Oscar 2023: por qué la juventud puede hacer ganar a «Argentina, 1985»

El filme de Santiago Mitre, que este domingo competirá por el Oscar a Mejor Película Internacional, pone en valor a la juventud como garante de los valores democráticos, de su espíritu y de su sostenimiento.

«Creo que el ‘85 va a ser un buen año”. Charly García, como siempre, iba a tener razón.
El músico hablaba con la revisa Pelo a fines de 1984 y desde allí proyectaba un buen nuevo año, él, que despedida y gran año viejo. A fines de 1983 había sorprendido con “Clics Modernos», un disco innovador y rupturista para los estándares del rock argentino de entonces. Mil novecientos ochenta y cuatro se lo dedicó a la presentación del disco y a la grabación y publicación, en septiembre, de su sucesor, “Piano Bar”. En eso estaba Charly cuando imaginaba un buen 1985.


García presentó “Piano Bar”, el 24 y 25 de mayo, en un Luna Park repleto las dos veces, junto a su banda de entonces integrada por los GIT más Fito Páez en teclados y con Luis Alberto Spinetta como invitado de lujo. Para entonces, muy cerca de allí, en la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal, hacía exactamente un mes que se llevaba a cabo el Juicio a las Juntas Militares que habían comandado la última y más brutal de las dictaduras argentinas.
De eso trata “Argentina, 1985”, el filme dirigido por Santiago Mitre y coescrito con Mariano Llinás, de cómo un fiscal, Julio Strassera, interpretado de manera magistral por Ricardo Darín, y su adjunto, Luis Moreno Ocampo, encarnado por un no menos brillante (y ya para nada sorprendente) Peter Lanzani, y un joven, muy joven equipo, (se) organizaron y llevaron adelante la misión, para muchos imposible, de juzgar a Videla, Massera, Agosti & Cía.


Estrenada en salas el 29 de septiembre pasado y disponible en la plataforma de streaming de Amazon Prime Video (una de las coproductoras) desde el 21 de octubre, ganó como mejor película en los festivales de Venecia, donde fue ovacionada durante nueve minutos, y San Sebastián, un Globo de Oro 2023 a Mejor Película de Habla No Inglesa y un Goya 2023 a Mejor Película Iberoamericana. Nominada a Mejor Película Internacional, este domingo buscará ganar el Premio Oscar.

Moreno Ocampo/Lanzani y Strassera/Darín se ponen de acuerdo en un bar porteño sobre cómo comenzar a trabajar.


De ocurrir, aunque no la tendrá fácil con la alemana “Sin Novedad en el Frente”, será la tercera estatuilla para el cine argentino. Curiosamente, las dos películas ganadoras y la que va por la tercera tienen argumentos relacionados con los años 70 y la última dictadura, una especie de trilogía impensada pero que cinematográficamente funciona como un relato posible acerca de los años más oscuros y sangrientos de la historia argentina contemporánea.
Porque, si en “La historia oficial” (1984) una profesora de historia de colegio secundario (Norma Aleandro) descubre que su hija adoptada es hija de desaparecidos y fue apropiada ilegalmente durante el Proceso de Reorganización Nacional; en “El secreto de sus ojos” (2009), los sucesos narrados ocurren entre 1974 y 1975, prolegómenos del Proceso, cuyos jerarcas serán enjuiciados casi diez años después. Ese juicio, el primero en la historia mundial en que un tribunal civil condenó a una dictadura militar, es de lo que trata “Argentina, 1985”.


