Cómo es «Maestro», la película de Bradley Cooper que se ve en Netflix

Bradley Cooper se propuso un desafío enorme como actor y director: encarnar a Leonard Bernstein , el director más famoso e influyente de la Filarmónica de Nueva York del siglo XX, el primer conductor estadounidense de una orquesta sinfónica de ese país, rubro dominado por europeos, el hombre que cambió la historia de los musicales para siempre con “West Side Story” (“Amor sin barreras”), el que compuso bellas canciones y condujo programas de televisión para enseñar qué es eso que llamamos música. Pero eligió contarlo desde otro costado, el del hombre apasionado, enamorado de su mujer, la actriz chilena-costarricence Felicia Montealegre, y abiertamente bisexual, algo que para la época podría ser considerado una osadía y que él jamás ocultó, a veces a pesar del pedido de decoro que muchas veces repetía su mujer.


El resultado, aunque cargado de bellas imágenes y muchas veces emotivo, y aunque lleve las firmas de dos enormes productores como Martin Scorsese y Steven Spielberg, es desparejo.


En dos horas, en las que se alterna el blanco negro y el color, la película dirigida y protagonizada por Cooper y una dulce Carey Mulligan, conocemos al Bernstein de los inicios, el de 1943, cuando era asistente del conductor de la Filarmónica y por una inesperada enfermedad del director invitado debe, casi sin tiempo y a los 25 años, dirigir a la orquesta en una transmisión emitida además por radio desde el Carnegie Hall. Con esa mezcla de talento y suerte, Bernstein se convierte en una estrella de la noche a la mañana.


La música de Bernstein cubre todo el filme como un velo, pero es la banda sonora de una relación amorosa que a veces parece esconder más de lo que muestra. Felicia Montealegre acepta a Bernstein tal como es. Conoce a sus jóvenes amantes, los tolera. Al menos hasta que los tres hijos de la pareja llegan a la adolescencia. Y entonces, lo que era apertura y aceptación se transforma en cuestionamientos. Felicia le pide decoro, le exige que no le diga la verdad a sus hijos, aunque ellos están un poco inquietos por la cantidad de rumores que circulan sobre la homosexualidad del padre. Eso, que podría ser el nudo de la relación, lo más profundo (una aceptación que al final se vuelve conservadora cuando roza a la familia), no tiene espesor en el filme, es como un helado que se derrite al sol y nadie recoge, el compás más esperado del filme que de pronto se desinfla.


Bradley Cooper fue cuestionado por la prótesis que usa en la nariz para parecerse al director de orquesta. Parece un detalle superfluo. La verdad es que el parecido está logrado y el tamaño de la nariz no parece ser la piedra con la que tropieza el filme. El problema de la película es que la relación sobre la que intenta hacer pie, es un terreno quebradizo. No logra transmitirse que haya sido esa relación tan apasionada y atormentada con la que se promociona el filme.
Sí se ve, y es lo que conmueve, lo necesaria que ella era para él. Hay en la imagen de arranque una clave de ese modo que seguramente tuvieron como pareja. Ella, que muere joven por un cáncer de pulmón (casi que da tos ver la cantidad de cigarrillos que fumaban ambos), se convierte en una ausencia que ocupa todos los espacios. El problema es que muchos de esos espacios permanecen ocultos, silenciados.


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