Avance a la normalidad
Aunque el eje del debate de esta semana fue político, debido al fallo de la Corte que confirmó la Cristina Fernández de Kirchner, un dato económico movilizó el optimismo tanto del gobierno como de los principales actores económicos: la inflación de mayo alcanzó el 1,5%, menos de dos dígitos por primera vez desde 2020. Aunque sigue siendo una cifra altísima para los parámetros internacionales, en un país como Argentina, tan castigado por la inestabilidad crónica y los volantazos económicos, pone un horizonte más cercano para el regreso a la normalidad.
Como desde hace tiempo, los indicadores difundidos esta semana llaman al optimismo y a la prudencia en medida similar .
Desde el Gobierno de Javier Milei se destaca que es el segundo mes desde la salida del cepo con la cotización del dólar en el centro de la banda sin traslado a precios de la flotación de la divisa, que la “inflación núcleo” retrocedió a 2,2%, que a nivel interanual llegó al 43% y suma trece meses consecutivos de desaceleración en la comparación contra igual mes del año anterior, que Argentina mantiene superávit primario financiero desde 2024, las reservas del Banco Central aumentan y las proyecciones indican una consolidación de la tendencia.
Desde los sectores críticos alertan sobre el deterioro del frente externo, donde el superávit de 2024 podría convertirse en déficit por la suba de importaciones y el auge del turismo al exterior, la pérdida de competitividad por la apreciación del peso (o atraso cambiario, según quien lo analice), el alto costo del financiamiento en especial a las pymes y la fragilidad del crecimiento incipiente que muestra la economía. La contracara del fortalecimiento de las reservas es, para estos sectores, una fuerte suba del endeudamiento externo del país. Casi al mismo tiempo que el Indec anunciaba la histórica baja del índice de precios, el ministerio de Trabajo difundía un informe que mostraba la pérdida de 12.700 puestos de trabajo registrados y un aumento de la informalidad laboral.
No hay duda de que esta baja sostenida de la inflación es lo que más valora la sociedad del gobierno de Javier Milei, lo que se refleja en las encuestas de opinión.
Pero para una gran mayoría se trata de un apoyo pragmático, no ideológico ni militante. Se reconoce la salida de una dinámica inflacionaria asfixiante que generaba incertidumbre e impedía planificar el futuro. Aunque a muchos les desagradan las formas del presidente y preocupa el desempleo y la pérdida de ingresos, perciben que se está haciendo algo distinto después de tres administraciones económicas consecutivas fallidas, hay un cambio de rumbo y metas sostenidas con convicción, que por el momento están mostrando resultados palpables.
Como bien resumió el politólogo Carlos Fara, “más que una revolución cultural, la gente solo espera que le faciliten la vida”.
Si bien su prédica en favor de un Estado más pequeño y eficiente parece tener cada vez más consenso, las movilizaciones por la situación de las universidades y el hospital Garrahan muestran que el acceso a la salud y la educación públicas de calidad son todavía una demanda vital para las clases medias y bajas.
El propio presidente adhirió a este pragmatismo en su gira por España, donde ratificó que no negociará el orden macroeconómico, el equilibrio fiscal, la desregulación de los mercados y la apertura al comercio y la inversión privados. Pero reconoció que, si bien su convicción era adoptar medidas radicales como cerrar el Banco Central y marchar hacia la dolarización, en el contexto actual la medida hubiera generado una hiperinflación y niveles de pobreza y tensión social imposibles de sostener políticamente.
El gran desafío para el Gobierno será mantener la estabilidad macroeconómica con medidas que hagan sostenible la recuperación económica, impulsando reformas estructurales que estimulen las inversiones, mejoren la productividad y promuevan la creación de empleo formal. Ello requiere no sólo de estrategias económicas, sino de la búsqueda de consenso político más allá de los incondicionales y de estabilidad institucional. Sin mejoras tangibles para el bolsillo de las clases medias y los sectores más postergados, el respaldo a la gestión económica puede flaquear rápidamente.
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