El juez más emblemático

Siempre y cuando no logre sorprendernos nuevamente, el juez federal Norberto Oyarbide será recordado como una de las figuras más destacadas de la etapa kirchnerista por dos razones: una, por haber llegado rápidamente a la conclusión de que no hubo motivos para considerar ilícito el crecimiento explosivo del patrimonio de Néstor Kirchner y su esposa, Cristina Fernández de Kirchner, mientras ocupaban la presidencia de la Nación; otra, por haberse proclamado el dueño orgulloso de un anillo de diamantes que, nos asegura, le costó la friolera de 250.000 dólares, monto que equivale a aproximadamente 30 años del ingreso per cápita nacional. Aunque desde el punto de vista de ciertos juristas la presunta voluntad de Oyarbide de congraciarse con el Poder Ejecutivo produciendo fallos que lo favorecen o manejando según criterios en su opinión cuestionables los casos con fuertes connotaciones políticas en los que le ha tocado intervenir es mucho más grave que su costumbre de llamar la atención sobre sus gustos ostentosos, sería un error subestimar los perjuicios ocasionados por su falta de decoro. Mal que les pese a aquellos jueces que quisieran rebelarse contra los estereotipos tradicionales de su oficio negándose a comportarse con el grado de seriedad que se supone propio de quienes deberían encarnar la majestad de la ley, el prestigio de la Justicia depende en gran medida de su conducta. Si lo que realmente quiere un juez es impresionar a los demás con su opulencia o desprecio por las convenciones, sería mejor que optara por emprender una carrera como político populista o empresario teatral. Además de ser de pésimo gusto por parte de un juez alardear, como si fuera una celebridad de la farándula o un futbolista de origen humilde recién enriquecido, de un anillo sumamente caro, el exhibicionismo de Oyarbide no ha podido sino motivar preguntas en torno a la evolución de su patrimonio personal. Según el juez, para comprar el anillo tuvo que vender algunos regalos que había recibido, explicación que, desde luego, sólo ha servido para intensificar sospechas acerca de la imparcialidad de sus fallos que persistirán hasta que se haya averiguado que la generosidad de sus amigos no tuvo nada que ver con su labor profesional. Era de prever, pues, que al enterarse de que Oyarbide contaba con recursos más que suficientes como para permitirle gastar un cuarto de millón de dólares en un accesorio que, de todos modos, sería inapropiado para un magistrado aun cuando procediera de una familia notoriamente opulenta, abogados, legisladores y otros reaccionarían formulando denuncias con el propósito de poner en marcha una investigación por presunto enriquecimiento ilícito y otros delitos afines, ya que nadie ignora que si Oyarbide dependiera sólo de sus ingresos profesionales no estaría en condiciones de vivir como un multimillonario. Aún más notable que la riqueza evidente de Oyarbide ha sido su voluntad de llamar la atención sobre su buena fortuna económica. De tratarse de un empresario, sería comprensible que lo hiciera porque mediría su propio éxito conforme a su capacidad para ganar dinero, pero por ser cuestión de un juez, sobre todo de uno que habitualmente entiende en casos que comprometen a integrantes de la elite gobernante actual, lo lógico hubiera sido que procurara mantener el perfil bajo de un jurista austero indiferente a las tentaciones materiales. Sin embargo, parecería que Oyarbide ha optado por asumir una actitud desafiante, una que podría considerarse propia de alguien convencido de que nadie se animaría a someterlo a un juicio político por miedo a lo que llegaría a decir. Al fin y al cabo, nadie lo obligó a mostrar su anillo en público; al contrario, insistió en exhibirlo y en informar al país entero de su precio, a sabiendas de que la revelación desataría un escándalo de proporciones. Por ser cuestión de un magistrado tan estrechamente relacionado con casos políticos, entre ellos algunos que comprometen directamente al gobierno nacional, el que haya emprendido una extraña ofensiva publicitaria no puede sino preocupar al círculo áulico de Cristina, ya que merced a la conducta rumbosa del juez más notorio del país son cada vez más los que sospechan que, en este ámbito por lo menos, apenas hay diferencias entre el kirchnerismo por un lado y el menemismo por el otro.


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