Europa se agita

Por razones comprensibles, los gobiernos suelen tardar en afirmarse alarmados por señales que, según los agoreros, hacen temer que la economía de su país esté por precipitarse en una crisis muy grave. Aun cuando entiendan que les espera una etapa sumamente difícil, prefieren brindar la impresión de estar convencidos de que no hay demasiados motivos para preocuparse, ya que sólo se trata de algunos problemas pasajeros que pronto se verán solucionados. Siempre y cuando los encargados de tomar decisiones no crean en las palabras tranquilizadoras pronunciadas por los voceros oficiales, tal actitud es defendible, pero sucede que a menudo se dejan engañar por su propia propaganda, negándose a tomar a tiempo medidas que los ayudarían a salir del brete en el que se encuentran. Es lo que ha sucedido muchas veces en nuestro país, con consecuencias calamitosas para buena parte de la población, y es lo que está ocurriendo actualmente en Europa, donde la demora de las autoridades en reaccionar frente a la crisis de la Eurozona amenaza con tener un impacto demoledor en la economía internacional. Pues bien: luego de insistir durante más de un año en que, las apariencias no obstante, la Eurozona estaba a punto de recuperarse y por lo tanto no sería necesario hacer nada desagradable, las máximas autoridades económicas europeas han comenzado a asumir una postura más realista. Según el comisario europeo para asuntos económicos y monetarios, el finlandés Olli Rehn, hay que actuar pronto ya que, caso contrario, la Eurozona se desintegrará. Casi tan lapidario ha sido el jefe del Banco Central Europeo, el italiano Mario Draghi, que confesó que en su forma actual la Eurozona se ha vuelto insostenible. Así y todo, aunque a esta altura virtualmente todos los dirigentes europeos entenderán que para salvar el euro les sería necesario adoptar una estrategia común que supondría un grado mucho mayor de integración financiera, pocos creen que los alemanes que tendrían que aportar la parte del león a los colosales “rescates” que requerirían no sólo Grecia sino también España, Portugal, Italia e incluso Francia, estarían dispuestos a hacerlo. Puede que, a la larga, fuera del interés de Alemania respaldar la transformación de la Eurozona de una alianza comercial de países soberanos en una federación comparable con Estados Unidos, pero sus ciudadanos se han acostumbrado tanto a atribuir la crisis que ha estallado a la corrupción, haraganería y falta de disciplina de sus socios sureños que la canciller Angela Merkel no tiene más alternativa que la de continuar pidiéndoles emprender una serie interminable de ajustes despiadados, a cambio del eventual abandono de su propia postura. Para que el euro resultara sostenible, los alemanes tendrían que ser más flexibles y sus socios latinos y griegos mucho más rigurosos. Es factible, si bien poco probable, que en los años próximos se produzca la convergencia cultural así supuesta, pero por desgracia los europeos no disponen de tanto tiempo para salvar la moneda común. En los meses últimos, centenares de miles de millones de euros han fugado de los bancos de los países más vulnerables para buscar refugio ya en Alemania, ya fuera de la Eurozona en el Reino Unido, Suiza o Estados Unidos. Asimismo, son cada vez más los jóvenes capacitados del sur de Europa que están trasladándose a otros países en los que, creen, serían mejores sus perspectivas profesionales, fenómeno que preocupa no sólo a los gobiernos de Grecia, España, Italia y Portugal sino también a aquel del Reino Unido que, si bien se vería beneficiado por la llegada de contingentes nutridos de jóvenes talentosos, teme que, de desintegrarse la Eurozona, tendría que prepararse para recibir una marejada inmanejable de refugiados económicos además, claro está, de centenares de miles de compatriotas que regresarían del continente presuntamente convulsionado. Aunque por ahora tanto dramatismo parece tan exagerado como serían los “planes de emergencia” que, según se informa, ya han sido preparados, no cabe duda de que en Europa está difundiéndose un clima, rayano en el pánico, similar al que se apoderó de nuestro país en vísperas del desmoronamiento definitivo de la convertibilidad, lo que, huelga decirlo, no contribuye en absoluto a hacer más manejable la situación.


