven, pero también de Goethe o Cherubini en una multiplicación de influencias de diversos artistas. Claro que hizo lo propio, destilando una facilidad e inspiración que a veces evoca a ese Mozart y una especie de complicidad lúdica que parece hermanarlos.

El «Cuarteto para Cuerdas N° 4 en fa menor Op. 80» que ejecutó la agrupación patagónica es una de esas obras que parecen deslizarse sobre ruedas de inspiración, aunque aquí sean las cuerdas las encargadas de transitar cierta tensa inspiración de primer movimiento, continuarse en el segundo, ponerse más reflexivas en el tercer movimiento y confluir exquisitamente en el último. Es una pieza de melodiosa factura, llena de ese ardor que caracterizaba al músico, una pieza con destellos de los violínes notables, y un sustento sensual y destacado del cello. Los músicos de Roca pusieron esa cuota de alma, conocimiento y de justeza instrumental, el debido equilibrio para una obra de intensa profundidad.

La otra parte del programa estuvo a cargo del equipo percusivo liderado por Angel Frette que comenzó con un verdadero divertimento -«Eine Kleine Tischmusik»- de Manfred Megkols con cucharas sobre mesa y el solo ritmo de las mismas al grito de «mozo» acompañados por los pies, una gestualidad acorde con el enfoque humorístico y una verdadero festival gastronómico de encantador redoble de sonido. Es muestra que nació con el golpe primitivo y luego se hizo música. En todo caso todo empezó golpeando algo o marcando el ritmo con los pies. Fue lo primitivo que pasó a ser » música» y «danza».

Luego vinieron dos piezas (la «Ininterrumpida» y «Otra Latitud») de Guilio Espel, donde Frette en vibráfono se lució junto con el Cuarteto de Cuerdas, que aquí sumó notable versatilidad en otro tipo de músicas. Todo, a pesar de cierta aridez en las composiciones.

Otra de las obras fue «El conde Espátula» (de Gabriel A. Videla) una gracia de tono pictórico para dúo de percusión, donde no faltaron los tachos de pintura y las espátulas, por supuesto, esta vez generadoras del sonido y la humorada .

Tal vez la «Plegaria» de Saúl Cosentino se convirtió en el punto más alto de esta segunda parte, allí donde el Cuarteto de Cuerdas y Frette con su Yamaha logran una comunión magnífica en una textura musical atrapante, de notable lirismo. Lo mismo que en «Nuestra esperanza», también de Cosentino, donde el matiz de música ciudadana agregó una aproximación al porteño escenario.

Por último Frette y su equipo se sentaron en el escenario frente al público, dijeron de donde venían y lo que significaba el Instituto Universitario Patagónico de Artes como semillero de artistas; comentaron, además, con gran sentido del humor, que iban a ejecutar una obra para «tachos y coro japonés» en alusión a los sonidos orientales que invadían la sala. Así culminaron con «Sticking Garbage» una suelta y muy batucada composición de Ed Argensiano que distendió el ambiente. Tampoco se olvidaron de hacer el saludo oriental. Demostrando que hacer música es también ayudar a la convivencia. Una buena actitud de estos excelentes artistas que sumaron calidad de ejecución a una encantadora personalidad adaptada a las circunstancias. Luego todo el mundo se mezcló con los japoneses, que eran multitud, como limando ásperas fronteras en el marco (vale aquí lo del ciclo «Música en Plural») de hacer arte.

JULIO PAGANI


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