Sin margen de error
El gobierno cerró quizás su peor semana, con atisbos de querer hacer un control de daños sobre una crisis autogenerada, pero también con señales de que la disputa interna que lo ha paralizado desde hace más de un año está lejos de resolverse, mientras el país mira azorado cómo la frágil recuperación pospandemia se diluye en medio de la inestabilidad y la incertidumbre.
La intempestiva salida del ministro de Economía Martín Guzmán generó un cimbronazo político y económico, incomodando no sólo a sus rivales en el FdT: debilitó aún más al presidente y provocó una crisis de confianza que se extendió a toda la economía.
La gestión de Guzmán ya tenía grietas: una aceleración inflacionaria, más regulaciones cambiarias y a las importaciones para controlar el dólar, pérdida de reservas, desabastecimiento de gasoil y trabas para la segmentación de las tarifas energéticas que reduzca subsidios, poniendo en duda el cumplimiento del acuerdo con el FMI.
La evidente impericia del Presidente y la Vice para manejar la crisis y controlar egos, enojos personales y disputas por espacios de poder multiplicaron los rumores y llevaron la incertidumbre a niveles peligrosos. La cotización del dólar se disparó y hay remarcación continua de precios en comercios, faltantes y especulación con mercaderías. Se agitaron dos fantasmas que parecían desterrados de la escena argentina: la posibilidad de una hiperinflación y un cambio anticipado del Gobierno.
¿La designación de Silvina Batakis descomprime la situación? Cuenta con el aval de la máxima líder de la coalición. Hay insinuación de diálogo para reordenar la relación entre los socios del FdT y evitar el vacío de poder. Pero la paz se ve aún lejana.
Batakis exhibe su experiencia en la gestión estatal y en la relación con los gobernadores. Se comprometió con el equilibrio fiscal y el acuerdo con el Fondo, pero también se manifestó en profundizar cepos e hizo gestos conciliadores al cristinismo, que insiste en medidas de expansión del gasto y suba de impuestos. Además, su figura carece del prestigio necesario para generar la confianza del mercado. Así, la turbulencia sigue definiendo sus primeros días de gestión.
Analistas estiman que tendrá pocos meses para mostrar si dispone de las herramientas para ordenar la economía, pero sobre todo si cuenta con sostén político para aplicarlas, en un escenario de apremios. El gran problema es la incapacidad de la coalición gobernante de alcanzar criterios comunes mínimos sobre la economía y frenar la irresponsable disputa de poder.
Por su parte, la principal oposición, Juntos por el Cambio, inmersa en debates de liderazgos, se limita a criticar al oficialismo, pero no articula propuestas alternativas concretas. El Congreso también están desconectado: debate temas que interesan a la política (en particular a Cristina por su destino judicial), lejos de las urgencias de la población.
El economista Juan Llach explica que los planes de estabilización exitosos de países vecinos como Chile o Uruguay, o de desarrollo similar como Sudáfrica o Israel, se basaron en la convicción de que la inflación perjudica a los más pobres y daña a todo el sistema económico. Implicaron importantes niveles de consenso político sobre los beneficios de la estabilidad, pese a sus costos transitorios. Una conducción económica unificada y coherente genera expectativas que permiten ganar tiempo para desactivar los factores desestabilizadores inmediatos, mientras se trabaja en el largo plazo. Algo complejo de realizar en Argentina. Una reciente encuesta de Zuban-Córdoba, mostró que si bien un 64% de los argentinos aceptaría un plan de “shock” para reducir el déficit fiscal y bajar la inflación, el porcentaje se reduce al mínimo si eso implica una reducción de sus ingresos, pagar más impuestos o pérdida de derechos. “El ajuste lo debe hacer siempre el otro”, señala.
El tiempo dirá si el gobierno usa con acierto esta “bala de plata” o, si persiste en seguir la interna egoísta y darse un nuevo tiro en el pie, cuyas consecuencias pagará la mayoría de los argentinos.
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