Lecturas: “El poder de las palabras”, Mariano Sigman

Científico y divulgador, el autor radicado en España nos enseña a hablar, con nosotros mismos y con los demás y, al hacerlo, derribar intencionadamente los mitos propios y ajenos. La palabra, sostiene, no describe al mundo, lo crea, lo hace, y en eso radica su poder.

Mariano Sigman es, además de argentino radicado en España, uno de los científicos más leídos del mundo y un maravilloso divulgador científico. Entre otros tan didácticos y maravillosos como él, Sigman viene a corroborar que la ciencia se acerca cada vez más a la gente de una forma cada vez más sencilla y grata.


Pero el sentido de acercarse al vulgo a través de las letras no tiene por exclusivo sentido divulgar las ciencias o vender libros. ¿De qué serviría saber cómo funciona el cerebro sino nos ayuda, también a cambiar y transformarnos? Acaso saber o ampliar nuestro limitado conocimiento ¿no ayuda también para imaginar y construir mundos mejores?, conocimiento que, además, podemos aplicar al arte en cualquiera de sus expresiones para refinar nuestras emociones con algo más de sapienza.

Así como el amor salva definiría Boris Cyrulnik, la palabra nos construye, concluye Mariano Sigman en su último y exitosísimo libro, recientemente publicado: “El poder de las palabras”.

Volviendo al párrafo anterior, no es un libro para saber el ilimitado poder que tienen las palabras en nuestro sistema nervioso. Nos sirve para conocer el ilimitado poder transformador que pueden ejercer las palabras, las nuestras, en nuestras vidas. Cambiando de forma de pensar y de hablar, mañana podemos ser otro ser humano distinto al que se acostó a soñar anoche. No es magia. Sigman no vende humo, es un consagrado científico. Sus conclusiones están fundadas en sólidos experimentos en laboratorios de neurociencias.

Sigman nos enseña a hablar, con nosotros mismos y con los demás y, al hacerlo, derribar intencionadamente los mitos propios y ajenos. La intención es vivir mejor, pero no es un vulgar libro de autoayuda para ser feliz en una semana, a lo sumo dos, es un libro para encontrar una versión distinta de uno mismo. Para darnos cuenta del potencial que, con las palabras, las nuestras, escondemos y tapamos como si no pudiéramos ser aquello que deseamos. “…también los juicios sobre nosotros mismos son precipitados e imprecisos. Ese es el hábito que tenemos que cambiar…”, dice el autor en la introducción. Y para ello nunca es tarde, porque lo que perdemos con el tiempo es la capacidad de curiosear, pero no la de aprender. Y el saber sirve para cambiar y disfrutar. Porque la palabra no describe al mundo, lo crea, lo hace, lo inventa y en eso radica su poder.


El autor explica en la introducción que siempre, desde muy chico, se considero un tipo alejado del deporte, y sin embargo un día compró una bici y salió a pedalear y lo siguió haciendo hasta que un día unos amigos lo invitaron a su casa a cenar y se fue en la bici los 350 km que los separaban, de manera que derribó sus propios mitos.

Entre los temas que toca hay unos que, al menos para mi es importante, y es el de la suerte. El mismo, evocando una ironía de Pearson, recomienda: “para tener una vida exitosa, elija a sus padres con mucho cuidado y evite nacer en la pobreza o en una situación de desventaja, porque de ser así aumentarán sus posibilidades de que su paso por la vida sea más complicado”. La suerte es esa “cosa” que actúa aleatoriamente sin que la notemos y la mayoría de las veces la negamos y anteponemos los argumentos que conocemos y que dieron origen a los resultados.

Sin embargo, el azar, estaba tan activo como cualquiera de los motivos que podamos argumentar. Cuando se pregunta a alguien, continúa el autor, las razones que lo han llevado a determinada logros, casi siempre aparecen argumentos relativos al esfuerzo, a la capacidad, a la perseverancia, pero rara vez se menciona el argumento de la suerte, sencillamente porque no está disponible ni se sabe de ella, aunque sí de su existencia. Resumiendo, continua, los errores más frecuentes del pensamiento, y de la palabra agrego yo, resultan de olvidar que nuestras consideraciones siempre parten de una visión sesgada afectando a nuestra apreciación de la vida cotidiana.

Las palabras tienen por sentido, aunque no único, construir puentes y no paredes, para si y para el resto y sirven, entre otras cosas, para construir identidad y un escudo para evitar que las palabras de la presión social callen las nuestras. Porque claro, no podemos convencer a nadie de lo que no lo estamos nosotros.


Tan interesante como hablar y escuchar es volver a oírnos a nosotros mismos, sobre todo aquellos relatos que fuimos forjando en nuestra memoria desde la infancia. Quizás, sugiere el autor, seamos una versión equivocada de nosotros mismos. Este diálogo interior, construido en palabras, puede servir para volvernos a editar. Porque, se me ocurre a mí, que no hay peor cosa que el pretencioso capricho de ser siempre la misma persona.

Otro maravilloso libro del mismo autor, aparecido en el año 2015, es: La vida secreta de la mente. Más o menos en línea con el descripto párrafos arriba. Otra vez, desde los mas prestigiosos laboratorios de neurociencia del mundo, Sigman nos acerca sus definiciones y conocimiento, propios y compartidos, para saber cómo funciona esa parte de nuestro cuerpo que no vemos, pero sentimos y a veces nos vuelve locos o nos llena de una original y desbordante creatividad.


Más sobre el autor



Es argentino. Se doctoró en neurociencias en Nueva York. Fue investigador en París. Es referente mundial en neurociencias de las decisiones, en neurociencias y educación y en neurociencias de las comunicaciones humanas. Es uno de los directores del Human Brain Proyect, el esfuerzo mas vasto del mundo por entender y emular el cerebro humano.


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