Fernando Peña, sin reservas

Tres cartas. La que escribió él mismo y las despedidas del psiquiatra Luis Di Giacomo y Mario Pergolini. Hablan del artista que vivió rápido y dejó una enorme huella.

«Andate a la puta que te parió, Peña». «Te amo, Peña». «Puto lindo, invitame a almorzar». «Te escucho todas las mañanas». «Por qué no te volvés al Uruguay, sidoso de mierda». «Peña, ¡mi amor!, si no fuera macho, me caso con vos». «Usted es un degenerado, no hay derecho, usted no debería estar en ningún medio público».

Todo lo anterior me lo gritan miles de personas día a día. Todos los días, todo el tiempo, todos los días a cada hora, a cada instante? lo juro. ¿Se imaginan ustedes lo que es vivir siendo Peña? Siendo Fernando Peña, no Florencia? ¡cómo te envidio, Flor!, a vos te deben gritar cosas lindas, nada más. De todas maneras no me quejo, yo lo provoqué. Hoy cumplo años, sí señores: hoy, 31 de enero, nació esta marica patética, este monstruo impresentable o esta gran persona y este gran actor. Qué sé yo qué pensás de mí.

Hace dos días, conversando con un amigo en su auto? me corrijo, voy a decir el nombre; ya estoy muy viejo como para no hacerme cargo de la identidad de mis amigos, mi amigo se llama Alejandro? retomo y reescribo, pues Alejandro me dijo entonces respondiendo a un comentario mío: «Y, viste cómo es, uno nunca termina de poder entender lo que en realidad piensa la gente». El comentario de Alejandro fue una respuesta a una catarata verborrágica de mi parte. Últimamente me tiene un poco tristón el andar perdiendo gente por la vida. Vieron cómo es esto de la amistad, por hache o por be, de pronto uno sin pelearse con alguien deja de verse. Y es triste. Y no depende de nosotros. Ni del otro. Son simplemente malos entendidos? malas interpretaciones. La frase de Alejandro me explicó, me sirvió y es el puntapié para lo que quiero decir.

Hace unos años hacía una obra en teatro que se llamaba «Ni la más puta»; era un espacio de improvisación, tenía todo mi vestuario colgado en percheros en el fondo del escenario y empezaba a jugar y a divertirme. Nunca tenía ni la más puta idea de lo que iba a suceder esa noche, era lo que se denomina un «happening». Había compuesto una canción para cerrar esas noches de teatro, esos happenings, y la canción se llamaba justamente «Ni la más puta». Decía: «No tenía la puta ni siquiera la más puta de que yo iba a ser la más puta de este país. Puta, puta, pero putísima y con ganas, justamente esas ganas son las que me salvan de ser la más puta del país, las ganas que me salvan de ser la más odiada, la más escupida, la más atrevida, la más apestosa, la más maleducada, la más impresentable, la puta más sidosa de este puto país. Tampoco tenía la más puta, no tenía ni la más puta de que iba a ser la más decente del país, la puta correcta, la más pudorosa, la mejor educada, la más justiciera y la más pura de este país».

En el día de mi cumpleaños quiero regalarles a todos ustedes este manifiesto: perdón si te rompí el corazón. Perdón si te debo plata. Perdón si te lastimé. También te pido perdón si me odiás y si te causo rechazo. Perdón si no estás de acuerdo conmigo. Perdón si te di vuelta la cara. Perdón si no te firmé ese autógrafo. Perdón si no te di esa foto. Perdón si te contesté mal. Perdón si me enojé. Perdón si no te fui a saludar. Perdón si puteé y tuviste que bajar la radio porque estaban tus hijos en el auto. Perdón si mentí. Perdón si digo siempre la verdad? yo también te perdono porque vos también me hiciste todo lo anterior.

«¡Ayyy, Peña, te me pusiste profundo y melancólico otra vez!», «¿Dónde está el transgresor?», «¿Dónde está el puto zafado?», «No me gustás así», «Sí, seguí así, Peña, te quiero así», «Estás viejo para tanta rebeldía, Peñita»? y siguen opinando, y siguen ladrando. Qué sé yo… agarrate. Voy. Crudo.

Lo voy a escribir sin puntos y sin comas para que lo tragues rápido, como una cucharada de Benadril. Voy. Va. Hace dos días un ómnibus que iba a la ciudad de Salta chocó en Santa Fe y se mataron tres mujeres, una de las mujeres se llamaba Felicitas Felicitas estaba en la vida de mi amigo Marcos a Marcos le gustaba Felicitas y Marcos no se animó y pensó cuando vuelva de viaje la llamo retomo y me enamoro Felicitas se mató y Marcos abrió los ojos grandes como dos huevos duros y quedó pensando mientras Felicitas vuela en sabrá Dios qué nube? ¿lo tragaste?

