Herramientas contra el acoso escolar

¿Alas para volar o pies para pisar fuerte? La psicopedagoga Laura Collavini repasa aspectos para defenderse contra esta situación.

Alas para volar en libertad. Todos anhelamos eso. Como si la imagen de la posibilidad estuviese en desplegar dos grandes estructuras que nos permitan alejarnos sabiamente de aquello que no queremos, no nos hace bien. Desplegar alas implica en nuestro imaginario, posibilidad, crecimiento, despegar. “Finalmente voló” decimos cuando, por ejemplo, los hijos dejan su casa materna para lograr la independencia. Pero no tenemos alas, tenemos piernas, brazos. Por algo será.


Siempre relato en las charlas que la naturaleza es sabia. Dando un pequeño gran ejemplo, siempre un ser humano nace a partir de un óvulo y un espermatozoide, no puede ser a partir de dos óvulos ni de dos espermatozoides.

“Nació con estrella”. “Nació en cuna de oro”. Acá marcamos también diferencias. Ilusoriamente construimos una realidad. Alguien tiene más o menos posibilidades dependiendo el lugar o el contexto.

Ya escucho todas esas voces que me dicen “pero claro Laura, es obvio, una persona que nace en medio de África, sin agua, no tiene las mismas posibilidades que una persona que nace en Suiza”. Por supuesto tendré que darles la razón. Lamentablemente es así.

Voy a acotar mi relato a dos vecinos de la misma edad. Este ejemplo permite que emparejemos. Nacen con posibilidades parecidas. Necesidades básicas satisfechas, escolaridad, familia constituida por padres presentes y hermanos. Uno de ellos es muy sociable. Disfruta los juegos con compañeros y no tiene dificultad de conocer gente nueva. Le va bien en el colegio y hace algún deporte.

Hay que tener herramientas contra estas situaciones. Por ejemplo, desactivar comentarios incómodos a partir del humor, o hablarlo con nuestra familia.


El otro niño es retraído. Le gustan los juegos online y es fan de los dispositivos. Cuando va al colegio lo discriminan. Le dicen “cara de galleta”, “escoba”, y él se siente muy mal. Se queda aislado y no sabe qué hacer en los recreos. Su mamá se dio cuenta que algo malo pasaba cuando salía triste del colegio. Le preguntó y fue a hablar con la directora. Ella dijo que iban a hacer algo para solucionar el tema.

Nuestro primer amigo es le dicen diente torcido y lo cargan por su apellido gracioso. A él al principio no le gustó mucho. Les pidió que dejaran de hacerlo, pero no dio resultado. Fue a su casa y lo contó. Le miraron el diente y efectivamente estaba torcido. Su apellido sí sonaba gracioso. Comentaron entonces:

– ¿Por qué te molesta que te miren?

– No me molesta que me miren, me molesta que me insulten.

– ¿Cuál fue el insulto?

– Diente torcido.

– No lo escucho como un insulto.

– Yo tampoco, dijo uno de sus hermanos.


Nuestro protagonista, al sentirse incomprendido por su familia, se fue a dormir sin comer. Se encerró en su habitación y se quedó dormido. Al día siguiente fue al colegio. En el recreo algunos le dijeron “diente torcido”, él se lo tocó con la lengua y verificó que era así, hablaban de él. Se dio vuelta y con una sonrisa dijo:

– ¿Jugamos a algo?

– Dale. Pero no me muerdas con tu diente.

– Si pierdo puede ser, bromeó.

¿Es una historia con final feliz? No. Sólo con herramientas emocionales para abordar conflictos. Grandes y chicos. Conozco por supuesto que hay historias de mucha crueldad que no son resueltas con tanta facilidad.

La discriminación en las escuelas es un mal de esta época. Para abordarla es necesario mirar muchas aristas. Una de ellas reside en lo que sucede en casa.


Voy compartiendo preguntas para pensar juntos: ¿Qué herramientas les brindamos a nuestros hijos para resolver conflictos antes de salir a defenderlos? ¿Cómo es tratado en casa? ¿Cómo una persona con posibilidades o como un ser indefenso? ¿Puede expresar sus emociones?

¿Podemos escuchar sus opiniones? ¿Construimos espacios de tiempo posibles para compartir, conversar? ¿Cuáles son las actividades que pensamos para que puedan socializar más allá del colegio?

Alas para volar no tenemos. Contamos con un espíritu que debe fortalecerse día a día. Podemos o no contar con manos o pies. Es posible que tengamos ojos celestes y seamos rubios y eso jamás implicará reconocernos hermosos. Puede ser que escuchemos bien o mal. Que necesitemos anteojos o seamos chuecos. ¿Qué importa? Nada de eso hace al éxito o al fracaso.

Una reflexión para terminar: ¿Qué valores humanos les inculcamos a nuestros hijos? Hablo del ejemplo, no de las palabras.

Por Laura Collavini (lauracollavini@hotmail.com.ar).-


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