El arte, otra víctima del terror

Los intelectuales y artistas que respaldaron la Unidad Popular, como Víctor Jara, fueron apenas el inicio de la ofensiva de la dictadura para acallar toda voz disidente. En la “limpieza” se quemaron incluso libros de cubismo por ser sospechados de marxistas. La censura a la prensa fue total. Y el veto llegó hasta el “peligroso” Serrat.

SANTIAGO DE CHILE (DPA).- Hace 40 años, en un pequeño estadio que hoy lleva su nombre, fue acribillado a balazos el cantante y dramaturgo chileno Víctor Jara. Hogueras alimentadas por miles de libros, revistas y propaganda “subversiva” iluminaban por esos días los cielos de una capital gris.

Era el inicio de la dictadura militar del general Augusto Pinochet (1973-1990), quien una vez dijo que Dios lo había puesto en el poder. Tras el ataque a La Moneda el 11 de septiembre de 1973, con bombas lanzadas por aviones de la Fuerza Aérea, y la muerte del presidente socialista Salvador Allende –el primer gobernante marxista elegido en comicios democráticos– surgió en Chile una de las etapas más oscuras de su historia política.

Durante los 17 años de régimen castrense los signos fueron la violación sistemática a los derechos humanos y el ataque furibundo a la cultura, expresado en una implacable censura de la que ni siquiera escaparon artistas extranjeros como el cantautor catalán Joan Manuel Serrat, entre muchos otros.

Todavía recuerdan los vecinos de la Remodelación San Borja, un conjunto de pisos de clase media en el centro de Santiago, cómo militares armados y en tenidas de combate ingresaron violentamente a sus departamentos y se llevaron toda la literatura considerada marxista o “subversiva”, mientras su moradores eran detenidos.

“Hay que ‘limpiar’ Chile” era la orden emanada de las nuevas autoridades, que disponían también la destrucción de libros, discos y propaganda afín al depuesto gobierno de la Unidad Popular de Allende en los jardines de la Remodelación, cuyas largas columnas de humo se podían advertir desde todos los puntos de la capital.

La escena se repetía en todo Chile, porque el temor también incitaba a partidarios del depuesto gobierno a quemar y destruir toda literatura que pudiera comprometerlos y ser detenidos.

A tanto llegó el celo de los soldados que, en medio de tanta violencia y destrucción, se producían situaciones tragicómicas como la de quemar obras con cubierta de color rojo porque la orden era incinerar “todos los libros rojos” (marxistas) sin importar el contenido o los de cubismo, porque estarían relacionados con Cuba, o textos de física como “La resistencia de los materiales”.

En tanto, en el sector empobrecido poniente de Santiago, en la Estación Central –donde se ubicaba la combativa Universidad Técnica del Estado, actual Universidad de Santiago de Chile–, centenares de estudiantes y profesores del plantel eran apresados por los militares.

Entre ellos estaba Víctor Jara, director de teatro, profesor y uno de los más reconocidos folcloristas del país, en un grupo que fue trasladado hasta el pequeño estadio Chile, ubicado a pocos metros de la universidad y que se convirtió entonces en uno de los primeros campos de concentración del régimen.

Allí, entre prisioneros hacinados y con una fuerte vigilancia armada, Jara, un reconocido militante del partido comunista, fue brutalmente torturado y, casi al borde de la muerte, acribillado con 44 balazos. Hoy, en su memoria, ese estadio lleva el nombre del cantautor.

Censura implacable

Con los años la situación no cambió mucho. La censura a la prensa fue implacable y el acoso constante a corresponsales extranjeros se convirtió en una rutina. Y ni hablar siquiera de las consecuencias para aquellos periodistas de medios locales que se atrevieran a desafiar al régimen: la cesantía o el destierro eran el mal menor.

Representantes del arte como músicos, poetas, escritores, pintores o cantantes también sufrieron lo suyo, especialmente aquellos que no estaban alineados con el régimen. La paranoia alcanzó, además, a artistas extranjeros como el catalán Joan Manuel Serrat.

Al autor de éxitos como “Penélope” y “Mediterráneo” se le prohibió cantar en Chile durante todo el período dictatorial tras ser acusado de realizar comentarios adversos al gobierno durante un concierto suyo en Argentina en 1983, según consta en unos archivos secretos descubiertos por periodistas de DPA.

En el documento, suscrito por el entonces viceministro del Interior del régimen Alberto Cardemil –hoy diputado y candidato a senador en las próximas elecciones por el derechista Partido Renovación Nacional–, se señalaba que “El Sr. Joan Manuel Serrat tiene vigente una prohibición de ingreso al país”.

Los mismos archivos, disponibles ahora en un libro (“Asociación ilícita: los archivos secretos de la dictadura”), develaron la orden de espiar a artistas e intelectuales en todo el mundo con la finalidad de neutralizar su influencia.

“Se tiene conocimiento de que próximamente viajará a Europa el grupo folclórico Illapu, integrado por elementos de ideología marxista”, advertía uno de los informes secretos dirigidos a las embajadas de Chile en el exterior para que sus funcionarios vigilaran sus actividades y las de otros artistas.

En suma, para la oposición de entonces la de Pinochet fue una “dictadura pura y dura” que rigió el país con mano de hierro durante casi 17 años y no aquella que una vez el fallecido general definiera como una “dictablanda”.

Arte y memoria

Como todos los años, la fecha del golpe militar, que todavía divide profundamente a la sociedad chilena, será conmemorada el 11 de este mes con actividades varias. Un proyecto de la Universidad Diego Portales –“Biblioteca recuperada: libros quemados y escondidos a 40 años del Golpe”– ha rescatado mediante donaciones y préstamos los libros que fueron considerados “subversivos” por el régimen militar y que pudieron entonces escapar del fuego.

Autores que fueron proscritos por el régimen como Ariel Dorfman, Antonio Skármeta o los premios Nobel de Literatura Pablo Neruda y Mario Vargas Llosa, entre muchos otros, además de los clásicos de la literatura marxista, podrán verse en la muestra.

Mientras en el Chile de la dictadura se prohibían autores y se quemaban libros, irónicamente el mismo Pinochet atesoraba en sus bibliotecas unos 55.000 textos valuados en alrededor de tres millones de dólares, según lo estableció la Justicia que lo procesaba por millonarias cuentas que mantenía en paraísos fiscales en el mundo. No hay datos que revelen cuántos de aquellos textos alcanzó a leer el general, ya que el tiempo que dedicaba a la lectura era más bien escaso, según él mismo: “A las diez de la noche ya estoy en la cama, generalmente leyendo materias filosóficas, de historia política, en fin… leo un cuarto de hora”.


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