Por razones comprensibles, los gobiernos suelen tardar en afirmarse alarmados por señales que, según los agoreros, hacen temer que la economía de su país esté por precipitarse en una crisis muy grave. Aun cuando entiendan que les espera una etapa sumamente difícil, prefieren brindar la impresión de estar convencidos de que no hay demasiados motivos para preocuparse, ya que sólo se trata de algunos problemas pasajeros que pronto se verán solucionados. Siempre y cuando los encargados de tomar decisiones no crean en las palabras tranquilizadoras pronunciadas por los voceros oficiales, tal actitud es defendible, pero sucede que a menudo se dejan engañar por su propia propaganda, negándose a tomar a tiempo medidas que los ayudarían a salir del brete en el que se encuentran. Es lo que ha sucedido muchas veces en nuestro país, con consecuencias calamitosas para buena parte de la población, y es lo que está ocurriendo actualmente en Europa, donde la demora de las autoridades en reaccionar frente a la crisis de la Eurozona amenaza con tener un impacto demoledor en la economía internacional. Pues bien: luego de insistir durante más de un año en que, las apariencias no obstante, la Eurozona estaba a punto de recuperarse y por lo tanto no sería necesario hacer nada desagradable, las máximas autoridades económicas europeas han comenzado a asumir una postura más realista. Según el comisario europeo para asuntos económicos y monetarios, el finlandés Olli Rehn, hay que actuar pronto ya que, caso contrario, la Eurozona se desintegrará. Casi tan lapidario ha sido el jefe del Banco Central Europeo, el italiano Mario Draghi, que confesó que en su forma actual la Eurozona se ha vuelto insostenible. Así y todo, aunque a esta altura virtualmente todos los dirigentes europeos entenderán que para salvar el euro les sería necesario adoptar una estrategia común que supondría un grado mucho mayor de integración financiera, pocos creen que los alemanes que tendrían que aportar la parte del león a los colosales “rescates” que requerirían no sólo Grecia sino también España, Portugal, Italia e incluso Francia, estarían dispuestos a hacerlo. Puede que, a la larga, fuera del interés de Alemania respaldar la transformación de la Eurozona de una alianza comercial de países soberanos en una federación comparable con Estados Unidos, pero sus ciudadanos se han acostumbrado tanto a atribuir la crisis que ha estallado a la corrupción, haraganería y falta de disciplina de sus socios sureños que la canciller Angela Merkel no tiene más alternativa que la de continuar pidiéndoles emprender una serie interminable de ajustes despiadados, a cambio del eventual abandono de su propia postura. Para que el euro resultara sostenible, los alemanes tendrían que ser más flexibles y sus socios latinos y griegos mucho más rigurosos. Es factible, si bien poco probable, que en los años próximos se produzca la convergencia cultural así supuesta, pero por desgracia los europeos no disponen de tanto tiempo para salvar la moneda común. En los meses últimos, centenares de miles de millones de euros han fugado de los bancos de los países más vulnerables para buscar refugio ya en Alemania, ya fuera de la Eurozona en el Reino Unido, Suiza o Estados Unidos. Asimismo, son cada vez más los jóvenes capacitados del sur de Europa que están trasladándose a otros países en los que, creen, serían mejores sus perspectivas profesionales, fenómeno que preocupa no sólo a los gobiernos de Grecia, España, Italia y Portugal sino también a aquel del Reino Unido que, si bien se vería beneficiado por la llegada de contingentes nutridos de jóvenes talentosos, teme que, de desintegrarse la Eurozona, tendría que prepararse para recibir una marejada inmanejable de refugiados económicos además, claro está, de centenares de miles de compatriotas que regresarían del continente presuntamente convulsionado. Aunque por ahora tanto dramatismo parece tan exagerado como serían los “planes de emergencia” que, según se informa, ya han sido preparados, no cabe duda de que en Europa está difundiéndose un clima, rayano en el pánico, similar al que se apoderó de nuestro país en vísperas del desmoronamiento definitivo de la convertibilidad, lo que, huelga decirlo, no contribuye en absoluto a hacer más manejable la situación.

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