Mientras dicto esto a María José, que me tipea, me pregunta si es cierto esto. Le digo que sí y me pregunto qué cosa extraña nos lleva a los seres humanos a desconfiar de la muerte. Feliz muerte, Felicitas; feliz cumpleaños, Peña. Cumplir es morir un poco más. Morir es cumplir un poco más. Mientras ella cumple con la vida, yo muero en mi cumpleaños.

«¡Ahhh, ahora sí te pusiste profundo, Peña». Pensá lo que quieras; defensas te sobran, excusas también. Termino. Concluyo. Digo feliz cumpleaños a mí, feliz cumpledía lector, hoy cumplo años pero tu vida no está on hold, todos cumplimos segundos, minutos y el tiempo corre mientras otros soplamos velas? siempre te lo digo: «¡Guarda con el paso del tiempo!». Me lo enseñó Oscar Wilde cuando tenía nueve años y para asumir mi homosexualidad incipiente leía a escondidas a este puto a mil voces. Se comentaba en el St. Andrews que mucho más que el Happy Prince no se nos podía dar a leer, ¡a ver si todavía nos contagiábamos! Pero yo a escondidas te hojeaba, Oscar, y ahí encontré la hermosa frase «Life is what happens while we are doing something else».

Chau Felicitas, hola Peña, hola mi querido lector, sos un nabo, te amo? no tengo ni la más puta? cómo saber qué piensa el otro, cómo meterse en la cabeza del otro. Como dijo Alejandro: «Y, viste cómo es, uno nunca termina de poder entender lo que en realidad piensa la gente»; se me pianta un lagrimón. Se me hizo un lío en la garganta y una galleta en el puño.

No tenía ni la más puta? ni la más puta clue, Oscar? de que yo iba a estar tan triste por la muerte de Felicitas y tan feliz por mi renacimiento en este 31 de enero.

Te aburrí? y tu silencio también me aburrió, lector. Como decía mi tía Yolanda: «¡Qué difícil es todo!», hacerse entender, digo, o como me dijo Alejandro, blablablá. (Publicado en «Crítica» en su cumpleaños)

 

Fernando Peña

 

CHAU, PEÑA… Y GRACIAS  (Por Luis Di Giacomo)

El miércoles 17 de junio se murieron Milagros Dolores Guadalupe López López, Cristina Megahertz, Martín Rivoira Lynch, Mario Modesto Sabino, Palito, Rafael Orestes Porelorti, Fernando Peña, Roberto Flores, monseñor Lago, Ricardo Alfredo Ñuñoa Cruz o Dick Alfredo, María Elena Rinaldi, Delia Dora de Fernández y algunos otros seres poco conocidos e incluso varios nonatos.

Uno de mis contactos del MSN que lo escuchaba todos los días en su radio llevaba puesto en su Nick «putito lindo te voy a extrañar». En MTV apareció un institucional donde Peña está conectado a sondas y tubos en una terapia intensiva y nos habla después de muerto: «Soy Fernando Peña. Morí de sida. ¿Si me hubieras conocido vivo te hubieras acostado conmigo sin cuidarte? Yo no te obligo. Es tu elección».

Cuando en la sociedad, y en especial en la farándula, se puso de moda reconocerse GAY, Peña se empeñaba en aclarar que él era PUTO. Paradójicamente, se puede decir que su principal valor fue ser auténtico cuando fue tantos a la vez.

Durante mucho tiempo fui uno de los tantos argentinos que pensaban que Milagritos López era una vieja cubana quizá parecida a Celia Cruz. La imaginaba cantante de boleros de mil y un cabarets que ahora retirada pasaba música y contaba anécdotas de sus viejos tiempos. Un día me enteré de que Milagritos era Fernando Peña, pero aún hoy sigo convencido de que es una vieja cantante cubana jubilada. Muchos actores, en especial los cómicos, comediantes e imitadores, componen sus personajes tomando modelos reales de los cuales resaltan determinados gestos o inflexiones de voz y caricaturizan alguna particularidad. En definitiva componen un grotesco, una «macchietta» que nos puede divertir pero que no deja de ser un boceto del personaje aludido.

Lo de Peña no fue un «re-presentar» personajes: él era todos los personajes a la vez, elevando lo que habitualmente se considera un arte menor a un plano de verdadera comedia del arte. Para explicar mejor la cosa, tenemos y tuvimos grandes actores, pero siempre fueron ellos «haciendo de».

La capacidad para hacernos reír pero a la vez incomodarnos fue la constante de su arte. Pero la agresividad, los insultos, las alusiones al sexo y el lenguaje escatológico que en otros es el recurso fácil para escandalizar o derrapar en la chabacanería, en Peña era la naturalización de lo que es difícil decir, el modo directo de introducirnos sin intermediaciones en las múltiples realidades que contaba.

