El ejemplo brasileño

Si hay algo que distingue los gobiernos populistas de los demás, esto es la actitud que toman ante la inflación. Por concentrarse en lo inmediato, los primeros suelen ser reacios a tomar medidas para frenarla por entender que les ocasionarían algunas dificultades políticas, con el resultado de que andando el tiempo lo que les pareció un problema menor adquiere proporciones gigantescas. En cambio, los gobiernos serios entienden muy bien que, a la larga, intentar convivir con un poco de inflación podría tener consecuencias muy graves que perjudicarían mucho a los sectores de menores recursos, razón por la que no titubean en hacer cuanto sea necesario para impedir que cobre vuelo. Es lo que hizo el gobierno brasileño. Como acaba de decir el presidente Luiz Inácio Lula da Silva: “Tomamos medidas para contener un poco el crecimiento de la economía, porque la economía estaba creciendo muy fuerte y, cuando la demanda es muy fuerte y se compra más de lo que se produce, tenemos algo que no queremos que vuelva a Brasil, que es la inflación”. Dicho de otro modo, en los meses últimos Lula ha procurado enfriar la economía brasileña por temor a que se calentara demasiado, postura ésta que con toda seguridad la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido consideran absurda, cuando no antisocial, ya que en repetidas oportunidades han insistido en que nada los haría actuar así. Por el contrario, a pesar de que en nuestro país la tasa de inflación está entre las más altas de América Latina –sólo Venezuela se las ha arreglado para superarla–, parecen querer darle un mayor impulso estimulando un boom de consumo tan espectacular que, esperan, sea suficiente como para permitirles conservar el poder que han acumulado después de diciembre del año que viene. Aunque los esfuerzos de Lula por desempeñar un papel protagónico en el escenario internacional han sido poco felices, no cabe duda de que su gobierno ha manejado la economía con realismo y responsabilidad. Cuando nuestro país crecía a “tasas chinas”, lobbistas empresariales y militantes izquierdistas lo criticaron con dureza por su cautela, pero la mayoría pronto se dio cuenta de que fue acertada la decisión de concentrarse en crear una base firme para que en el futuro la economía pudiera emprender un proceso expansivo más prolongado que los habituales en países en que lo normal es que una etapa signada por la euforia se vea seguida por una crisis inflacionaria tremenda. Por desgracia, nuestra experiencia en la materia no parece haber servido para enseñarnos mucho. La improvisación constante y la negativa a pensar en el mediano plazo han caracterizado al gobierno kirchnerista desde el vamos. Mientras que durante la gestión de Lula Brasil se ha establecido como uno de los países “emergentes” más prometedores, en el mismo período la Argentina se ha visto expulsada de la agrupación virtual así calificada al ser incluida entre los países calificados “de frontera”. Aún forma parte del “Grupo de los 20” al que ingresó cuando Carlos Menem estaba en la Casa Rosada, pero muchos dirigentes extranjeros apenas disimulan el fastidio que les produce que el gobierno kirchnerista se suponga en condiciones de participar en lo que se toma por una suerte de elite mundial. De no ser por la resistencia del gobierno a reconocer que la inflación sí constituye un problema grave, por su voluntad de manipular las estadísticas en un intento de ocultar la realidad, por la maraña confusa de subsidios que ha creado, por la forma llamativamente arbitraria en que se ha acostumbrado a actuar y por la guerra absurda contra el FMI que nos ha impedido llegar a un acuerdo con el Club de París, la Argentina ya se habría reintegrado plenamente al sistema internacional y estaría cosechando los beneficios resultantes. Aunque últimamente ha mejorado bastante el índice “riesgo país” –en la tabla de posiciones más reciente ocupamos un puesto intermedio entre Ecuador y Ucrania, pero muy inferior a los de Brasil, Uruguay, Perú y México–, el resto del mundo sigue desconfiando de nuestras perspectivas. Protestar contra tanta “irracionalidad” cuando en muchos sentidos nuestra situación parece envidiable no ayuda para nada; la confianza ajena no se gana con declaraciones oficiales sino con evidencia de que el gobierno esté dispuesto a hacer frente a los problemas existentes.

Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 768.803 Director: Julio Rajneri Codirectora: Nélida Rajneri de Gamba Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Lunes 26 de julio de 2010


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