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Psicopedagogía: Por favor, pónganme límites

¿Cómo manejamos los límites para nuestros hijos? La psicopedagoga Laura Collavini explica la respuesta.

Redacción

Por Redacción

“Mamá, papá, por favor pónganme límites”. Tal vez a los lectores les resulte raro leer esto, como salido de un cuento, y les despierte una sonrisa. Pero les puedo asegurar que es verídico. Son pedidos desesperados de niños y adolescentes que pueden confesar esta necesidad en la protección de las paredes del consultorio.


“Si me hubieran dicho que no cuando era más chico hoy no estaría pasando por esto”. “Si me hubiesen exigido que estudie hoy me sentiría mejor”. “A mis papás no les importa lo que hago, están ocupados en sus cosas, no tienen tiempo para mí”.

¿Será que los padres le tienen temor a los hijos? En muchas ocasiones parecemos niños temiendo que los nuestros nos dejen de querer. Temor a sentirnos viejos, desactualizados, con las típicas frases de “a mi amiga la dejan ir, ¿por qué vos no?”.

Nos quedamos sin palabras con los más mínimos argumentos. No queremos cortarles la libertad de acción, no queremos traumarlos y queremos que elijan solos. Combo explosivo para el desarrollo cuidado.

Si bien las Pruebas Aprender no dieron el resultado deseado, podemos vislumbrar que los chicos cuentan con muchas capacidades diversas, entre ellas la de persuasión. Claro que, en sus deseos lógicos y esperables de placer inmediato e inexperiencia, no toman en cuenta algunas cuestiones.


“Estudio después, yo me arreglo”. “Vos no entendés”. “¿Me dejas faltar que tengo prueba y no estudié?”. “Me quiero cambiar de colegio porque en el que estoy me hacen estudiar un montón”. “Se queda en su habitación todo el día, yo lo dejo porque es su lugar”. “Es un embole estudiar, después le pido el trabajo a algún compañero”. Son relatos diversos que escucho en forma cotidiana.

Cuando por fin consiguen el objetivo, es frecuente relatar la sensación extraña de triunfo con ese dejo de tristeza, sabiendo que su trofeo no es tan saludable.

Los padres nos equivocamos, eso es seguro. Somos seres humanos y en este desafío del crecimiento existen tantas variables que probablemente alguna se nos escapa. No podemos dejarlos encerrados en una burbuja ni tampoco soltarlos a su criterio, ni siquiera en sus seguras habitaciones, ya que no es tan así con el acceso a Internet libre.

Ser padres es transitar por la incertidumbre en cada decisión. En general son jugadas que sabremos el resultado más adelante. Sin embargo, considero que hay una pequeña gran fórmula que no falla. Se trata de reflexionar y analizar con ellos. Esto a veces implica negociación y a veces no. Depende. ¿De qué depende? Del posible peligro implícito.


En muchas ocasiones niños y adolescentes no logran verlo. Compañías que no nos terminan de cerrar, que podemos ver por nuestra experiencia. Situaciones donde no podrían desenvolverse solos. El resto, que no son peligrosas, considero que es muy útil analizar entre partes. Porque finalmente nuestra función es que puedan ser protagonistas de sus vidas y cuidarse solos.

En lo personal siempre me gusta preguntar cómo lo resolverían. Hacer las preguntas que se nos ocurran para ver cómo podrían desenvolverse. Hablar de nuestros temores, incertidumbres.

No es útil que los cuidemos como si vivieran en burbujas o en cajas de cristal, pero tampoco lo es que los dejemos para que se desenvuelvan como les parece o con miradas de otros que no sean los padres. Decir que no con fundamentos claros y exigirles que cumplan con las obligaciones que como niños y adolescentes deben hacer es la educación que se necesita.

Esto no implica gritar ni dar palizas. Tampoco encerrar ni maltratar. Muy por el contrario: son actos de amor.


Siempre fomento la construcción de la mirada propia, que nos veamos como protagonistas de nuestra vida. Les comparto un ejemplo para poder generalizarlo en otros más dependiendo la edad. “Te tenés que ir a bañar. ¿A qué hora querés hacerlo? No puede ser ni a las dos de la mañana ni cuando estemos cenando. Dentro de los horarios lógicos de la casa decidí cuando lo vas a hacer”. Supongamos que responda: “A las seis”. Entonces a las cinco y media le comenzamos a recordar que falta un ratito para las seis.

El crecimiento es una danza que se baila entre padres e hijos. Con ritmos, pausas, diversos movimientos. Respetando a cada uno. Con un contexto determinado. Con amor.

Por favor. No le teman al no ni a exigirles que cumplan con ciertas obligaciones. Con una sola explicación. No hace falta fundamentar eternamente. Ellos lo van a agradecer.

Por Laura Collavini (laucollavini@gmail.com).-


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