Entre verdes y celestes


Tarde o temprano los contrarios a las reformas podrían estar en condiciones de una contraofensiva encaminada a restaurar lo que en su opinión es la normalidad.


No sólo aquí sino también en muchos otros países, quienes hacen campaña a favor de la legalización plena, y por lo tanto la legitimación moral del aborto, son propensos a subestimar el poder de la oposición. A los más combativos les parece tan reaccionaria, tan irracional, que les cuesta tomarla en serio. Atribuyen su postura a la influencia residual del cristianismo y a lo que los feministas llaman “el patriarcado”, o sea, la convicción tradicional de que siempre les corresponde a los hombres tener la última palabra sobre un tema que a su entender en propio de las mujeres.

La confianza inicial que sienten los partidarios de leyes mucho más flexibles que las existentes puede entenderse; cuentan con el apoyo decidido de las elites culturales mayormente progresistas que están acostumbradas a dominar los debates públicos, mientras que sus adversarios más apasionados suelen destacarse por su religiosidad. Para los reformistas, pues, se trata de un conflicto entre lo moderno e ilustrado que ellos representan por un lado y, por el otro, un pasado signado por la superstición y la ignorancia.

Desde un punto de vista sociológico, tal forma de calificar a los bandos en pugna puede justificarse, pero ello no quiere decir que, por ser a su juicio una cuestión del nivel educativo o de la ubicación relativa en la escala social de la mayoría de los “verdes” o “celestes”, andando el tiempo el desarrollo se encargará de resolver el asunto.

Antes bien, al intensificarse la sensación de que el proyecto progresista, por llamarlo así, que ha moldeado la civilización occidental de la que la Argentina es parte se ha agotado porque detrás de la razón o la ciencia no hay más que un inmenso vacío, en los años próximos los contrarios a la despenalización del aborto podrían contar con mucho más apoyo que en la actualidad.

En América del Norte y Europa, está la convicción de que los triunfos del derecho de la mujer a elegir si quiere ser madre están detrás de la caída vertiginosa de la tasa de natalidad y los gravísimos problemas demográficos resultantes.

Puede que, como aseveran los críticos más feroces, las religiones sean meras supersticiones equiparables con la fe de nuestros antepasados en el poder de la magia, pero por lo menos hacen posible la creencia de que la vida tiene sentido, que de un modo u otro nuestra estadía en la Tierra significa algo. Los que se oponen con vigor a la relajación de las leyes del aborto basan su postura en dicha convicción, ya que a diferencia de sus contrincantes insisten en que hasta la vida embrionaria, por tenue que fuera, es de importancia fundamental. Para ellos, los argumentos esgrimidos por los resueltos a privilegiar los intereses inmediatos de mujeres embarazadas que, por las razones que fueran, preferirían no dar a luz son insoportablemente egocéntricos.

En América del Norte y Europa, está difundiéndose con rapidez la convicción de que los triunfos anotados por los partidarios del derecho de la mujer a elegir si quiere ser madre están detrás de la caída vertiginosa de la tasa de natalidad y los gravísimos problemas demográficos resultantes. Aunque la disponibilidad casi libre del aborto en países considerados avanzados no sea más que un síntoma del cambio cultural que los ha llevado a la situación actual, el que varios gobiernos europeos hayan comenzado a emprender programas para aumentar la cantidad de nacimientos es una mala noticia para “los verdes” locales ya que las modas sociopolíticas e intelectuales del mundo rico suelen tener repercusiones fuertes aquí. Por cierto, de no haber sido por el ejemplo brindado por Estados Unidos, a nadie se le hubiera ocurrido legalizar “el matrimonio igualitario”.

En opinión de algunos, el repliegue de la religiosidad en Europa, y el avance del hedonismo consumista, ha provocado una crisis de identidad que pone en peligro el futuro del Viejo Continente. ¿Exageran? Puede que sí, pero es innegable que el envejecimiento muy rápido de países como Italia, España, Grecia, Alemania y, si bien en grado menor, Francia, ya está teniendo consecuencias socioeconómicas sumamente negativas al resultar insostenibles esquemas previsionales creados en circunstancias muy distintas, mientras que el intento de importar millones de personas desde regiones más prolíficas para llenar el lugar dejado por los no nacidos europeos está detrás del resurgimiento de la derecha nativista.

Tanto en Europa como en Estados Unidos, donde el gobierno de Donald Trump está haciendo de la Corte Suprema un reducto de jueces conservadores “pro vida”, el péndulo está moviéndose hacia el lado “celeste”. Aunque merced al activismo del presidente Alberto Fernández la Argentina pronto tenga leyes de aborto menos severas que las actuales, tarde o temprano los contrarios a las reformas podrían estar en condiciones de montar una contraofensiva encaminada a restaurar lo que en su opinión es la normalidad.


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