Forjadores de la metrópolis

Son vecinos de distintas edades y orígenes; un puñado de historias que simbolizan muchas otras.

En el 109º aniversario de Neuquén quisimos llenar estas páginas con la historia –más o menos anónima– de quienes hacen día a día la ciudad. De quienes la transitan, la habitan, la trabajan, le dan significado y empujan hacia ese destino que se promete pujante y arrollador como le vaticinó su nombre, Newenken, a su nacimiento.

Aquí está el relato de quienes se animaron a poblar aquellos primeros barrios del oeste, haciendo frente a la meseta, el viento y la lejanía del centro. También el de los comerciantes que invirtieron sus sueños en Neuquén, el de luchadores que contribuyeron a hacer de ésta la “capital de los Derechos Humanos”. El de los héroes cotidianos que aportan día a día desde el lugar que les toca. El de los artistas y los deportistas que saben de obstáculos, pero también de triunfos y recompensas. El de los neuquinos nativos y el de los neuquinos por adopción. Y el relato de los jóvenes que buscan su lugar en una ciudad donde conviven la nostalgia por lo que fue y el entusiasmo por lo que puede ser. Y está siendo.

Neuquén dejó de ser, hace ya muchas décadas, un caserío al costado de las vías. Desde su fundación el 12 de septiembre de 1904 su crecimiento fue más que acelerado. 231.780 habitantes dijo el último censo nacional, que la reveló como la urbe más poblada de la Patagonia.

“La puerta de la Patagonia” decía un viejo y atinado slogan municipal. Hoy, la “ciudad capital”.

Neuquén, ciudad forjada en la diversidad, busca todavía delinear una identidad que defina su futuro crecimiento y le permita anclar un pie en su pasado para no echar a perder sus raíces.

Lo han intentado gobiernos creando una bandera primero y una fiesta después, como la flamante Fiesta de la Confluencia que acaso permitirá a la ciudad mantener un evento anual donde el pueblo neuquino pueda unirse ahí donde también se unen los ríos. En esta búsqueda la ciudad también conserva sus características propias. Sigue siendo una ciudad política, en su sentido participativo y activo.

Neuquén no tendrá demasiados monumentos históricos para la vista del turista, pero sí tiene monumentos vivos de lucha y perseverancia. De defensa de derechos, de protestas sindicales, estudiantiles y de conjunto. Y, lo que es nuevo, de recuperación y defensa de su patrimonio histórico. Allí está gran parte de su identidad.

Neuquén quiso pasar de pueblo a ciudad y lo consiguió. Pero de esa transformación se trajo lo bueno y lo malo.

Se trajo un crecimiento explosivo y desordenado, con un tránsito vehicular cada vez más populoso y un transporte público siempre en el ojo de la tormenta. Servicios públicos a menudo colapsados por falta de inversiones o por la misma urgencia de la urbanización que no alcanzó a prever su ordenamiento.

Se trajo el contraste de su gente y sus barrios, paradoja para la capital de una provincia con riquezas que se extraen, literalmente, de la tierra. Se trajo la inmigración pero también la fuga hacia ciudades vecinas, a veces en la búsqueda de lotes más accesibles para vivir.

Se trajo sus centros comerciales, sus grandes inversiones y proyectos inmobiliarios en el centro, sus barrios de elite, pero también los humildes al pie de la barda. “Integrar esas dos realidades es una tarea compleja”, advierte el intendente a quien hoy le toca tamaña tarea.

Porque claro que si Neuquén se transformó una vez puede hacerlo de vuelta. Ése es el nuevo reto.

Y acaso también es esa identidad tortuosa, el ser escenario de constantes desafíos y resueltas resistencias lo que hace a Neuquén una ciudad tan apasionante para habitar.


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