Escuela, celulares y fútbol: de paso, educación
por TOMAS BUCH
Especial para «Río Negro»
En estas líneas me he ocupado muchas veces del grave problema de la Educación. Insisto una vez más, pues creo que es el más grave de todos los que aquejan al país, y no sé en qué medida la gente y aún las autoridades del ramo, más allá de los discursos, tienen real conciencia de que es en las aulas desde la escuela primaria hasta la Universidad que estamos jugando y por ahora, perdiendo nuestro futuro como nación y como comunidad civilizada. Y esto involucra la educación en todos sus niveles. Es como si en la sociedad y particularmente el estudiantado hubiese un anhelo general de incompetencia y de ignorancia verdaderamente patológico. No sé qué pasa en otros países, pero entre nosotros el fenómeno es realmente asombroso y profundamente alarmante. Empieza con la fijación del calendario escolar por parte de los operadores turísticos, sigue con los debates sobre fútbol en las escuelas y termina con el escándalo de la elección del Rector de la UBA y con la negativa de alumnos universitarios (el caso es el de la Facultad de Ingeniería de la Universidad del Comahue, pero debe haber otros) a calificarse profesionalmente mediante un trabajo de grado que demuestre que han aprehendido la profesión. Todo esto terminará en una sociedad de un nivel de ignorancia inimaginable, gobernada por analfabetos funcionales, y en la que nuestros nietos correrán peligro de muerte cada vez que crucen una calle mal señalizada, entren en un edificio o crucen un puente diseñado por un profesional argentino, o tengan la desgracia de enfermarse. De más está decir que el nivel social y económico de esa sociedad será mucho peor que el actual, y que carecerá totalmente de posibilidades de desarrollo.
Los medios transmiten la impresión de una juventud violenta, desinteresada de todo salvo el placer inmediato, carente de ideales y de objetivos. Por si esto fuera poco, los estudiantes universitarios que solía ser progresistas y democráticos ahora han caído en manos de grupúsculos de fascistas de izquierda que impiden la democracia universitaria por la fuerza cuando algún candidato les desagrada y que se imponen a una masa inerte cuya pasividad y desidia es llamativa. Como nada es blanco ni negro, algunos de estos objetores hasta pueden tener razón en la necesidad de renovar estructuras arcaicas y a veces corruptas, pero obviamente deben hacerlo por medios democráticos.
Estoy seguro de que esa imagen de una juventud «perdida» es falsa en su generalidad. Conozco a unos cuantos adolescentes y jóvenes que estudian, saben qué pasa en el mundo, no desprecian el conocimiento sino que lo buscan, en la escuela secundaria y en la universidad. Sin embargo, el solo hecho de que los medios «vendan» esta imagen desvalorizada de nuestra juventud obviamente contribuye a dar valor social a las actitudes que glorifican la ignorancia, mientras se sigue hablando de la «sociedad del conocimiento».
En el nivel secundario, los síntomas de la desvalorización de la educación (especialmente de la escuela pública, a la que concurren los que no pueden pagarse una escuela privada, mientras hace tiempo las escuelas privadas eran el refugio de los ricos incapaces) se han señalado infinidad de veces, y ni los docentes ni las autoridades educativas están libres de responsabilidad de este desarrollo nefasto. Muchos alumnos y hasta profesores se enorgullecen de su ignorancia, y estimulan el ostracismo social de aquellos que demuestran algún interés por el estudio. En cambio los ciudadanos se enorgullecerán cada vez más de usar el último modelo de aparatito de alta tecnología fabricado, probablemente, en China – y de cuyo funcionamiento y producción no tendrán la menor idea y que pagarán con soja cuando se haya acabado el gas. Dentro de ese mar de ignorancia tratará de mantenerse una minoría de gente consciente, que dirá lo mismo que decimos ahora acerca de la necesidad de salir de ese sopor, que en gran medida es alimentado por la televisión, los videojuegos, la comida chatarra y una cultura mayoritaria basada en la superficialidad y en la violencia – ella también alimentada sobre todo por la televisión.
Es en este contexto que se da en estos días un doble debate sobre la trivialidad en la escuela secundaria: uno de ellos se refiere a la recepción de los partidos de fútbol del Mundial en horas de clase; la otra, al uso de los teléfonos celulares en la escuela. En ambos casos, los argumentos a favor de ese evidente alejamiento de la escuela de su función específica se justifica con argumentos que implican la rendición ante la degradación social y educativa.
Claro que los ejemplos de este tipo de frivolidad no faltan ni en los más altos niveles del gobierno. Se dio mucho más relevancia en los medios a que el Presidente Kirchner le regalara al Presidente Lula una camiseta de Racing provista de publicidad de Petrobras, lo que es un símbolo en sí mismo que a la grave situación del Mercosur, que en 15 años no ha conseguido evolucionar hasta hacer imposible un conflicto como el que nos divide ahora del Uruguay.
El fútbol es la «pasión de las multitudes» en todo el mundo, para qué negarlo. La cuadrianual Copa del Mundo es un evento mucho más atractivo que la Asamblea de las Naciones Unidas. Es, además, un gigantesco negocio. Por supuesto no es posible esperar la retransmisión: se pierde la emoción, la adrenalina no corre cuando ya se sabe el resultado. Por lo tanto, la discusión es apasionada: ¿se deben interrumpir las clases para que los chicos vean «el partido de Argentina»? ¿Se deben hasta colocar televisores en las escuelas? No parece plantearse siquiera la recuperación de las horas así empleadas, pero si no se acepta la realidad de la omnipresencia del Mundial, tanto alumnos como docentes estarán pendientes de lo que pasa en Alemania, y es evidente que cada gol les importa mucho más que el teorema de Thales o la ortografía de su propio lenguaje. Los docentes participan de esto y se muestran incapaces de instilar a sus alumnos otros valores que los que predominan en una sociedad banalizada de obesos desnutridos. Será, pues, lo que pasa en Alemania lo que determine la actividad escolar.
