El placer de leer al Negro Fontanarrosa

El 19 se cumplieron 15 años de la muerte del genial Roberto Fontanarrosa. Ricardo Kleine Samson lo recuerda con admiración.

Redacción

Por Redacción

“El mejor lugar de la mujer es la cama y la cocina. Y si la cama está en la cocina, mejor…” De esta manera ubicaba a la mujer el asqueroso y desamorado sicario norteamericano Boogie, el aceitoso. Un siniestro personaje ficcionado por el Negro Fontanarrosa. Si esta definición la hubiese escrito durante la última década, los más radicalizados defensores de los derechos de la mujer lo hubiesen sepultado a mil metros de profundidad, generando un verdadero escándalo con tanto ruido que nos hubiese impedido ver la señal que tiene que ver con esa particularidad que asumía el Negro de llevar al más ridículo rincón cualquier tema que tratara, no para burlarse, pero si para exagerarlo y poner una lupa sobre aquellos temas tan herméticos que no permiten filtrar ninguna otra idea… El principal argumento podría ser esa explicación psicológica que dice: “Si lo escribe o lo dice, es porque lo piensa o lo es”. Y quizás esta última definición sea cierta, pero: ¿quién podría suponer, por caso, que el Negro era un recalcitrante y peligroso machista como su personaje…?


“Usted no es gorda, Eulogia. Es un bastión contra la anorexia apátrida…”. Poder burlarse de sí mismo, fue su genialidad. Hacer creíbles sus absurdos delirios es la clave en la que hay que leer a Fontanarrosa para que la verborragia no nos atrape…

Me pareció una buena idea iniciar este segmento del diario recordando a uno de los mejores escritores nacionales como fue al Negro, a quien comencé a leer en el año 1974 en la revista Hortensia y además conocí en el año 1984 y con quien mantuve una amistad y una sana correspondencia postal que conservo como un tesoro, con una linda historia que ahora no viene al caso.

Desgraciadamente el humor está degradado como categoría literaria o como él mismo lo decía: “La historieta es un arte menor porque los cuadros son muy chiquitos”. La mayoría de las personas, sobre todo los argentinos, prefieren el melodrama. ¿Quién podría elevarse espiritualmente con, por ejemplo, Inodoro Pereyra…? ¿Cómo filosofar con sus “estupideces…”?

Poder burlarse de sí mismo, fue su genialidad. Hacer creíbles sus absurdos delirios es la clave en la que hay que leerlo.


Tengo para mí que el artista, cualquiera sea su especialidad, pintura, música, escultura, literatura, etc… tienen una obligación con la comunidad de la que se nutre, debe reflejar y mostrar el mundo tal cual es, no el hedonismo de su estado vital. Deben ser realistas por cruel que parezca lo que está sucediendo ahí fuera, para, justamente, sensibilizarnos… pero, eso sí, obligatoriamente, deben mostrar una lucecita, una ventanita un huequito por el que podamos escapar a esa locura y construir un mundo algo más vivible, más humano, más a nuestra medida. Y, acá, es donde creo que el Negro era un artista y es, reitero, la clave en la que hay que leerlo, porque me y nos hacía divertir tanto con todos sus personajes tan ridículos como lo fue Bustos Domeq, para Borges y Bioy Casares… pero también humanos y tiernos como don Inodoro para Fontanarrosa. Después de ver una película, escuchar un tema musical, observar una pintura, leer un libro, uno debe salir transfigurado y sensibilizado por el afecto de su arte. Leerlo, al menos a mí, me alegraba la vida.

El Negro, escribió 3 novelas y 13 libros de cuentos, además de Inodoro Pereyra, Boogie, el aceitoso y tantos otros cuadernos con personajes como Sperman, el hombre del sexo de hierro y su fiel compañero germinal, que coincide con la época en la que con su esposa Liliana buscaban un 2° hijo. Quien no haya leído, por ejemplo, el cuento: “El general Romero”, jamás comprenderá la historia argentina o “Retiro de Afganistán, ya” para ridiculizar a la diplomacia americana o las ínfulas de un olvidado comunista rosarino… y qué decir de esa maravilla literaria de cuento: “Negar todo” con unos personajes tan reales que parecen visuales y puede escuchar a sus protagonistas para darle otra vuelta a la vida y, en definitiva, reírnos de nosotros mismos.

Por Ricardo A. Kleine Samson.-


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