Ajedrez geopolítico

La semana que pasó mostró que la tensión geopolítica entre Estados Unidos y China por el liderazgo global está lejos de amainar y, por el contrario, ambas superpotencias diagraman cuidadosamente sus pasos, incluyendo las relaciones con terceros países, lo que obligará a los gobiernos latinoamericanos, y de Argentina en particular, a realizar cuidadosas maniobras de balanceo para no quedar entrampados en complejos juegos de intereses.

El Congreso del Partido Comunista Chino (PCCH) inaugura hoy un encuentro que allanará un tercer mandato para el presidente Xi Jinping y lo consolidará como el líder más poderoso desde Mao Zedong, buscando afianzar el poderío económico, político y militar global alcanzado por China bajo su mandato, pero que enfrenta una compleja coyuntura.

Al mismo tiempo, la Casa Blanca divulgó el jueves su “Estrategia de seguridad nacional”, un documento de 48 páginas donde revela sus objetivos a futuro. Destaca que imponerse a China a largo plazo, sobre todo en el área económico-tecnológica, y contrarrestar a Rusia en lo inmediato para mantenerse como primera potencia mundial serán las prioridades de la gestión de Joe Biden.

Como parte de este ajedrez geopolítico, está el interés creciente de Beijing por estrechar lazos políticos e incrementar inversiones en América Latina, vistas con creciente recelo por Washington, que sin embargo no traduce la preocupación en mayor presencia económica o política en la región. Aunque esta rivalidad deja periódicos picos de tensión -como en Taiwán- los expertos señalan que difícilmente se produzca una nueva “Guerra Fría”, porque, al tiempo que rivales, China y EE.UU. son socios comerciales y sus economías están tan interconectadas a nivel productivo y financiero, que un “desacople” como el que existió con el bloque soviético es imposible.

En este marco, los países sudamericanos, desde una escasa relevancia estratégica global, buscan acomodarse a este complejo y desafiante escenario. En el caso de Argentina, China es el segundo socio comercial, tras Brasil, y Estados Unidos ocupa el tercer lugar. Con China, el énfasis está en el comercio de materias primas como alimentos, minerales y energía, mientras que en el caso de EE.UU. se concentra en bienes intermedios, servicios y sobre todo en el sector financiero, donde la mayor parte del endeudamiento externo está bajo influencia de Washington.

El Gobierno insiste en que el potencial en agroindustria, energía y economía del conocimiento la posicionan en un escenario internacional. Pero desequilibrios internos (inflación, tipo de cambio, falta de competitividad) y políticas internas y exterior erráticas e improvisadas impiden desarrollarlo.

A diferencia del siglo pasado (con Inglaterra y EE.UU.) hoy no hay un triángulo comercial, sino que Argentina mantiene una relación bilateral separada con Beijing y Washington. Por ello, muchos académicos recomiendan, más que cambiar, diversificar los vínculos externos para ganar margen de maniobra, ya que si bien China presenta un discurso más flexible para cada país, sin los condicionamientos tradicionales de las potencias occidentales, sus modalidades pueden ser tan coercitivas como aquellas.

Los economistas Carlos Ominami, Jorge Heine y Carlos Fortín denominaron “No alineamiento activo” a esta forma de inserción que debiera ensayar América Latina. Lejos del nacionalismo proteccionista de los 70-80 que proponía “encerrarse”, creen que la región debiera “abrirse a un mundo ancho y ajeno”, donde el área Asia-Pacífico desplaza como eje global al del Atlántico europeo y fortalecer los organismos regionales (Mercosur y Celac) para tener voz común en un escenario que exige respuestas globales a problemas como el cambio climático o las pandemias.

De otro modo, se corre el riesgo de cambiar vínculos de dependencia antiguos por otros nuevos, con similares resultados para los intereses nacionales, el desarrollo económico y el bienestar de la población a los del pasado.


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