Argentina y por qué 1985



La película de Mitre se ubica inequívocamente en 1985, tanto que así es como su director decide llamarla: Argentina, 1985. Tiempo y lugar específicos, sin metáforas que puedan abrir el juego de la polisemia. Así, Argentina 1985, sin más. ¿Por qué?
En un principio, iba a ser solo “1985”, sin siquiera el componente geográfico y político Argentina. Pero resultó que los productores descubrieron que ya había una película con esa cifra como nombre. La primera opción fue “Buenos Aires, 1985”, pero habría sido un error. ¿Sólo Buenos Aires, si de lo que se trataba, para los fiscales y su equipo era de demostrar sobre todo que el terrorismo de Estado había abarcó todo el país? “Argentina, 1985”, en cambio, abrazaba un tiempo y lugar más amplio porque la película es una película de época, esa época, la de 1985.


Cuenta el propio Santiago Mitre, en un diálogo con la periodista Claudia Acuña publicado por la revista digital lavaca.org, el propio Santiago Mitre, sobre esa especie de no-título que “hablaba con un amigo, que es músico y no tiene nada que ver con el cine, y me decía del título algo que yo no había pensado: ‘como que te borraste, no le quisiste ni poner título, como si no tuviera autor casi’. Me pareció ingeniosa la idea, más allá de que él no sabe más de la película que lo que vio en el teaser y lo que yo le puedo haber contado. Y es verdad, hay algo en la película donde yo traté de manipular un poco menos este hecho histórico. Por supuesto que uno siempre manipula, pero hay algo de un respeto hacia la historia que no sé si lo había tomado antes”.
Algo así como un título aséptico, incontaminado de cualquier lectura o recorte o manipulación ideológica o política. Un título compuesto del nombre del país donde suceden los hechos y del año en que suceden. Y que el filme hable.
La película pone la mirada en ese año y solo en ese año (aunque las primeras escenas sucedan a fines de 1984) porque busca ser un retrato de época con el devenir del Juicio a las Juntas como argumento de su trama.


1985, un año bueno y raro, enrarecido


Mil novecientos ochenta y cinco fue también un año raro, o más bien enrarecido. Porque mientras la sociedad argentina comenzaba a disfrutar de una vida en democracia, el miedo aún se sentía en el ambiente. Sobre todo porque los aparatos represivos seguían activos y las fuerzas de seguridad estatal aun mantenían sus estructuras y prácticas de los años de plomo. Varias escenas lo reflejan: las amenazas al fiscal Strassera, el amedrentamiento psicológico a Moreno Ocampo, las amenazas de bomba contra el edificio donde debía suceder el juicio, entre otras circunstancias que marcaban el pulso de la época.
De todas las posibilidades narrativas que Santiago y Mariano Llinás tenía para contar la época en cuestión, eligieron la juventud como motor narrativo. Fueron los jóvenes de 1985 quienes motivaron a un dubitativo Strassera. Un joven e inexperto Luis Moreno Ocampo, abogado de apenas 32, logra convencer a su jefe de que lo mejor que le podía pasar era que in joven e inexperto como él lo asistiera y que, aun mejor, sea un grupo de jóvenes incluso más jóvenes que él, trabajara en la recolección de pruebas y documentos.


Ante una sociedad descreída y hasta cierto punto desentendida, Mitre y Llinás enfatizaron en la juventud como posibilidad porque ellos sí creían no sólo que era posible enjuiciarlos y condenarlos, sino que era necesario para un futuro posible y porque, como dirá Strassera/Darín en el estrado, impulsado (y convencido) por sus jóvenes colaboradores, “esta es nuestra oportunidad y puede ser la última”.
En una entrevista con el diario.ar, Mitre revelaba: “Nos dimos cuenta de que a través de la Fiscalía podíamos contar el Juicio con un nivel de actualidad para poder hablarles a las personas que nacieron después del 85”. Había algo en la conformación de la Fiscalía, por la edad de Luis (Moreno Ocampo) y por la de las personas que trabajaron como asistentes que eran todos muy jóvenes. Nos parecía que era una manera de interpelar a esas personas que no sabían cómo había sido el Juicio”.
Así, la película oscila entre las tensiones por el miedo aún en el aire (y en el cuerpo) y la frescura de aquella juventud de 1985 que trabajaba convencida de estar haciéndolo en un tiempo presente histórico sin precedentes, pero también para un futuro indefinido. Supieron como pocos que el futuro de aquella democracia, frágil y sumamente expuesta, dependían de su compromiso civil con los sucesos en curso. Si la justicia civil iba a enjuiciar a los dictadores, iba a necesitar de la sociedad civil. Siguiendo la narrativa propuesta por Mitre y Llinás, cuesta imaginar el curso de los hechos sin el impulso de la juventud de aquel equipo.