Cuando Peña era Palito, el negrito bostero de una villa nos motejaba despreciativamente de blanquitos y explicaba con brutal naturalidad que tenía el culo cagado con costras endurecidas porque no tiene más remedio que estar así quien tiene una letrina de uso común a varios metros del rancho. Tenía el don de poner a escala humana a quienes desde el común consideramos como «los otros», los diferentes. En ese punto el artista fue también docente y nos interpeló sobre el sentido de la vida y el significado de ser humano respetando lo diferente.

Alguna vez Pepe Soriano declaró que los actores al desdoblarse juegan con la locura, a veces entran y salen de ella y el riesgo es quedarse atrapado. Fernando Peña vivió en ella mientras jugueteaba con la muerte.

Decía Enrique Pichon Rivière que desde la creatividad se vence a la locura. Quizá lo de Peña fue una forma sana de ser esquizofrénico. «Deciles que no fui yo… fue Dick», le pedía desesperado a su asistente que le transmitiera al público de una de sus funciones de «Esquizopeña», donde terminó agrediendo a la platea con un cuchillo.

Contaba por estos días un compañero de trabajo de radio que a él lo «aterraba» ver que sin mover un músculo, sin cambiar un gesto, Peña se transformaba y dialogaba con sus distintos personajes. Ser ventrílocuo y muñeco al mismo tiempo era su mettier, verlo en teatro era como asistir a un imposible acto de magia donde el mago se saca a sí mismo de la galera, escucharlo en la radio era imaginar un estudio atestado de protagonistas.

Hay seres humanos comunes que se vuelven especiales al morir y hay personas especiales que al morir nos hacen extrañar su humanidad. Chau, Peña… gracias por todo.

 

EL QUE CORRIÓ MÁS RÁPIDO  (Por Mario Pergolini)

No me gusta mucho escribir despedidas. O necrológicas. Mucho menos de la mirada que a uno le deja la gente que se va. Por vaya uno a saber qué extraña yunta, muchas personas que he conocido se han ido. Y juro no tener la edad de mis abuelos o de mis padres como para ya tener tantos muertos a cuestas. He vivido alguna parte de mi vida muy parecida a la de estos hoy muertos y a pesar de todo siempre sigo lamentando al que se va por vivir tan rápido. Será que veo la vida con otros ojos o tal vez el tiempo me sacó un poco el calor en las venas y puso frialdad en la mente, pero hoy en día lamento la muerte del tipo que intentó correr más rápido que todos.

Lamento mucho, Peña, que te haya gustado más la vida al final que cuando la pusiste en juego. Sé de la lucha que tuviste con vos mismo por haberte convertido en ese piloto de carreras de tu propia vida, pero tengo que admitir que te escuché muchas veces decir que así te parecía que había que vivir. Lamento que justo ahora que la tenías más a mano se te escapara la vida de tu cuerpo para demostrar, tal vez injustamente, que vivir agitado es sólo para los jóvenes y sólo por un ratito.

Me acabo de enterar de que te moriste en una clínica cerca de la radio. Me acordé de que te tenía que llamar, de que me viniste a visitar al estudio hace poco. Me acordé de que me tenía que acordar de tenerte en cuenta, pero la muerte me ganó de mano. A vos también. Lo lamento, te juro que en este momento de tremenda soledad tengo tiempo para lamentarlo. No es justo que los artistas, o lo que hayas sido, sufran su talento, el que fuera, y no tengan forma de disfrutarlo. No me parece bien esta montaña rusa en la que te pusiste. Siempre se pierde. Creo que nunca se gana. Estoy empezando a estar un poco cansado de los muertos jóvenes.

Me imagino que te hubiese gustado ver lo que pasó con la noticia de tu muerte. Bueno, te digo que tus amigos Lalo, Elizabeth, Quique y los de la radio en la que trabajabas ya te están llorando. Que los noticieros hablan del loco lindo que fuiste y los programas de chismes no saben qué hacer, porque están totalmente desconcertados ya que vos filmaste cómo te morías y esa apuesta ya es difícil de subir. La señora que te había hincado una demanda porque le apoyaste tu miembro en el teatro, lamenta no poder seguir con el juicio.

Yo no sé qué decirte. La lista de muertos aumenta y siempre pienso que sería mejor que se muriera gente sin talento o los menos jugados, los que van a lo seguro, los tibios.

Guardaré tu chal olvidado adrede en mi ya inexistente oficina de Cuatro Cabezas. Creo que lo voy a regalar.

Fue un gusto haberte conocido. Fue loco ver tanto exceso junto, justo cuando yo ya no era eso. Te van a velar en la Legislatura de la ciudad. Las voces que inventaste en la radio seguro estarán puteando y riéndose de esto.

Descansá como quieras, pero descansá.


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