En un mundo de pecadores


Casi todos los gobiernos juran querer llevar a cabo reformas drásticas, pero es poco probable que lo hagan pues significaría privar a la población de lo que precisa para sobrevivir.


Los tiempos que corren son propicios para quienes se especializan en asustar a los demás mortales hablándoles de desastres apocalípticos por venir a menos que se arrepientan de sus pecados y modifiquen radicalmente su conducta.

Si bien hay herejes que, basándose en datos que son fácilmente verificables, señalan que para el grueso de sus habitantes el mundo actual es mucho mejor de lo que era en cualquier época pasada, no les ha sido dado hacer retroceder a los persuadidos de que sería necesario imponer una especie de dictadura internacional porque por separado ningún país está en condiciones de impedir que el planeta se vea destruido por sus moradores humanos.

Para los contrarios al respeto por la libertad del individuo que ha sido típico de las sociedades modernas más prósperas, la pandemia de Covid ha tenido un impacto positivo porque ha legitimado un grado de autoritarismo colectivista que hasta entonces la mayoría hubiera repudiado.

Aunque son herederos de una tradición que se remonta a los profetas bíblicos cuyas diatribas hacían temblar a los poderosos, los agoreros actuales suelen afirmarse por encima de lo que toman por supersticiones anticuadas. Su dios particular es “la Ciencia” que, a su entender, no se limita a las disciplinas calificadas de “duras” ya que en ella debería haber un lugar para los textos sagrados de los movimientos sociales de moda. Dicen que si desobedecemos sus órdenes, la Ciencia nos castigará enviándonos plagas, fuego y caos social.

Hoy en día, los más proclives a atribuir todo cuanto no les gusta a pecados cometidos por quienes no comparten sus opiniones – y a sentirse con derecho a censurarlos -, no son los fieles de cultos religiosos sino los progresistas ateos.

Fue gracias a la mentalidad puritana de tales militantes que la nueva izquierda norteamericana, que nació en las universidades de elite, logró propagarse con rapidez fulminante por el resto del país y llegar a las colonias culturales de Estados Unidos en otras partes del mundo.

Por extraño que parezca, tales colonias incluyen la novedosa agrupación ultrakirchnerista “Soberanxs”; el nombre estrambótico que fue elegido por estos enemigos jurados del “imperio” se inspira en la manía norteamericana de inventar palabras que a su entender carecen de connotaciones patriarcales como “latinx”,

Si bien ya han transcurrido siglos desde que las iglesias cristianas dejaron de dominar la vida intelectual de las sociedades de raíces europeas, doctrinas como la del pecado original siguen incidiendo decisivamente en las actitudes de hombres y mujeres que no manifiestan interés alguno en temas religiosos pero así y todo no han podido escapar de su influencia.

Para tales personas, es tan convincente la prédica de quienes advierten que el género humano merece pagar un precio muy alto por haberse rebelado contra el orden natural que a su juicio los científicos deberían asumir el mando de la economía mundial.

La preocupación por los cambios climáticos les ha brindado un buen pretexto para avanzar hacia esta meta ambiciosa. Al fin y el cabo, si es verdad que el consumismo masivo que está detrás del fenomenal desarrollo económico de las décadas últimas está calentando tanto el planeta que dentro de muy poco será un horno, será necesario prohibir el uso de carbón, petróleo, gas o, huelga decirlo, madera como fuentes de energía.

Con todo, si bien casi todos los gobiernos juran estar resueltos a llevar a cabo las reformas drásticas propuestas por activistas adolescentes como la sueca Greta Thunberg, es poco probable que lo hagan porque significaría privar a buena parte de la población mundial de lo que precisaría para sobrevivir.

Incluso los misántropos que dicen que sería mejor para la madre tierra que el género humano se extinguiera por completo, vacilarían en proponer solucionar el problema que tanto les preocupa impulsando una hambruna masiva.

Para más señas, aun cuando resulten tener plena razón los alarmados por el calentamiento global, no tendría sentido provocar una gran depresión económica por suponer que una ayudaría a frenarlo, ya que, además de perjudicar enormemente a miles de millones de personas, privaría a los distintos países de los recursos materiales y técnicos que necesitarían para mitigar los efectos de las catástrofes previstas.

En la cumbre ecológica que se celebró hace poco en la ciudad escocesa de Glasgow, se hablaba mucho de las hazañas de científicos que estaban por encontrar nuevas fuentes de energía que serían mucho más limpias que las existentes pero, por desgracia, tales maravillas aún no están disponibles y no hay seguridad de que funcionarán todas las que se están desarrollando.


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