El mandato de bajar la inflación y el déficit, cumplido con creces
En el primer año de Milei, el conjunto de la sociedad resignó las formas y aceptó el costo del ajuste. El atraso cambiario y la salida del cepo, son los grandes interrogantes de cara al futuro.
Hace exactamente un año cuando Javier Milei dio su primer discurso como presidente en las escalinatas del Congreso de la Nación, acababa de recibir un mandato de validación de parte de más de la mitad de la población argentina.
Las premisas de ese mandato se resumían en dos prioridades: bajar el déficit fiscal y erradicar la inflación. La adenda implícita a esa delegación, era tan potente como imperativa: las formas y los medios quedaban absolutamente subsumidas a los fines. A la luz de las condiciones establecidas por una abrumadora mayoría en aquel punto de partida, Javier Milei cumplió con creces en su primer año de gestión.
El presidente logró en solo doce meses controlar el déficit fiscal y sostener a lo largo de todo el año el superávit en las cuentas del Estado, eliminando la emisión monetaria directa como mecanismo de asistencia financiera al Tesoro nacional.
Logró además que el salto inflacionario inicial se transformara progresivamente en datos cada vez más cercanos al 2% mensual, y culmina su primer año en el sillón de Rivadavia, con expectativas de que ese 2% se transforme en un 1% mensual.
El ímpetu desregulador con el que desde el día cero el gobierno libertario emprendió la misión de desmantelar la burocracia del sector público, achicando los costos fijos de la estructura en muchos casos dantesca del Estado, fue otra de las patas fuertes.
El “círculo rojo” empresario, ve en Milei una versión desfachatada, radical e inescrupulosa de aquella ilusión de supo despertar Mauricio Macri, y finalmente no fue.
La Ley Bases, el DNU 70/23, y la creación del Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado a cargo de Federico Sturzenegger, le valieron al mandatario el beneplácito total del “círculo rojo” empresario, que ve en Milei una versión desfachatada, radical e inescrupulosa de aquella ilusión de supo despertar Mauricio Macri, y finalmente no fue.
Dicho eso, vale repasar también el precio del éxito. El costo que el combo de “motosierra y licuadora” impuso a la sociedad en su conjunto.
El primer año de Javier Milei en el poder culmina con la economía cayendo al 3% interanual, y los tres sectores clave de la actividad real, industria, construcción y comercio, dando tibias señales de recuperación luego de haberse desplomado un 30% en el primer semestre.
Tras el sacudón inicial de los primeros dos meses, en que la inflación acumuló un 36,6% y los salarios registrados (Ripte) aumentaron un 27%, los salarios reales medidos en pesos (la moneda en la que los asalariados perciben sus ingresos y luego gastan), culminan el año marchando un 7% por debajo de los precios minoristas.
A ello hay que agregar la profundización de la pobreza, que según la medición que acaba de publicar la UCA, acecha en el tercer trimestre del año al 49,9% de la población y al 65,5% de los niños y niñas de entre 0 y 17 años.
El tipo de cambio real no solo es más bajo que el registrado al final de la gestión económica de Sergio Massa, sino que es el más bajo desde la previa a la salida del cepo de Mauricio Macri en 2016.
Un dato no menor, es que la motosierra se haya posado sobre los jubilados como llave para abrir la puerta al superávit fiscal. Un tercio del ajuste llevado a cabo en el primer trimestre fue “aportado” por los jubilados, y el reciente recorte en la cobertura de medicamentos al 100% vuelve a recaer sobre jubilados que se encuentran por debajo de la línea de indigencia.
A todo ello se resignó el conjunto de la sociedad con tal de dar licencia a quien se dispuso de entrada a pagar el costo político de resolver el déficit y la inflación.
La ausencia de reacción masiva contraria al ajuste, a excepción del capítulo universitario, es todo un botón de muestra al respecto.
El gran pendiente del primer año de Milei, es la salida del cepo cambiario. La conducción de Luis Caputo no solo enterró definitivamente la “dolarización” como bandera, sino que desempolvó una herramienta utilizada hasta el cansancio por el kirchnerismo: el atraso cambiario como ancla de precios internos.
La estrategia fue notablemente efectiva en términos políticos de corto plazo, aunque deja abiertos serios interrogantes de cara al futuro inmediato. El tipo de cambio real no solo es más bajo que el registrado al final de la gestión económica de Sergio Massa, sino que es el más bajo desde la previa a la salida del cepo de Mauricio Macri en 2016.
La contracara es un multimillonario negocio financiero, vedado para las mayorías y reservado únicamente para los poderosos, que al abrigo de un “dólar planchado” aprovechan las mieles libertarias para “hacer tasa” en pesos, mientras sea posible.
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