Encapuchados y con mordaza, acusados en El Cuy

Por FRANCISCO N. JUAREZ

fnjuarez@sion.com

Desde que en la cárcel de Choele Choel, el 'Rengo' Alonso (José) se atrevió –casi agonizante en ese año del Centenario- a denunciar los brutales castigos que la policía de El Cuy repartió a la mayoría de los apresados, corrió entre esos presuntos partícipes de la matanza serial de «turcos mercachifles», un lúgubre presentimiento. Ese 7 de agosto llevaban casi seis meses en el encierro carcelario, y según testimonios sumariales, muchos eran inocentes que se inculparon bajo tortuosos procedimientos que les prodigaron en El Cuy y en Roca.

Al día siguiente de su denuncia, el 'Rengo' Alonso se alivió de sus dolores en el pecho y en la espalda porque, ya sea por las secuelas internas de los golpes o por su costillar quebrado, fue el primero en morirse (La Prensa, 10 de agosto de 1910: «Choele Choel, Agosto 9. Ayer a la tarde falleció el procesado Alonso cuyo estado grave comuniqué…»).

El también apresado, Manuel Vera recordó cuando el reciente finado evocaba su llegada a la comisaría de El Cuy. El infortunado rengo, chileno, aborigen, alcanzó a ver una legión de apresados –contaba Vera- que permanecían encapuchados mientras Alonso fue amordazado para ahogar los gritos mientras el comisario Torino lo empezó a golpear (ver más adelante testimonio sumarial).

En realidad, el primer muerto no fue él sino Marcial Avilés. Lo mereció por salirse de camino por el que iba arrestado junto a los demás «arriados» hacia la comisaría de El Cuy. Ahí no más fue golpeado por «el cabo Carlos con la carabina en el pecho volteándolo…» para enseguida atropellarlo con los caballos. De manera que, gracias al descuido que cometió en la obligada cabalgata, evitó luego autoinculparse. No hablaría más ya que allí mismo lo sepultaron de unas paladas. (En un tiempo, la tumba motivó algunos peregrinajes hasta ese paraje que enarboló esa historia de agonía y cercana al boliche de Zavalía).

Pero desde el 8 de agosto en que murió Alonso hasta el 21 del mismo mes en que lo imitó Eliseo Marillán -otro apaleado en El Cuy que tenía una clavícula quebrada-, en la misma cárcel murieron otros apaleados, según lo divulgaron los diarios porteños y figuran en los testimonios reproducidos para avalar el fallo del juez letrado. Ellos fueron Juan Basilio, Ignacio Piqueteo, Pablo Calcumil y Manuel Ñancuche.

 

Fracturas, hemorragias y pleuresía

 

Según La Prensa del jueves 25 de agosto del mismo año '10, el día anterior se había practicado la autopsia del procesado Marillán determinándose que murió debido a los golpes recibidos en El Cuy. «El doctor Fausone –dice la nota- me informa que tenía la clavícula izquierda fracturada, pleuresía, hemorragia cerebral y pulmonar».

Todo esto sucedía mientras gobernaba el presidente José Figueroa Alcorta. En esos días de agosto el crucero Buenos Aires acababa de dejar el puerto de Río de Janeiro con el electo presidente Roque Sáenz Peña a bordo, quien volvía a la capital argentina tras un viaje por Europa.

¿Cambiaría algo? ¿O era un enroque entre dos masones y también conservadores autonomistas?

Sáenz Peña viviría apenas hasta el invierno del año '14, tiempo durante el cual el grupo de policías rionegrinos encabezados por el comisario José María Torino, el investigador de los crímenes seriados, se mantuvo encausado por «abuso de autoridad y lesiones graves». El presidente enfermo que, nacido en Buenos Aires llegó a general peruano, no produjo cambios, salvo la meritoria imposición de voto secreto y obligatorio para todos los ciudadanos. La lejana impunidad de las autoridades territoriales campeaba sin reparos.

Al divulgarse las noticias derivadas de la gran investigación de los crímenes seriales contra sirio libaneses ambulantes, el costo social y político era interno, ya que los principales festejos del Centenario de la Revolución de Mayo ya se habían desplegado frente a grandes personalidades extranjeras entre luminarias y fuegos de artificio.

Pero en pleno invierno de ese año '10, las peores noticias de los diarios de Buenos Aires –que rebotaban tardíamente en la Patagonia- causaron escándalo. Por esa razón, en Roca, por ejemplo, muchos recién se enteraban de los apremios ilegales cometidos en su comisaría y del sótano donde amarraban a algunos detenidos.

Lo peor en esta localidad había sucedido en enero y parte de febrero, porque luego, las decenas de apresados en El Cuy fueron llevadas en tren a Choele Choel. Así, los festejos del Centenario en Roca fueron más apacibles, según los diarios de la época. El 'lunch' principal «se sirvió en el hotel del señor Jorge González Larrosa» y al descorchar «la champaña» habló Luis D. Mallhet. Los asistentes que tenían resto físico, a pesar de que por la tarde hubo carreras de sortijas, «de carretillas humanas, tres piernas, sartén quemada…y carrera de embolsados…», bailaron hasta la madrugada. Eso fue posible porque amenizó la orquesta organizada con la señora de Kambo al piano, el «tano» Fava con mandolín, además del «señor Montero con guitarra y el señor Romero con violín».

