Europa y el tsunami migratorio

Europa se ha acostumbrado a recibir inmigrantes, pero desde el fin de la Segunda Guerra Mundial no ha visto nada parecido a la marea de sin papeles que todos los días están desembarcando en las costas de Italia y Grecia pero que, con escasas excepciones, quieren seguir viaje hacia países más prósperos y, creen, más acogedores, como Alemania, Suecia y el Reino Unido. Según el gobierno alemán, este año su país abrirá las puertas a 800.000 refugiados, tanto políticos como económicos –el 40% del total que ingresará en Europa–, procedentes no sólo del Oriente Medio y África del Norte sino también de lugares tan distantes como Afganistán, Pakistán y Bangladesh. Como pudo preverse, la llegada de tanta gente está motivando protestas violentas que las autoridades alemanas han atribuido a “neonazis” y “racistas”, como si creyeran que sólo a un ultraderechista se le ocurriría sentirse amenazado por la irrupción de millones de personas de cultura radicalmente distinta de la suya. Un gobierno europeo, el de Eslovaquia, se ha afirmado dispuesto a dejar entrar a algunos centenares con tal que todos sean cristianos o ateos. Si bien otros siguen insistiendo en que no es su intención discriminar entre los inmigrantes sobre la base de sus creencias religiosas, pronto podrían verse obligados a hacerlo. En todos los países del Viejo Continente, una mayoría creciente siente que el islam es un credo agresivo cuyos líderes se han propuesto colonizarlos con el propósito de incorporar Europa al mundo musulmán. Los fundadores de la Unión Europea estaban convencidos de que las grandes guerras en que murieron decenas de millones de personas se debieron a las pasiones nacionalistas, razón por la que repudiaron cualquier manifestación de orgullo patriótico salvo, por motivos prácticos, las estimuladas por las hazañas de la selección de fútbol local. Sus sucesores, con el apoyo de muchos intelectuales, no han cambiado de opinión, pero quienes piensan así constituyen una elite, una que se ha separado anímicamente del resto de la población que la acusa de responsabilidad por los problemas ocasionados por el llamado multiculturalismo. El auge reciente de partidos contrarios a la inmigración, habitualmente calificados de “derechistas”, en muchos países de la Unión Europea ha modificado el panorama político. Para alarma de los izquierdistas largamente hegemónicos, en Suecia uno ya es el más popular de todos. También en Holanda y, desde luego, Francia, los preocupados por la eventual islamización de Europa cuentan con el respaldo de sectores muy amplios. Que ello haya ocurrido no debería motivar sorpresa. A ningún pueblo le gusta verse obligado a abandonar sus propias tradiciones a favor de otras que le son ajenas, sobre todo si le parecen primitivas. Era de prever que, tarde o temprano, se produciría una reacción popular contra la inmigración masiva impulsada por una alianza coyuntural de gobiernos de retórica internacionalista, intelectuales progresistas y empresarios deseosos de contar con mano de obra más barata. Por lo demás, los voceros de las comunidades islámicas asentadas en Europa han hecho un aporte muy negativo. En vez de pedirles a sus correligionarios respetar las creencias y costumbres de la mayoría, los estimulan a repudiarlas. Muchos no han vacilado en expresar su apoyo a los yihadistas de Estado Islámico, Al Qaeda y otras agrupaciones igualmente sanguinarias. Es por lo tanto comprensible que la mayoría de los europeos haya llegado a la conclusión de que el islam es incompatible con la democracia pluralista. En última instancia, los responsables principales de la hostilidad que tantos sienten hacia los millones de personas que están arriesgando la vida para entrar en Europa no son los “neonazis” denostados por políticos como la canciller alemana Angela Merkel sino los predicadores del odio musulmanes y, huelga decirlo, los yihadistas que todos los días cometen atrocidades en Irak, Siria y otras partes del mundo. De no haber sido por ellos, Europa estaría dispuesta a recibir a los inmigrantes con la esperanza de que, andando el tiempo, ellos o sus descendientes se transformaran en ciudadanos valiosos capaces de hacer un aporte valioso a las sociedades que integrarían, pero puesto que todo hace temer que es nula la posibilidad de que se dejen asimilar, serán cada vez más los decididos a mantenerlos a raya.

Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 5.196.592 Director: Julio Rajneri Editor responsable: Guillermo Berto Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA Jueves 27 de agosto de 2015


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