El asesinato de Omar Carrasco: una trama de espías y arrepentidos que cumple 25 años

El 6 de marzo de 1994 el joven de Cutral Co desapareció en el cuartel de Zapala, donde cumplía el Servicio Militar Obligatorio. Su cuerpo apareció un mes después. Al cumplirse un nuevo aniversario del crimen que terminó con la colimba, los padres hablaron con "Río Negro": "No estamos conformes con las respuestas que nos dieron". Además, todas las dudas que dejó una investigación intoxicada por servicios de inteligencia, aprietes a testigos y dudosos arrepentidos. Poco ha cambiado en la justicia argentina en este cuarto de siglo.

Sebastiana Barrera de Carrasco habla con la voz suave pero firme de siempre, la misma con la cual hace 25 años le exigió al entonces todopoderoso general Martín Balza: “quiero verle la cara a los asesinos de mi hijo”. Ahora sonríe con dulzura ante la presencia de “Río Negro” y se excusa: “me hace mal recordar esas cosas, discúlpeme. Mejor que hable él”.

Él es Francisco, su marido, quien tampoco ha perdido firmeza ni convicciones. “No estamos conformes con la respuesta que nos dio la justicia. La gente que fue condenada (por el homicidio) ya está en libertad y nosotros a nuestro hijo no lo recuperamos nunca más”, dice a este diario.

Los Carrasco tienen su casa en el barrio Nuevo de Neuquén. Nunca se sintieron cómodos con la vida pública a la que se vieron forzados por un hecho atroz. Rara vez atienden el timbre y sólo reciben visitas de familiares muy cercanos. Apenas salen para hacer compras indispensables o para cumplir con sus deberes religiosos. Tienen 70 años y los aquejan algunas enfermedades. Francisco ya no conduce un taxi pero quienes lo conocen dicen que se niega a dejar el volante de su automóvil.

Ahora, a 25 años del crimen de Omar, Francisco mezcla en sus palabras un dejo de bronca con dosis de resignación. “No tuvimos una buena respuesta, pero qué más podemos hacer. Esperamos que no se repita lo que ha pasado. Nos tenemos que conformar, no nos queda otra cosa”.

Francisco Carrasco: «Tiene que haber más responsables». (Foto: Yamil Regules)

Le brota el descontento cuando afirma: “No estamos conformes con la respuesta que nos dio la justicia. La gente que fue condenada ya está en libertad, y nosotros a nuestro hijo no lo recuperamos nunca más”. O cuando recuerda que “tiene que haber más responsables, pero con el segundo tramo (de la causa, en alusión a la investigación del encubrimiento) no pasó absolutamente nada”. Y vuelve la resignación: “lamentablemente es así, qué le vamos a hacer”.

En la corta entrevista no menciona nunca a Omar por su nombre, pero lo cita en presente: “es el único hijo varón que tenemos, está siempre presente en nuestros pensamientos y nuestro corazón”.

Omar, el chico triste que sonreía

Retrocedamos 25 años.

No se inventaron aún los celulares con cámara ni las aplicaciones que dejan registro de las conversaciones, pero ya existen causas judiciales intoxicadas por operaciones de inteligencia, siembra de pistas falsas, aprietes de testigos, amenazas de detenciones para lograr que alguien hable o calle, escuchas telefónicas, y las confesiones sorpresivas y sorprendentes de parte de personajes grises que, de pronto, se convierten en protagonistas estrella y destraban casos en el momento menos esperado. Todo sostenido por una trama de encubrimiento maloliente en la que se mezclan actas fraguadas, firmas adulteradas, peritajes dudosos, mentiras y engaños de variado calibre.

La madrugada del jueves 3 de marzo de 1994 Omar Carrasco está ajeno a ese mundo oscuro. Se viste con lentitud sin prestar atención al amanecer que se arrastra lento por su cuarto. Lo acechan otras preocupaciones: cumplió 20 años el 5 de enero y dejará su Cutral Co natal, a sus padres, sus hermanas, sus precarios trabajos de ayudante de albañil y repartidor de pollos congelados. Tiene que viajar 78 kilómetros al oeste, hasta Zapala, para cumplir con el Servicio Militar, que es obligatorio para una tanda de jóvenes que salen sorteados cada año según la terminación de su número de documento, como le pasó a él.

En la cocina se encuentra con su padre Francisco y su madre Sebastiana. Apenas hablan durante el desayuno. Los tres pasaron una mala noche.