Democracia, sueño eterno


Mucho se dijo desde el estreno de “Argentina, 1985” sobre cómo la película dialoga con este tiempo en que las democracias siguen en peligro, sugiriendo así, que, al igual que la revolución, la democracia también es un sueño, un proyecto inacabado que, como en aquel año de 1985, también en el siglo XXI necesita de la juventud.
Pero no solo la juventud funcionó como un energizante para el entusiasmo de Strassera. También la infancia, en este caso a través de su propio hijo Javier, encarnado por el actor Javier Armas Estevarena, de 14 años en la vida real. En el tramo final de la película, cuando, ya casi amaneciendo, el fiscal recibe un llamado telefónico a través del cual le informan las sentencias, se entera de las absoluciones de Graffigna, Galtieri, Lami Dozo y Anaya, de las penas menores -a criterio del fiscal- para Viola, Lambruschini y Agosti y de las perpetuas para Videla y Massera, reacciona negativamente: “Ya está, no hay nada más que hacer”, se queja amargamente.

Julián Strassera, el hijo del fiscal, encarnado por el actor Santiago Armas Estevarena, le sugiere a su padre un cambio en el alegato.


Cuando su hijo aparece en escena, le pregunta a su padre cómo le había ido: “Mal, hijo, mal”, le responde. Y tras contarle sobre las absoluciones y las condenas menores, Javier le pregunta por Massera y Videla. “Perpetua”, le dice. “¿¡Perpetua!?”, exclama el niño. “¡Metiste en cana a Videla! ¿Para toda la vida?”. “Sí, para toda la vida. Perpetua es eso”, le aclara el fiscal, algo pensativo. “¡Espectacular, papá!”, acota entusiasmado. “Sí”, devuelve como ausente el hombre. “¿Y por los demás no se puede hacer nada?”, consulta. Y Strassera, que minutos antes decía que ya estaba, que no había más nada que hacer, contagiado de la felicidad de su hijo por haber metido en cana a Videla y Massera, piensa unos segundos, como quien se (re)encuentra un pensamiento, se levanta y dice: “sí, podemos apelar”.


Para cuando su hijo lo alienta a meter a todos adentro y no solo a Videla y Massera, su padre, el hombre que había logrado condenar y encarcelar de por vida a Videla y Massera, ya está sentado delante de su Olivetti Studio 46 tipeando “Excelentísima cámara: cumpliendo con su deber legal esta fiscalía debe apelar el fallo. Y mientras escribe, el golpe de cada letra sobre el papel juega su ritmo con la percusión inicial de “Inconsciente Colectivo”, de Charly García. Con la película, también 1985 iba llegando a su fin, ese año que, como él mismo presagiaba justo un año antes, iba a ser un buen año. Un año en el que Juicio a las Juntas tuvo lugar y tuvo condenas.
En la misma entrevista con eldiario.ar, Mitre revelaba que “decidimos que nosotros vamos a hacer una película que es de ficción basada en un hecho real, así que nos tenemos que olvidar de lo que sabemos y tratar de escribir como si entendiéramos a esas personas que estamos representando, meternos en sus cabezas para contar una historia vibrante, interesante, profunda. No es que queríamos ser excesivamente respetuosos, sino entender que nuestro trabajo como cineastas es hacer buen cine. Y también que tuviera rigor histórico”.
Buen cine con rigor histórico, la fórmula que le puede dar a “Argentina, 1985” nada menos que un premio Oscar.


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