En algunos parajes, los festejos siguieron por semanas, y quizás los alcoholes ayudaron a precipitar tragedias, por ejemplo en Pilcaniyen, donde «el joven Guillermo Fanky se pegó un tiro frente a una cantina en la sien derecha haciéndose saltar los ojos y saliendo la bala por el lado izquierdo» (La Prensa del 9/6/1910). Otras noticias patagónicas de esos días sorprendían. Algunas de ellas se aglutinan en el recuadro de «Curiosidades» en esta misma página.

 

Causa contra Torino

 

¿Cómo se inició la causa contra José María Torino, el comisario que encabezó la investigación contra los criminales seriales de mercachifles «turcos» ambulantes?

Las verdades hay que buscarlas en el expediente 2.207, causa contra Torino y otros por abuso de autoridad y lesiones graves. Dice el testimonio del 11 de febrero de 1911 en Viedma, que tras declarar en la cárcel de Choele Choel, y el moribundo Alonso describir la golpiza en El Cuy, declaró Hilario Ñancuche. Lo hizo ante el director de la cárcel, el comisario local y el médico de la gobernación. Sostuvo que su estado enfermo se debía «a los golpes de puño y culatazos que les hizo pegar…el comisario José María Torino cuando lo tomó preso en El Cuy».

El procesado Eligio Mavillán sólo hablaba en su idioma aborigen y lo tradujo el lenguaraz Ramón Cejas.

Declaró que «habiendo llegado el comisario Torino con cuarenta presos y personal de la comisaría al puesto que tenía en Colan Niyeo, les pidió carne de yegua para los detenidos y de vaca o de capón para él, y que, como había que mandar a buscar a los animales al campo, se impacientó ordenando a los agentes que lo apalearan, quienes cumplieron la orden pegándole culatazos, patadas y hasta pisándolo con los caballos y se retiraron sin esperar la carne pedida. Que al poco tiempo pasó nuevamente la policía por su puesto y lo tomaron preso, le destruyeron el toldo dejando en la miseria a su mujer Rita Manuela y cinco hijos, y castigándolo brutalmente a él y a su mujer, despojándolos de ropas, víveres, etc., enseñando en ese acto las cicatrices que le dejaron, añadiendo que se distinguieron por sus abusos un sargento y el agente Cardoso (Juan, joven de Patagones) quienes invocaban órdenes del comisario Torino. Y que, después, mientras estuvo preso, lo trataron muy mal, particularizándose en los malos tratamientos con él y el procesado Ñancuche, los agentes Uminao y Marileo, y el sargento Falcón, quienes aplicaban toda clase de tormentos por orden y en presencia del comisario Torino; que estos castigos los ordenaba porque no quería declarar que había muerto turcos».

Peor le fue a Manuel Vera. Cabalgó ocho leguas para presentarse a la comisaría de El Cuy para «solicitar permiso para marcar unos potrillos y que lo acompañaba su cuñado Ñancuche, quien iba a pedir la entrega de su libreta de enrolamiento que le habían secuestrado cuando lo tomaron preso con los Muñoz; y que, antes de que el comisario Torino los atendiera, pudo ver que había allí muchos presos y todos estaban atados con las cabezas tapadas y en la oficina estaba un muchacho y un rengo que después supo que se llamaban Aburto y José Alonso…».

Torino preguntó a los nombrados señalando a Vera para que dijeran si había estado en la muerte de turcos «y como éste no contestara en sentido afirmativo, Torino se enfadó y empezó a golpear a Alonso hasta tirarlo al suelo donde lo pateó para hacerlo levantar, siguiendo el interrogatorio al que Alonso respondía: 'sí señor, sí señor' y como siguiera llorando ordenó que fuera llevado y estaqueado y aunque no vio que se cumpliera la orden sintió los gritos que daba Alonso como si lo castigaran».

• Bóers al asalto. El 8 de junio de 1910 se supo que en días anteriores, por telegrama desde Pico Salamanca, al norte de Comodoro Rivadavia, «empieza el subcomisario Baumann (Luis), bóer, a cometer toda clase de atropellos. Días pasados en compañía de los señores C. S. Visser, Luis Venter y Guillermo Kook, también bóers, asaltó la casa de un conocido y respetado vecino» rompiendo una ventana.

• Bailey Willis al Colón. El 11 de julio de 1910 –a las 14- se inauguraron en el joven teatro Colón la Conferencia Panamericana y el Congreso Científico Americano, al que acudió el ingeniero norteamericano Bailey Willis. Perdido entre una multitud de participantes y asesores, fue la oportunidad que aprovechó el ministro de Obras Públicas, Ezequiel Ramos Mejía para contactarlo y emprender el estudio del norte de la Patagonia.

• Muerte de Montt. El 17 de agosto de ese año, luego de haberse ganado simpatías en Buenos Aires durante su asistencia a los festejos de Centenario, murió el presidente chileno Pedro Montt.

Hay quienes pudieran sospechar un maleficio de esa gira ya que su secretario privado se había matado en un accidente con el ascensor del hotel de la Capital Federal –en los días de la visita presidencial-, por desconocer su uso y desgarrase entre puertas y movimiento.


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