El derecho como resultado de una conversación entre iguales

Martín Lozada*



Sabido es que Roberto Gargarella resulta ser uno de los pensadores argentinos más agudos a la hora de indagar en torno al derecho y la sociedad democrática. Su trayectoria académica y su intensa labor de divulgación lo acreditan sin mayor esfuerzo.

Recientemente fue declarado doctor honoris causa por la Universidad de Valparaíso, Chile, ocasión que aprovechó para abogar por un particular ideal regulativo en donde el derecho aparece como el resultado de una conversación entre iguales.

Una conversación entre iguales, sostuvo, debido a que todos tenemos la misma dignidad moral y porque resultaría conveniente educarnos en la obligación de atender y prestarle atención al otro.

Una atención capaz de traducirse en escuchar y dejar hablar a nuestros pares, de pensar dos veces lo que vamos a decir antes de responderles, de reconocer que todo aquel a quien, por prejuicios, no escuchamos, puede tener algo de interés para contarnos.

La conversación entre iguales a la que alude Gargarella debiera esforzarse por incluir a todos los potencialmente afectados porque, solo de ese modo, se logra construir decisiones efectivamente imparciales.

Esa conversación podría ayudarnos a definir no solo qué es lo que debiéramos considerar derecho, sino también aquello que, en todo caso, resulta un derecho no justificado.

Durante su intervención expresó que existen anomalías o defectos graves que, de modos distintos, socavan el ideal de la conversación entre iguales.

Para Gargarella, la conversación entre iguales se frustra no solo cuando queda bajo el exclusivo control de una élite, sino también cuando la gran mayoría de los afectados participa dentro de un marco institucional que dificulta o impide el debate.

Uno de ellos se produce cuando la conversación se lleva a cabo en comunidades insuficientemente igualitarias. Es decir, cuando el mismo se crea y despliega en contextos que desafían nuestra común igualdad.

Otro tanto resulta cuando se afecta la condición de inclusividad que, en una sociedad democrática, debiera distinguir siempre al debate público. Resulta así en la medida en que una conversación sobre asuntos públicos se limita tan solo a expertos o técnicos.

E incluso cuando el diálogo se encapsula en representantes que actúan con plena independencia de los criterios de sus representados.

Gargarella afirmó, además, que la conversación entre iguales se frustra no solo cuando queda bajo el exclusivo control de una elite, sino también cuando la gran mayoría de los afectados participa dentro de un marco institucional que dificulta o impide el debate.

Tan es así que, en numerosas ocasiones, el derecho es elaborado bajo condiciones que excluyen sistemáticamente a una parte significativa de la población, cuyas voces comienzan a resultar inaudibles para el resto, y cuyos puntos de vista resultan paulatinamente invisibilizados.

Como en otras tantas oportunidades, destacó el valor del derecho a la protesta en contextos democráticos. En lo fundamental, debido a que necesitamos escuchar por qué es que se queja quien se queja y qué tienen para decirnos quienes se muestran disconformes con lo que hacemos.

Al finalizar su presentación en Valparaíso, el profesor e investigador apostó por el valor del diálogo. Sobre todo, en el marco “de comunidades cerradas o endurecidas, empeñadas en hablar solo con quienes están de acuerdo, y dispuestas a marginar a quienes consideran molestos”.

*Doctor en Derecho (UBA), profesor titular de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN)


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