La Selección, radiografía de una pasión bien argentina

El clamor popular por el equipo campeón del mundo confirma la devoción, no sólo del hincha albiceleste, sino del mundo entero por Lionel Messi y compañía, que hoy ofrendarán la Copa a sus seguidores en el Obelisco porteño.

Un sentimiento capaz de reducir la razón a la mínima expresión y dominar la voluntad. Un afecto desmedido pero real, autentico, sin falsedades ni dobleces. Que puede sobredimensionar el dolor, pero cuando el motor es la felicidad el pecho se infla y las lágrimas, dulces y genuinas, nublan la vista.

Es la pasión y ya. Para algunos nada, para nosotros todo. No se compra en un bazar de emociones, se transmite de generación en generación y sí, es bien argentino. Hay que hacerse cargo, porque todos los que nacimos en esta tierra lo tenemos incorporado.

Muchos no lo saben hasta que algo o alguien lo saca del modo doctor Jekyll para darle paso a un desatado señor Hyde dominado por un entusiasmo desconocido.
Ese algo o alguien fue provocado por esta Selección capitaneada por Lionel Messi, el ídolo planetario adorado en un sinfín de latitudes, pero que con la argentinidad a flor de piel es capaz de regalar en vivo para la tevé un “qué miras bobo… andá pa’ allá”. Y ahí mismo todo eso se hizo bandera, remera, estampa en la taza de café, tatuaje o calco para el auto.

Eso es la pasión argentina, la manifestación creativa, ocurrente y única que es reconocida en todo el mundo, para bien o para mal, de acuerdo al lugar donde te tocó nacer. Si nunca se te erizó la piel con una gesta de tu Selección, cualquiera sea la disciplina en cuestión, jamás sabrás de qué se trata ni tampoco lo podrás entender.

Claro, acá tuvimos gestores que alimentaron ese amor incondicional, para muchos incomprendido. Nosotros tuvimos a Diego Maradona, valiente, protector y políticamente incorrecto; y ahora lo tenemos a Lionel Messi, el que no cantaba el himno y era pecho frío. En la comparación se armó la grieta (cuando no) pero Messi siempre fue Messi, y sólo fue maradoneano cuando quiso serlo. O cuando le salió. El “qué mirás bobo…”, no se aprende de grande, la cuna y el barrio son los hacedores.

Y quizás esté aquí buena parte de la explicación contemporánea para aquellos que preguntan el origen, más allá de que la pasión argentina ha sabido atravesar los tiempos sin tener muy en claro cuál fue su génesis.

Hoy Lionel Messi bajará desde el avión con la Copa del Mundo en la mano para que el patrón pasionario argentino cierre su círculo de veneración.
“Tantas veces lo soñé, tanto lo deseaba que aún no caigo, no me lo puedo creer”, posteó Messi después de la consagración. A diferencia de las otras grandes citas donde no se logró el objetivo, Messi esta vez no lloró.

En la victoria prefirió la mesura, optó por mirar a su familia en el palco del estadio Lusail de Doha y decirles “ya está…”. Era el fin del calvario que daba paso a la eternidad reservada a los campeones del mundo, por más de que le dijeran que ya no estaba obligado a nada.

Vaya privilegio el nuestro tener a Messi, que prometió no “dejarnos tirados” tras perder en el debut con Arabia. La devolución fue el aliento de los 40.000 argentinos en Qatar, el asombro de los jeques, las canciones y los cientos de miles de personas que hoy le darán tributo a un grupo de jugadores que los hizo felices. Así de simple, natural y genuino.


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