Opinión: La Scaloneta de la gente

En la despedida de su público, los jugadores y el cuerpo técnico de la selección volvieron a recibir el cariño de los argentinos.

Comunión. Si hubiera que describir en una palabra la noche perfecta que se vivió el viernes en La Bombonera, probablemente “comunión” sería acertada. Esta calificación, repetida incluso por los protagonistas, viene como anillo al dedo para un partido que terminó de fundir eternamente a “La Scaloneta” -como se cantó en Brandsen al 805- y la gente, al menos una última vez antes de la aventura que tendrá lugar a fin de año en Qatar.

Hubo comunión en todos los detalles. En la previa, con los alrededores de La Bombonera repletos de familias, con padres llevando a sus hijos por primera vez a la cancha. Con grupos de amigos de todos los puntos del país viajando a ver en vivo a Messi. Con una alegría que contrasta directamente con el contexto socioeconómico que atraviesa Argentina. En este desierto que parece nunca acabar, el equipo de Scaloni es un oasis de algarabía, fiesta popular, esperanza.

Hubo comunión de parte de los jugadores. Desde que llegaron al estadio, saludando a cuanto hincha se crucen. Durante el partido, respondiendo a cada ovación con saludos. En los festejos de los goles, en la despedida, saludando a los cuatro costados. También de parte de los que fueron convocados y no jugaron, presentes en la tribuna; o de jugadores como Darío Benedetto, que disfrutó la noche del viernes en los palcos filmando y aplaudiendo a sus ex compañeros. O Mariano Andújar, que asistió como uno más a alentar, como tantos otros protagonistas de cada domingo de nuestro fútbol.

Hubo comunión con Scaloni, quizás el perfil más bajo de este grupo. Fue cediendo ante las reiteradas ovaciones, tímido al principio, cabeza gacha y algún pispeo después, y finalmente saludó a la vuelta del vestuario. “La Scaloneta, la puta que lo parió” fue casi un mantra después del tercer gol, cuando el partido estaba liquidado y todo era festejo.

Pero sin dudas, más importante que el contexto -que se exacerbó en La Bombonera pero que ya era positivo desde antes de la Copa América-, fue la comunión dentro de la cancha. Fuera del análisis quedará el rival, que no fue medida y que una vez más pasó con mucha más pena que gloria por las Eliminatorias. Argentina jugó bien. Argentina ganó bien. Argentina se permitió un espacio para disfrutar el partido. Y, sobre todo, Argentina se tomó el partido en serio, como todos los que juega desde hace rato.

En los papeles era un trámite: la Selección ya estaba clasificada y Venezuela eliminada. Pero todos querían estar. Messi, que venía de ser silbado en París y de no jugar el último encuentro por una incipiente gripe, se calzó la 10 y la rompió. De Paul se ganó una vez más la ovación por demostrar que es útil en todos y cada uno de los sectores de la cancha, y que al fútbol se juega con los pies pero mucho más con el corazón. Di María se ganó merecidamente una ovación y un perdón. Hasta hubo aplausos para Armani, en un contexto en el que el público fue de la Selección pero tuvo un repertorio de canciones más bien Xeneize.

Se jugó con seriedad, porque en el horizonte está Qatar. Scaloni lo dijo en conferencia: “Todavía hay margen para mejorar”. Por lo pronto, el equipo sigue dejando buenas sensaciones. 30 partidos sin derrotas no se consiguen todos los días. Y de la misma forma que no deben nublarle la visión a La Scaloneta, es justo darnos un espacio para la ilusión. El contexto lo pide. Está todo demasiado feo como para no disfrutar de las pequeñas cosas.

Se juega como se vive, y en Argentina hay intensidad día a día, partido a partido. Quizás por eso mismo, La Scaloneta entró en una fase de comunión absoluta con su gente. En la cancha son 11, pero atrás de ellos estamos todos. Es válido ilusionarnos, porque vendrán cosas buenas. Y así como el país renació mil veces, la Selección también lo hace.


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