Premio Alfaguara de novela 2024: fue elegido por unanimidad Sergio del Molino por «Los alemanes»

Coincidiendo con el 60.º aniversario de Alfaguara, el premio contó con un jurado de excepción formado por autores emblemáticos del sello: Sergio Ramírez, Juan José Millás, Laura Restrepo, Rosa Montero y Manuel Rivas, además de Pilar Reyes, directora editorial de Alfaguara.

Por unanimidad, el escritor español Sergio del Molino ha sido galardonado con el Premio Alfaguara de novela 2024, dotado con 175.000 dólares , una escultura de Martín Chirino y la publicación simultánea en todo el territorio de habla hispana, por la obra «Los alemanes», que llegará a las librerías en abril.

La novela fue presentada con el título «El espíritu de la escalera» y bajo el seudónimo de Patricia Bieger. El jurado, formado por los escritores Sergio Ramírez (ganador en 1998 con «Margarita, está linda la mar» y presidente del jurado en 2008), Juan José Millás (presidente del jurado en 2019), Laura Restrepo (ganadora en 2004 con «Delirio» y presidenta del jurado en 2014), Rosa Montero (presidenta del jurado en 2012) y Manuel Rivas (presidente del jurado en 2013), además de Pilar Reyes, directora editorial de Alfaguara (con voz pero sin voto), ha destacado en «Los alemanes» «su maestría para narrar un suceso muy poco conocido de la historia española relacionado con las mutaciones del nazismo y con hondas consecuencias en el mundo actual. Oscuros secretos familiares encierran un pasado amenazador capaz de destruir el presente. ¿Heredan los hijos la culpa de los padres? Una novela apasionante que pone a prueba la conciencia de los personajes y que sacude la del lector».

En esta convocatoria se han recibido 800 manuscritos, de los cuales 396 han sido remitidos desde España, 104 desde Argentina, 109 desde México, 93 desde Colombia, 40 desde Estados Unidos, 20 desde Chile, 26 desde Perú y 12 desde Uruguay.


De qué trata "Los alemanes"


En 1916, en plena Primera Guerra Mundial, llegan a Cádiz dos barcos con más de seiscientos alemanes provenientes de Camerún. Se han entregado en la frontera guineana a las autoridades coloniales por ser España país neutral. Se instalarán, entre otros sitios, en Zaragoza y formarán allí una pequeña comunidad que ya no volverá a Alemania. Entre ellos estaba el bisabuelo de Eva y Fede, quienes, casi un siglo después, se encuentran en el cementerio alemán de Zaragoza en el entierro de Gabi, su hermano mayor. Junto con su padre, son los últimos supervivientes de los Schuster, una familia que llegó a formar un importante negocio de alimentación. Pero en los tiempos que corren el pasado siempre puede regresar para levantar ampollas.

Con una intriga que crece página a página, Los alemanes trata uno de los episodios más vergonzosos y menos divulgados de la historia de España: cómo los nazis refugiados aquí en un retiro dorado activaron el neonazismo en Alemania. Con sutileza alumbra el infierno que puede llegar a ser, en ocasiones, la familia, y deja en el aire dos preguntas incómodas: ¿Cuándo caducan las culpas de los padres? ¿Llega hasta los hijos la obligación de redimirlas?


Así comienza "Los alemanes


El 2 de mayo de 1916, los vapores Cataluña e Isla de Panay atracaron en el puerto de Cádiz. Transportaban a 627 alemanes procedentes de la colonia de Camerún, conquistada por los aliados en febrero de ese año en uno de los episodios menos conocidos y menos comentados de la Gran Guerra. En lugar de rendirse a sus enemigos, los alemanes se entregaron a las autoridades españolas en Guinea. España, como potencia neutral, los acogió como internados. Ya no abandonaron el país y se instalaron, sobre todo y entre otras ciudades, en Alcalá de Henares, Pamplona y Zaragoza. Pronto se harían famosos y serían conocidos como los alemanes del Camerún.

Hasta aquí, la historia tal y como aparece en los registros. A partir de aquí, la leyenda.

1. Fede

Iré a ver a papá, le dije. Claro que iré. Ya había decidido ir antes de que me clavase el codo con la mirada, y mucho antes de que chasqueara la lengua y suspirase. Se le pone cara de adolescente cuando se enfada, pensé, pero a lo mejor sólo se la veo yo. Serán cosas de hermanos.
Cuando bajé del taxi y me encaminé a la cancela, Eva me vio venir y cruzó los brazos. Rígida, ni adelantó una pierna para salir a mi encuentro. Esperó a que llegase y ni siquiera respondió a mi abrazo. Le di un beso en la mejilla, un beso de verdad, de los que manchan, y no se movió ni me saludó. ¿Vienes directo, sin pasar por casa de papá?, me dijo, como si yo tuviera la culpa de los horarios de Iberia, como si hubiese urdido una trama de trenes retrasados y vuelos cancelados.
—¿No has traído maleta? Pensé que te quedabas unos días, hasta la despedida, al menos —dijo, mirando la mochila que llevaba a la espalda, una mochila pequeña donde sólo cabían dos camisas y una muda.
—No quería facturar, ya me apañaré. Que sí, joder, me quedo unos días, claro que me quedo unos días.
—Bien, porque habrá que decidir qué hacemos con los papeles de Gabi y hay que firmar un montón de cosas.
Eso, decidamos ahora. Arreglémoslo todo en la puerta del cementerio, antes de que me vuelva a escapar y no responda a los correos y finja que mi vida no tiene nada que ver con la vuestra.


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