La despedida es austera. Omar se sube al Ford Falcon en el asiento del acompañante, su padre toma el volante y enfila hacia Zapala. Le preocupa el estado de ánimo de su único hijo varón. Hace un mes que apenas sale de la casa. Está deprimido por la citación a la colimba. En un intento por levantarle el ánimo, sin tutearlo le sugiere que “capaz que el Ejército le gusta y sigue la carrera militar”. Omar sonríe, pero no está de buen humor: es esa mueca que se le forma en los labios cuando se pone nervioso.

Francisco conduce en silencio. Piensa en el futuro laboral del joven porque ya se sienten en Cutral Co los efectos de la privatización de YPF, concretada en 1992. La crisis económica empieza a morder en los hogares y se está cocinando el estallido que ocurrirá en 1996 y que instalará en el escenario político a nuevos actores: los piqueteros.

La partida de nacimiento de Omar. Era clase 1974, en Zapala lo anotaron como 1975.

Apenas cruza la arcada que decora la entrada al Grupo de Artillería 161 de Zapala, Omar se convierte en el soldado Carrasco. El burócrata que llena la planilla anota mal sus datos: para el Ejército, nació en 1975, mide 1,63 (aunque otros documentos dicen 1,70), pesa 57 kilos y su índice de Pignet es 20, al límite de lo aceptable. Ese mismo día podrían haberle dado la baja.

Pero el soldado Carrasco es declarado apto, forma fila a un costado del grupo principal, junto con los que profesan la fe evangélica, y recibe el primer reproche por esa mueca parecida a una sonrisa que se le forma en los labios cuando se pone nervioso.

Si ese es el comienzo, lo que sigue es peor. Le enseñan a desarmar y armar un fusil; por los nervios, por torpeza, por todo junto, las piezas se le caen. El soldado Carrasco empieza a conocer la lógica de los castigos: si uno se equivoca, paga el grupo. Una de las formas de pagar es el “baile” (correr, saltar, arrojarse al suelo o ejecutar, atención al asombroso apelativo, “movimientos vivos”).

Si todos pagan todo el tiempo por culpa del mismo, a ese soldado “lento” hay que “avivarlo”. La forma más común de “avivar” es mediante golpes. Y a Carrasco lo golpean sus propios compañeros. Tanto que, dolorido, no puede levantarse a las 3.40 de la madrugada a cumplir con otro de los castigos habituales: la guardia “imaginaria”, que consiste en recorrer de punta a punta una y otra vez el amplio dormitorio velando por el sueño de los compañeros de un ataque de juguete.

Todo eso lo vive el soldado Carrasco en apenas tres días. El 6 de marzo, para variar, está castigado: mientras sus compañeros descansan cumple funciones de cuartelero, que es como el imaginaria pero de día. Alguien dirá que lo escuchó pedir permiso para ir al baño. Y su rastro se pierde para siempre.

El Ejército intentó hacer pasar a Carrasco por un desertor.Esta es el acta.

Es domingo. Es la hora de la siesta y hace calor, pero nadie duerme en el cuartel. Y sin embargo la vida de Omar se diluye solitaria, breve, en silencio.

25 años después nos seguiremos preguntando qué pasó con el joven de Cutral Co que, cuando se ponía nervioso, parecía que sonreía.

Pero seguimos en 1994, es 6 de abril. El Ejército acaba de anunciar oficialmente que apareció el cadáver del soldado al que consideraba desertor desde hacía un mes. Hace rodar la versión de que se suicidó o se murió de frío, los jefes compran un ataúd, meten el cuerpo adentro y se disponen a entregárselo a los padres.

Pero Francisco y Sebastiana exigen una explicación. Las versiones oficiales no cierran por ningún lado, la autopsia encuentra tres costillas quebradas y un ojo golpeado. El soldado no desertó, está muerto, titula “Río Negro”. Fue asesinado, se confirma al día siguiente.

Lo peor del Poder Judicial y de la política empiezan a operar. El cuartel de Zapala vive una agitación asombrosa, se llena de agentes de inteligencia del Ejército. Hay militares incomunicados, soldados intimidados, o sobornados. “Me prometieron una moto si comprometía al que ellos me señalaban”, contará un colimba días después. Los interrogatorios son extensos, agotadores. Buscan que alguien se quiebre. En lenguaje actual, un “arrepentido”.

