EE. UU. y el Premio Nobel finlandés

No me sorprendí mucho cuando me enteré de que el ex presidente de Finlandia, Martti Ahtisaari, había ganado el Premio Nobel de la Paz. No porque supiera quién era -en rigor, no lo sabía- sino porque durante mi reciente viaje a Finlandia pude apreciar lo arraigado que está el espíritu conciliador en la idiosincrasia de ese país.

El próximo presidente de Estados Unidos debería hacer una visita a Finlandia y hablar con funcionarios del gobierno y gente en la calle. El nuevo mandatario podría aprender algo del rol de ese Estado como país mediador, e incluso podría querer adoptar la tradición finlandesa de resolver disputas compartiendo tiempo en el sauna -desnudo- con sus adversarios.

Ahtisaari, de 71 años, ganó el Nobel «por sus importantes esfuerzos por resolver conflictos internacionales en varios continentes y durante más de tres décadas».

Como diplomático de la ONU, primer mandatario de Finlandia y más recientemente como presidente de Crisis Management Initiative -un grupo independiente de mediación internacional-, Ahtisaari contribuyó a reunir a bandos rivales en Namibia, Kosovo, Indonesia e Irak, ejerciendo una diplomacia cautelosa y de bajo perfil.

La actual presidenta de Finlandia, Tarja Halonen, me dijo en una entrevista en Helsinki que su país tiene una larga tradición de activismo internacional. Cuando era una joven abogada sindical, a fines de la década de 1970, Halonen viajó a Chile y la Argentina para recabar datos sobre las violaciones a los derechos humanos cometidas por las dictaduras de ambos países, según me relató.

La tradición conciliadora de Finlandia -que comparte con sus vecinos escandinavos Suecia y Noruega- suele atribuirse a su situación geográfica entre Oriente y Occidente, y al hecho de haber estado bajo el control sueco o ruso durante ocho siglos antes de lograr su independencia en 1917.

El esfuerzo por sobrevivir como pequeña nación independiente encajonada entre dos superpotencias regionales ha convertido a los finlandeses en campeones del pragmatismo y en consumados negociadores. No es sorprendente que haya sido en Finlandia donde los países occidentales y la ex Unión Soviética firmaron el Acuerdo de Helsinki en 1975, que inició el proceso de distensión entre Occidente y el ex bloque soviético.

Más recientemente, después de la invasión rusa de Georgia, tras la operación militar georgiana del 7 de agosto en la región separatista de Osetia del Sur -un conflicto que conmovió a Finlandia, por su perenne temor al poderío ruso- casi todos los finlandeses con los que hablé criticaron la acción militar georgiana. «Tú no le metes los dedos en el ojo al oso (ruso)´´, me decían.

«Durante los últimos 1.000 años hemos estado en la frontera entre Oriente y Occidente, entre la Iglesia Ortodoxa Griega y la Iglesia occidental», me dijo Antti Blafeld, editorialista del importante periódico finlandés Helsingin Sanomat. «Hemos aprendido que es bueno saber escuchar y ser humildes».

Además, el clima frío de Finlandia y su territorio escasamente poblado pueden haber impulsado a su población de 5.2 millones de personas a trabajar en equipo y a construir consensos.

Finalmente, la tradición de pasar tiempo en el sauna tanto con amigos como con enemigos también puede haber contribuido al carácter conciliador de los finlandeses.

Cuando visité el parque de ciencia y tecnología Technopolis, en las afueras de Helsinki, su presidente Keith Silverang me mostró con orgullo la sala de sauna que tiene en su oficina. Silverang me contó que a menudo interrumpe negociaciones difíciles con potenciales clientes para compartir algún tiempo con ellos en el sauna, vestidos como vinieron al mundo.

«Estar desnudo nivela el campo de juego, porque la gente tiende a relajarse cuando se quita el traje», me dijo Silverang. «Eso produce una atmósfera más informal, un clima de mayor confianza, en que es más fácil destrabar las negociaciones».

Mi opinión: No soy un partidario a ultranza de la neutralidad escandinava. En ocasiones, puede bordear con la falta de principios, como cuando la presidenta Halonen me confesó que tiene una cierta debilidad por Cuba, a pesar de la dictadura militar de ese país. A veces, es necesario tomar partido.

Y tampoco estoy insinuando que, si el candidato demócrata Barack Obama gana las elecciones del 4 de noviembre y cumple su promesa de reunirse con líderes hostiles como el presidente venezolano Hugo Chávez, deba invitar inmediatamente a sus interlocutores a pasar tiempo juntos, desnudos, en el sauna. A veces, tal como el propio Obama lo reconoce ahora, es mejor mantener la distancia.

Pero después de ocho años de diplomacia arrogante del gobierno de Bush, y teniendo en cuenta la crisis financiera de Estados Unidos, el próximo presidente -sea quien fuere- debería iniciar su mandato con una dosis de humildad finlandesa y con una diplomacia de más bajo perfil, sin olvidar el compromiso estadounidense con las libertades fundamentales.

 

ANDRÉS OPPENHEIMER

Especial para «Río Negro»

(*) Periodista argentino. Analistainternacional. Miami


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