Feria de vanidades

El país se le hace muy difícil alcanzar similares procesos de convergencia que, a veces más inteligentes y otras de vuelo más corto, se dan con mayor naturalidad en otros lugares del mundo.

Redacción

Por Redacción

La capacidad para concebir coaliciones inteligentes, donde cada parte sea un pedazo del todo, es algo que parece que le ha sido vedado a la Argentina en materia política. En Europa en general, en Israel en estos días o aun en Japón o en la India, los partidos arman alianzas para ganar elecciones o bloques con terceros de ocasión sin resignar ni principios ni blasones a la hora de trabajar cosas en común, acuerdos temporales que, cuando finalizan, no llevan a nadie a pensar que llegó el fin del mundo.

Aquí, ese juego democrático resulta impensado, ya que la desconfianza es moneda corriente, el dramatismo le gana al diálogo y el conventillo a la lucidez política. La idea general en la Argentina es que esas alianzas se hacen solo para llegar al poder y no para ejercerlo, lo que deslegitima un modelo de amplia difusión en todos lados. Probablemente, el prejuicio se apoye en la historia caudillesca del siglo XIX o quizás porque el verticalismo de los partidos populares hizo lo suyo en el inconsciente colectivo: Hipólito Yrigoyen era “personalista” y Juan Perón, militar.

Si bien la tradición no parlamentaria de la Argentina es también un escollo práctico a la hora de imaginar convergencias, lo que parece cierto es que la ciudadanía no está acostumbrada a ser conducida por otra cosa que no sea por un líder a quien, en nombre de una pertenencia casi futbolera, se le perdonan las imposiciones, las arbitrariedades o sus deslices.

Para sacar ventaja, los dirigentes parecen más afectos a mostrarse frívolos, provisorios y cortoplacistas que a anudar lazos de mayor alcance con algunos de sus pares. En su afán de ir siempre por detrás de lo que creen que es la demanda ciudadana que captan las encuestas, suponen que mostrar los dientes, aun puertas adentro para limar a un par, les hace bien para fingir fortaleza.

El espectáculo de críticas cruzadas que se está dando en el interior de los dos principales conglomerados de oficialismo y oposición tiene mucho de egoísmo para imponer razones o para preparar candidaturas y también para dejar que otros queden ante la opinión pública como los culpables de situaciones que todos toleraron (o propiciaron o convalidaron) en su momento. Los dirigentes parecen estar en su mundo y se ocupan poco y nada de los temas más candentes (inflación, inseguridad, pobreza, etc.) y, en general, la mirada de la gente en relación a las supuestas coaliciones conlleva estupor, pero también desconfianza.

En el Frente de Todos, el triángulo de poder se muestra más que activo para deshacerse de muchas responsabilidades del pasado reciente que para gobernar el día a día, mientras que dentro de Juntos por el Cambio no sólo la pelea es por posicionarse en las listas, sino por probables realineamientos horizontales bien ideológicos que traban cualquier atisbo de oposición alineada.

Los hacedores de cada espacio suponen que si logran imponer su pensamiento van a sacar patente de fortaleza y que así asegurarán su permanencia, mientras que la porción de la sociedad que se deja gobernar por el sentimiento antes que por la razón, no logra captar qué significa la tarea de ceder y tensar que caracteriza a la negociación inteligente, ya que supone que el que concede es débil y que el que tironea busca avasallar o romper.

Así, apoyada en su cerrazón y en el pesimismo ciudadano, la clase dirigente ha dejado la puerta abierta para que los intereses sectoriales se muevan a su antojo en este clima casi de anarquía que la política les entrega en bandeja. La lupa del internismo está puesta en ver qué dice uno o qué parece decir el otro, básicamente en interpretaciones livianas y no en constancias certeras de un rumbo a defender.

Como todo se critica puertas para adentro como si fuera una perversidad y no como parte de la fortaleza común, automáticamente ambos bloques se van quedando sin autoridad moral, cuya falta anula la posibilidad de subir un escalón y ponerse a conversar de verdad puertas afuera. De esta manera, al país se le hace muy difícil alcanzar similares procesos de convergencia que, a veces más inteligentes y otras de vuelo más corto, se dan con mayor naturalidad en otros lugares del mundo. Quien no puede lo menos, tampoco puede lo más.


La capacidad para concebir coaliciones inteligentes, donde cada parte sea un pedazo del todo, es algo que parece que le ha sido vedado a la Argentina en materia política. En Europa en general, en Israel en estos días o aun en Japón o en la India, los partidos arman alianzas para ganar elecciones o bloques con terceros de ocasión sin resignar ni principios ni blasones a la hora de trabajar cosas en común, acuerdos temporales que, cuando finalizan, no llevan a nadie a pensar que llegó el fin del mundo.

Registrate gratis

Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento

Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Certificado según norma CWA 17493
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Certificado según norma CWA 17493 <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Comentarios