La exposición de Francisco Carrasco en la comisaría de Zapala da cuenta de la desaparición de su hijo.

La muerte de Omar es un problema político. Las movilizaciones y la prensa presionan. Se multiplican las denuncias de malos tratos en los cuarteles. El general Martín Balza, aliado del gobierno, está en jaque. Las redes sociales no existen, pero hay otras herramientas para medir el humor social. La clave, como ha sido siempre, es saber leerlas: el presidente Carlos Menem suspende la vigencia del Servicio Militar Obligatorio.

El trabajo de inteligencia da sus frutos, tienen sabor a veneno pero encuentran paladares dispuestos. Algunos militares de bajo rango se quiebran, dan versiones tan similares que se parecen a un libreto aprendido. Sumadas a un puñado de indicios alcanzan para condenar a un subteniente y dos soldados, y no habrá apelación que modifique esa sentencia.

Nunca se sabrá por qué lo mataron. ¿Fue por su sonrisa nerviosa, malinterpretada como una burla? ¿Fue porque intentó escapar? ¿Fue pura brutalidad de cuartel?

Omar comparte el destino trágico de otros chicos y chicas que con su vida arrebatada con violencia quebraron muros en la historia del país. Hoy es una foto, una calle, una plaza, una tumba. Es miles de adolescentes que se salvan de la colimba. Y es una marca, lejana pero vigente, en un sistema turbio que deja un sabor amargo cuando se le pide justicia.

Fechas controvertidas

El caso Carrasco tiene dos fechas emblemáticas: el 6 de marzo y el 6 de abril, aunque paradójicamente hay poco consenso sobre lo que sucedió esos días.

El domingo 6 de marzo se produjo la desaparición de Omar. Fue entre las 14.40 y las 16.30, cuando cumplía funciones de cuartelero en la Batería de Tiro A.

De acuerdo con la hipótesis aceptada por la justicia, murió ese mismo día y en una hora cercana a la de su desaparición, producto de una paliza que le dieron el subteniente Ignacio Canevaro y los soldados Cristian Suárez y Víctor Salazar. Los golpes le fracturaron tres costillas y eso le causó un hemotórax.

En el cuartel. Carrasco estuvo tres días bajo bandera.

Pero uno de los peritos que intervinieron en la causa fundamentó otra versión, según la cual Carrasco sobrevivió a la paliza y recibió una atención clandestina e inadecuada en el Hospital Militar, dentro del cuartel. En base a las pruebas que examinó, la muerte del joven se habría producido el 8 o 9 de marzo, y los responsables serían los ejecutores de esa mala praxis.

La otra fecha grabada a fuego, el miércoles 6 de abril, es la del hallazgo del cadáver. De acuerdo con la historia oficial se habría producido a las 16.30 durante un rastrillaje, pero hay sobrados indicios de que ocurrió horas e incluso días antes (un general les contó a periodistas sobre la aparición del cuerpo el 6 de abril a la mañana, y el testimonio de una mujer civil que trabajó en el cuartel refiere que pudo ser el viernes 1).

No hay dudas de que el cuerpo fue “plantado” en esa zona descampada del regimiento, pero nunca se investigaron las huellas de vehículos militares ni las pisadas que había alrededor.

Cronología

• 6 de marzo de 1994. El soldado Omar Carrasco desaparece en el cuartel de Zapala.

• 6 de abril de 1994. Su cadáver aparece en el interior del cuartel.

• 4 de julio de 1994. El juez federal de Zapala Rubén Caro procesa al subteniente Canevaro y a los soldados Suárez y Salazar por el crimen. El sargento Sánchez es acusado de encubrimiento.

• 31 de enero de 1996. El Tribunal Oral Federal de Neuquén condena a Canevaro (15 años); Salazar, Suárez (10 años) por el homicidio de Carrasco, y a Sánchez (3 años) por el encubrimiento. La sentencia es ratificada por la Cámara de Casación.

• 23 de noviembre de 2000. Salazar y Suárez obtienen la libertad condicional.

• 4 de febrero de 2004. Sale libre Canevaro.

• 13 de junio de 2005. Se declara la prescripción de la causa del encubrimiento. Una decena de altos oficiales resultan sobreseídos.

• 2 de marzo de 2006. El Consejo de la Magistratura suspende al juez Caro y le inicia un proceso pero cuatro meses después lo ratifica en el cargo.


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