“El misterio de un antiguo rito”

El viajero Guillermo Cox en su libro “Viaje en las regiones septentrionales de la Patagonia” (1862-1863) narra todas las peripecias pasadas para llegar desde Chile hasta Carmen de Patagones. En un fragmente del mismo describe un viejo rito “en el que tanto los mapuches y los criollos que lo acompañaban efectuaron una ceremonia que se ve era repetida en ese paso de la cordillera”.

Escribe al respecto lo siguiente: “Luego, en un círculo que hay trazado a la derecha, como de tres metros de radio, cada una de las personas de la comitiva, con mucha seriedad, dio tres vueltas en un pie; esta ceremonia asegura el éxito del viaje a todo viajero que atraviesa el boquete, tanto para Valdivia como para las pampas. ¿De dónde viene –se pregunta Cox– esta costumbre perpetuada por la tradición? Nadie lo sabe, pero todos la cumplen con escrupulosa exactitud. El círculo tiene como dos pies de profundidad, y parece ahondado sólo con la repetición de la ceremonia”.

Lo llamativo del caso es que ochenta y cuatro años después otro viajero que marchaba rumbo al exilio perseguido por el gobierno de González Videla, el poeta chileno Pablo Neruda, observa y realiza la misma ceremonia que relatara Guillermo Cox.

En su libro de memorias “Confieso que he vivido” escribe lo siguiente: “Algo nos esperaba en medio de aquella selva salvaje. Súbitamente, como singular visión, llegamos a una pequeña y esmerada pradera acurrucada en el regazo de las montañas: agua clara, prado verde, flores silvestres, rumor de ríos y el cielo azul arriba, generosa luz ininterrumpida por ningún follaje”.

“Allí nos detuvimos
–continúa narrando Neruda– como dentro de un círculo mágico, como huéspedes de un recinto sagrado: y mayor condición de sagrada tuvo aún la ceremonia en la que participé. Los vaqueros bajaron de sus cabalgaduras. En el centro del recinto estaba colocada, como en un rito, una calavera de buey. Mis compañeros se acercaron silenciosamente, uno por uno, para dejar unas monedas y algunos alimentos en los agujeros de hueso. Me uní a ellos en aquella ofrenda destinada a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del toro muerto”.

Y continúa su apasionante relato: “Pero no se detuvo en ese punto la inolvidable ceremonia. Mis rústicos amigos se despojaron de sus sombreros e iniciaron una extraña danza, saltando sobre un solo pie alrededor de la calavera abandonada, repasando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que por allí cruzaron antes. Comprendí entonces de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta aun en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo”.

Hasta aquí los dos relatos de tan disímiles viajeros de la ceremonia de la que fueron parte con más de ochenta años de diferencia.

Lamentablemente no dejaron precisiones sobre si la danza en un pie era en el sentido de las agujas del reloj o el contrario. ¿Era un antiguo rito mapuche? ¿Era un lugar de propiciación a los dueños del lugar?

El hombre, al decir de Manuel Scorza, viaja del mito a la realidad y viceversa. Y el realismo fantástico no es indudablemente un recurso de nuestra literatura. América es una tierra fantástica, y más aún la Patagonia.

Jorge Castañeda

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