Pretender usar el Mundial para meterlo en las clases como tema de estudio es una enorme hipocresía más. ¿Qué puede aprender un alumno sobre la situación mundial porque Argentina juegue, pierda o gane contra el equipo de Costa de Marfil? Es pueril pretenderlo. Si Costa de Marfil gana, se habrá transformado en una gran potencia enemiga en la opinión de los escolares, y después sus jugadores seguirán jugando contratados en cualquier país europeo, formando parte del nuevo comercio de personas asociado al negocio del fútbol. Lo decisivo es que se ha postergado una vez más la enseñanza formal a favor de la enseñanza informal: aquella terrible cultura de la violencia, la chatura y la frivolidad que la televisión imparte con mucho mayor presencia que la de los docentes.
Aquí entran en escena los teléfonos celulares, porque ese es un medio de mantenerse en contacto con el mundo real cuando los docentes quieren imponer sus aburridos programas de estudios. En los libros, estos programas están mucho más actualizados de lo que creen los que suelen denigrar a la escuela pública; lo que pasa es que frecuentemente son los docentes los que no están actualizados, porque son ellos los que carecen de empuje y de alicientes para estudiar y deben manejar herramientas, como internet que abren el mundo pero que los alumnos manejan mejor que los docentes. Dejando de lado la pregunta acerca de los sitios que visitan.
Los celulares aumentan la sensación de seguridad de los padres, que pueden llamar a sus hijos a todo momento. El tema de la seguridad ciertamente no es un tema menor cuando pueden ocurrir hechos tan luctuosos como la masacre de Carmen de Patagones, el Columbine local, cuando cada tanto se lee que hay alumnos que van con armas a la escuela, cuando recientemente se decidió colocar policías armados en ciertas escuelas para garantizar el orden y actuar como disuasivo. Claro que eso tampoco se resuelve con que cada alumno tenga un teléfono celular.
La violencia en las escuelas no es solamente de un fenómeno nacional: la sola mención de Columbine lo hace explícito; los EE.UU. son la sociedad más violenta de la Tierra y se enorgullecen de ello. En promedio componen también una sociedad culturalmente pobre y chata. Pero sería preferible que no sea justo estos rasgos los que imitemos. También hay que cuidarse de ciertos padres: uno de los episodios más graves de los últimos tiempos es el de la madre que golpeó a una docente porque castigó a su hija por una inconducta en clase; en un caso similar un progenitor no pudo aceptar que su retoño fuese aplazado y también atacó al docente en vez de hacer estudiar más a su hijo. El colmo de esto son los gobiernos que decretan que toda una promoción apruebe un nivel porque en el año predominaron los días de paro docente a los de clase. Esta es la clase de hechos que llegan a provocar incredulidad si se los relata en el exterior.
También la autoridad de los docentes ha caído víctima del autoritarismo en este caso, el de los padres, incapaces de educar a sus hijos en valores más genuinos. Estos padres dan una idea de lo que será la sociedad en un par de décadas a lo sumo.
Que agudamente suene un celular en medio de una clase, un concierto o una conferencia no es sólo una distracción de todo el grupo: es un abierto insulto al docente, al concertista o al conferenciante. Además de ser una posible fuente de corrupción, ya que el celular en la escuela sirve maravillosamente para «soplar» respuestas.
Pero su uso es también un síntoma: los alumnos prefieren intercambiar mensajitos a escuchar a un docente que les «dicta» lo que no les interesa. Hay una especie de pacto no escrito entre alumnos y docentes, que conduce a que el trabajo de ambos grupos se reduzca al mínimo, y toda interrupción es bienvenida. Como aún los cursos de actualización, que conducen a suspender las clases en vez de hacerse en tiempos de vacaciones o aún –¡oh herejía!– en días de paro, única y repetida medida de protesta que se les ocurre a los docentes.
Los temas del Mundial y de los celulares podrían manejarse con racionalidad si las autoridades dieran a la educación el papel central que siempre dicen que le dan. Esta mentira reiterada no puede más que conducir rápidamente a la destrucción del país, ya que la ignorancia alcanza a la mayoría de los dirigentes, y los demás no son escuchados.
Arriba dijimos que los medios transmiten una imagen unilateral de la desidia, la violencia y el desinterés de los alumnos. También hay muchos adolescentes y jóvenes que no ceden a esas condiciones que sin embargo son las dominantes y que estudian y crean y hacen cosas de los cuales toda la sociedad puede enorgullecerse; pero deben luchar contra la corriente. Tal vez eso los fortalezca aún más, pero los obliga a gastar gran parte de sus energías en luchar contra esa corriente. Dada la estructura política, además, tienen pocas posibilidades de llegar alguna vez a posiciones dirigentes, desde donde podrían intentar modificar las cosas, pero deberían dejar de ser la «mayoría silenciosa». Si no se ponen en movimiento la chatura, la violencia y la desidia se autoperpetúan. Si no fuese así, no estaríamos discutiendo sobre los celulares ni el Mundial en las aulas, y estaríamos creando por primera vez en la historia de nuestro país una sociedad más racional.
Especial para "Río Negro"
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $750 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios