Dos desconocidos, una kombi y un viaje para enamorarse

Federico La Rosa y Giuliana Barciocco durante meses chatearon por Instagram. Para encontrarse por primera vez, en enero, planearon un viaje al sur de Buenos Aires.

Redacción

Por Redacción

Soy Federico La Rosa (30) y paso a contar un amor de ruta en tiempos de pandemia. Con Giuliana Barciocco (28) nos conocimos por Instagram, sin tener idea en los sentimientos que surgirían meses después. La distancia no era novedad para mi que soy de Cipolletti pero trabajo embarcado a bordo de yates en el exterior. Giuliana por su parte, es oriunda de Bahía Blanca y enseña ingles en jardín de infantes.

Chateabamos y para fines de 2020 supimos que nos queríamos conocer en persona, y a lo grande. Después de tanto tiempo sin vernos ¿Que tal si nuestro primer contacto era apostándolo todo en un road trip por el sur de la Provincia de Buenos Aires?

Federico y Giuliana en las ruinas de Epecuén.

Recién acababa de transformar en motorhome mi Kombi VW de 1983 y se moría por estrenarla en la ruta. Giuliana aceptó salir de la zona de confort y embarcarse en una estoica aventura de 3 semanas. Tendríamos que querernos para poder convivir 24 horas en un habitáculo que se transforma de sillón en cama, sin ducha, ni baño.

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Solo sabíamos a grandes rasgos donde iríamos. Viajé de Cipolletti a Bahía Blanca y de ahí a conocer la zona del sur de Buenos Aires, la villa derruida de Epecuen era la ultima meca. Una mera excusa para conocernos y conocer los puntos olvidados del turismo nacional. A la una hora de conocernos en un bar de Bahía, trazábamos anotaciones en un mapa del ACA ¡Pintaba lindo!

El 11 de enero de 2021 fuimos a Tornquist, un pueblo que regula su tráfico con un sinfín de boulevares. Todo alrededor de una de las mejores plazas públicas que vimos: con lagunas, puentes de madera y patos eun un espacio verde frente de la municipalidad.

La siguiente parada seria Villa Ventana, a unos 30 km. Por fin la Kombi empezaba a sentir subidas y bajadas, nada muy difícil, pero sí que rompía la bella monotonía pampeana. Al llegar a Villa uno no entiende si erro unos 800 km y no estará en algún paraje de la cordillera: abundan la cartelería en madera, los pinos y el fresco (en serio, no se olviden el buzo grueso). Una gastronomía espectacular en su pintoresco mini centro con muchas artesanías.

Para este entonces ya pasábamos la mayor parte del día conociéndonos. Habíamos hablado muchísimo pero la prueba de fuego está en el cara a cara y en sentimiento cuando miras a la otra persona sonriéndote. Vaya si estábamos pasando esa prueba.

A mitad de camino entre Sierra y Epecuen, Puan es un pueblito de unos 5000 habitantes. Era para nosotros un simple lugar de paso, y nos sorprendió mucho. Una explanada con patio cervecero hace las veces de costanera de una laguna espectacular. Las vistas al atardecer del espejo de agua, con su fauna y su misteriosa isla, nos quitaron el aliento. No encontramos lugar formal donde dormir (el camping no estaba habilitado por la pandemia) y nos fuimos a perseguir leyendas a “los piletones” (donde incluso bien entrada la noche ningún fantasma nos asustó); y a pasar la noche en la playa de estacionamiento de la Shell local.

Después de un par de ajustes mecánicos encaramos a Carhue ¿Qué camino tomar, el que dice el mapa de 80 km o el que aconseja el habitante local a solo 40km? Por supuesto que tomamos ese atajo de tierra, tan suelta que nos tomó sus 3 horas cruzar. En el medio nos topamos con Erize, un pueblo con 14 habitantes y unas 20 vacas. A la hora de la siesta, nos quedó como sinónimo de quietud. Otro ejemplo más de pueblo devenido caserío en cuanto desapareció el ferrocarril.

Carhue fue tan lindo, con su ecoplaya y enorme plaza, que nos quedamos varios días y nos sirvió para parar un poco. En cuanto la gente sabía que veníamos en Kombi se iluminaba su cara como en ningún otro lado. La ecoplaya ya es un hito no solo para los locales: ¡Fue allí donde hace unos años se logró el Récord Guinness de más personas flotando al mismo tiempo en un solo lugar! Como para no flotar, el agua es tan salina que es un pequeño mar muerto en el medio de Buenos Aires.

Por fin pudimos conocer en persona las típicas postales asociadas a Epecuen: su matadero abandonado, el pueblo en ruinas épicamente triste y los árboles blancos despojados de hojas recortadas contra el atardecer de la laguna. Un pueblo que recién logro emerger en el 2009 de las aguas que se la comieron en los 80 por un tema de recorte de obras públicas en la época de la dictadura.

Llego la hora de encarar la vuelta, pasando por Pringles y parando en el primero de los balnearios que visitamos en la Costa Atlántica: Reta. Nos quedamos en un hostel para dormir un poco en una cama propiamente dicha. Tiene una playa extensa y según dicen una cascada hermosa que no llegamos a visitar.

Decidimos abandonar la multitud e instalarnos un par de días en el último destino de este viaje inaugural de nuestro amorío: Marisol, a 20 km de Reta, nos deleitó con su playa serena de olas grandes, y porque no decirlo, las mejores empanadas que comimos en nuestras vidas. Irónicamente fue en Marisol donde comimos también la peor pizza.

Epecuén era el destino final: en el 2009 emergió del agua.

Terminamos el viaje, más que satisfechos por la relación que empezaba exitosa y épicamente. Un sabor agridulce de despedirnos y de empezar la siguiente gran aventura: nuestra relación pandémica a distancia, poblada de viajes futuros, videollamadas y hasta cartas ¡Creemos que la apuesta a todo o nada fue la mejor!

Bautizamos a la Kombi como La Sonajero porque cada vez que agarramos camino de tierra, todas las tacitas, bowls y artefactos repiquetean como uno. Si quieren seguir nuestras aventuras más en detalle, los invitamos a seguirnos en Instagram @la.sonajero


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