Enfoque equivocado
Hoy, el discurso de los dirigentes políticos y sindicales se caracteriza por su mala fe. No sorprende que el país esté confundido y más desmoralizado.
Aunque a esta altura sería ridículo afirmar que el «rumbo» de la política económica aliancista sea distinto del elegido por el gobierno de Carlos Menem casi diez años antes, el presidente Fernando de la Rúa sigue hablando como si creyera que su propia estrategia no tiene nada en común con aquella de su antecesor, de ahí la afirmación que formuló en el discurso difundido la noche del viernes de que cuando los peronistas estaban en el poder los caciques sindicales actuaron como «cómplices silenciosos del abandono de los trabajadores», dando a entender de este modo que a su juicio debieron haberse movilizado contra el «modelo» que él mismo está procurando consolidar. Al calificar así la conducta asumida por los sindicalistas antes de diciembre del año pasado, De la Rúa opinaba que ya habían dejado de ser «cómplices silenciosos» de los enemigos de los obreros para convertirse en defensores ruidosos de sus derechos. No fue exactamente lo que quería decir, pero sucede que, lo mismo que tantos otros voceros de la coalición gobernante, De la Rúa, un hombre inteligente, ni siquiera ha intentado dejar atrás el esquema maniqueo – Menem malo por ser liberal, Alianza buena por estar contra «el modelo» – que le sirvió para triunfar en las elecciones.
Por motivos más partidarios que políticos, De la Rúa se siente obligado a continuar achacando todos los problemas del país a la gestión de Menem, el cual, parece, debió haber aumentado los impuestos y reducido los sueldos de los estatales en 1997 ó 1998 a fin de poder legarle una situación fiscal menos comprometida. Al fin y al cabo, a juicio de la Alianza no hay otros remedios por los desequilibrios, «heredados» o no. Pero, de haberlo hecho Menem, ¿lo habrían apoyado De la Rúa, Carlos «Chacho» Alvarez, Raúl Alfonsín y los demás? Claro que no. Antes bien, se hubieran dado el gusto de «luchar» codo a codo con personajes como Hugo Moyano contra tamaño «ajuste». No es necesario tener una memoria fenomenal para recordar que hasta fines de 1999 el interés de los aliancistas por el rigor fiscal se acercaba a cero y que, lejos de exigirle a Menem una mayor seriedad en el manejo de las cuentas públicas, se quejaban amargamente por su voluntad de prestar atención a los «números».
Huelga decir que los aliancistas no son los únicos que apenas han tratado de actualizar su forma de pensar a fin de adaptarla a la realidad argentina del año 2000. Igualmente reacios a hacerlo han sido los sindicalistas, los cuales persisten con actitudes que quizás les resultaran provechosas hace medio siglo, pero que hoy en día sólo sirven para perjudicar a quienes dicen representar. Mal que les pese, la economía moderna es muy diferente de la de los años cincuenta y por lo tanto los sindicalistas tendrán que optar entre ayudar a los trabajadores a prepararse para sobrevivir y, acaso, prosperar en un orden que además de ser capitalista será decididamente más «flexible» que el tradicional, o degenerar en dinosaurios que, mientras aún puedan, se dediquen exclusivamente a defender sus propias «conquistas» personales y ocasionar disturbios destinados a intimidar a los dispuestos a privarlos de ellas.
Hoy en día, el discurso de los dirigentes políticos y sindicales se caracteriza por la mala fe. El gobierno es forzosamente «liberal» porque también lo es el mundo desarrollado, pero se niega a asumirlo, prefiriendo hablar como si estuviera empeñado en construir una suerte de patria socialista. La oposición peronista inició la etapa «liberal», pero con la excepción parcial de Menem y sus partidarios ha recaído en la retórica populista propia de un pasado cada vez más remoto. Por su parte, los sindicalistas sólo quieren aferrarse a «la caja» y para hacerlo están dispuestos a decir y hacer cualquier cosa. No sorprende, pues, que el país entero esté confundido y cada vez más desmoralizado. ¿Cómo no estarlo cuando los dirigentes se proclaman resueltos a marchar vigorosamente en una dirección contraria a la que efectivamente han emprendido, y nadie, ni los jefes del gobierno ni sus homólogos de la oposición, tienen la decencia de hablar con un mínimo de sinceridad?
Aunque a esta altura sería ridículo afirmar que el "rumbo" de la política económica aliancista sea distinto del elegido por el gobierno de Carlos Menem casi diez años antes, el presidente Fernando de la Rúa sigue hablando como si creyera que su propia estrategia no tiene nada en común con aquella de su antecesor, de ahí la afirmación que formuló en el discurso difundido la noche del viernes de que cuando los peronistas estaban en el poder los caciques sindicales actuaron como "cómplices silenciosos del abandono de los trabajadores", dando a entender de este modo que a su juicio debieron haberse movilizado contra el "modelo" que él mismo está procurando consolidar. Al calificar así la conducta asumida por los sindicalistas antes de diciembre del año pasado, De la Rúa opinaba que ya habían dejado de ser "cómplices silenciosos" de los enemigos de los obreros para convertirse en defensores ruidosos de sus derechos. No fue exactamente lo que quería decir, pero sucede que, lo mismo que tantos otros voceros de la coalición gobernante, De la Rúa, un hombre inteligente, ni siquiera ha intentado dejar atrás el esquema maniqueo - Menem malo por ser liberal, Alianza buena por estar contra "el modelo" - que le sirvió para triunfar en las elecciones.
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