El fin del arte
Lo que llamamos arte no fue visto de la misma manera en todas las épocas históricas. No sabemos cómo pensaban lo que hacían, pero los hombres del Paleolítico que pintaron las cuevas de Altamira o Lascaux hace 35.000 años no las pensaron como expresión de su subjetividad (la subjetividad es una idea que tiene apenas tres siglos). Tampoco los egipcios, los babilonios o los griegos pensaban sus producciones estéticas como “arte”. Para los egipcios y los babilonios toda la producción de imágenes era parte de la celebración religiosa y política de la casta dominante. Es importante recordar esto cuando vivimos la irrupción de una nueva forma de arte, el digital, que nos hace pensar si podemos seguir llamando “arte” a estas nuevas producciones que surgen en nuestros días.
La idea del arte viene de la Grecia antigua y se relaciona con la idea de “tekné”: la técnica para transformar algo natural en artificial o la forma de generar una idea a partir de un objeto. A lo largo de milenios la idea de arte fue cambiando. Casi todas las obras de arte que han sido producidas entre la Antigüedad y el fin de la Edad Media están relacionadas con la política, la religión o con ambas. Antes de la Modernidad, “arte” es siempre “propaganda”.
Hasta hace 300 años el arte era esencialmente una artesanía de lujo: era una forma de hacer algo único que, a la vez, fuera bello y extraño. Todo el mercado de arte está basado en esto, en la “obra única”.
El arte contemporáneo, que nace de las vanguardias de comienzos del siglo XX, cambia totalmente la forma de ver el arte: a partir de entonces el arte va a ser una forma nueva de pensamiento. No importa si un cuadro, una escultura o cualquier objeto que presente un artista está bien o mal resuelto desde el punto de vista artesanal (lo que era muy importante hasta el siglo XIX), sino que lo fundamental de una obra de arte contemporánea es que aporte un punto de vista original sobre el mundo. A esta forma de ver el arte ahora se le suma una nueva práctica: el llamado criptoarte, que construye obras “originales” y únicas a partir de obras digitales -que podrían reproducirse infinitamente-.
El criptoarte solo tiene existencia en el mercado. Para que una obra de arte digital se transforme en criptoarte tiene que ser única (es decir, crear la escasez). Fue producida de tal forma que podría multiplicársela sin cesar, pero por incluirla en una cadena de bloques (en una blockchain, la tecnología que aparece con el bitcoin, y que en este caso se llama NTF) se vuelve única: solo una persona puede tener esa obra. Se crea escasez artificialmente. Se toma algo que podría ser de dominio público (por ejemplo, un gol de Maradona a los ingleses en el Mundial) se lo pone en un blockchain y se lo vende como algo que nadie más tiene.
Este jueves la rematadora Christie’s, experta en distintas formas de artes tradicional, remató por primera vez una obra de arte digital en NTF: fue la obra “Everydays: The First 5000 Days”, un mosaico de dibujos del artista contemporáneo Beeple, que existe exclusivamente como conjunto de imágenes digitales y líneas de código.
Beeple es un artista digital que hace años trabaja con los medios norteamericanos haciendo caricaturas políticas y con la industria del espectáculo, diseñando la estética de los shows de algunos artistas populares -Justin Bieber, Katy Perry y Nicki Minaj-.
Para ser una obra única, la producción digital tiene que renunciar a la lógica del soporte que le ha dado vida y volverse artesanal, como en la Edad Media. Lo hace con tecnología de vanguardia
Desde hace 13 años realizó un dibujo digital diario que subió a su cuenta de Instagram. Ahora reunió todos esos dibujos (son 5000, como dice el título de la obra vendida) y los ofertó a través de Christie’s.
Hace dos semanas Christie’s ofreció la obra al mejor postor empezando con una oferta por 100 dólares. El jueves la obra se vendió finalmente a 60.250.000 dólares (casi 70 millones si se cargan las comisiones de la rematadora). Es la tercera obra más cara de un artista vivo vendida en un remate. Solo Jeff Koons o David Hockney han alcanzado precios superiores.
Esta venta pone en cuestión un tema central del nuevo arte: surge como digital, comunitario y masivo, pero para lograr ser vendido a alto precio debe volverse único. Es decir, por un lado es el hijo de internet, pero por el otro es la negación de internet: si los dibujos que vendió Beeple a 70 millones de dólares pudieran bajarse libremente de Instagram y tenerlos en cualquier celular no alcanzarían tal precio de venta.
Para ser una obra única, la producción digital tiene que renunciar a la lógica del soporte que le ha dado vida y volverse artesanal, como si fuera una obra de la Edad Media. Pero lo hace con una tecnología de vanguardia: el blockchain.
Estamos viviendo un proceso de cambio tan vertiginoso que todo lo material se disuelve en el aire y lo digital sueña con ser único e irrepetible, como la tecnología anterior a la electricidad.
Lo que llamamos arte no fue visto de la misma manera en todas las épocas históricas. No sabemos cómo pensaban lo que hacían, pero los hombres del Paleolítico que pintaron las cuevas de Altamira o Lascaux hace 35.000 años no las pensaron como expresión de su subjetividad (la subjetividad es una idea que tiene apenas tres siglos). Tampoco los egipcios, los babilonios o los griegos pensaban sus producciones estéticas como “arte”. Para los egipcios y los babilonios toda la producción de imágenes era parte de la celebración religiosa y política de la casta dominante. Es importante recordar esto cuando vivimos la irrupción de una nueva forma de arte, el digital, que nos hace pensar si podemos seguir llamando “arte” a estas nuevas producciones que surgen en nuestros días.
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