Carmen de Patagones: Conocé a Nicolás y Agustín, los hermanos que comparten la misma pasión por la gastronomía
Su historia viene de la mano de su abuela materna quién les transmitió el amor por la comida. Hoy disfrutan hacer lo que les gusta y cuentan sus proyectos a futuro.
Nicolás y Agustín Rodríguez son parte de una historia que se teje con esfuerzo, tradición y el inconfundible sabor del arraigo. Su familia, con raíces en Bahía Blanca y un destino sellado en Carmen de Patagones, es testimonio de generaciones que hicieron del trabajo su bandera. “Nuestra abuela es el corazón de esta historia. Ella, desde su llegada al barrio Pueblo Nuevo, plantó bandera cerca de la escuela Malvinas y trazó un camino que nos guía hasta hoy”, narró Nicolás con orgullo.
En los años ‘70, su abuela —una mujer de espíritu indomable— estableció su hogar en un barrio naciente, colonizando sueños entre calles de tierra y vecinos solidarios. Fue madre de siete hijos y matriarca de un linaje que aprendió a convertir la adversidad en fortaleza. “El apellido Rodríguez se ha mantenido como un faro, iluminando nuestra identidad”, dijo Agustín.
El sabor de la infancia
Desde pequeños, los hermanos, estuvieron rodeados de los aromas y sabores de la cocina, aunque entonces no sabían que esos recuerdos marcarían su destino. “Nuestra abuela trabajó en pulperías y, junto a su madre, servía vermut, quesos y vinos en campamentos ferroviarios. Mi madre, más adelante, hacía viandas para los obreros de obras locales. Y nosotros, niños aún, ayudábamos a vender choripanes en las fiestas del pueblo”, recordó Nicolás.
En esos momentos, la gastronomía no era más que un recurso para sostener a la familia, pero la semilla estaba sembrada. “Sin darnos cuenta, esos encuentros con la comida eran los primeros pasos de un camino que, años después, decidiríamos recorrer con pasión”, reflexionó Agustín.
Trayectorias personales
Nicolás tuvo un inicio azaroso en la gastronomía. “Terminé el secundario y me uní al Ejército, buscando disciplina y nuevas experiencias. Pero pronto sentí que quería algo distinto, algo que me permitiera crear”. Al abandonar esa vida rígida, descubrió la magia de la gastronomía en Bahía Blanca.
“La calle Alem, con sus bares iluminados y su oferta tan diversa, me sedujo. Comencé en una cafetería, aprendiendo los fundamentos de la cocina, pero fue la coctelería la que encendió mi chispa creativa. Ahí encontré mi lugar”, contó con entusiasmo.
Nicolás se formó como barman y sommelier, trabajando en establecimientos como Varón de Tapas y actualmente está en el nuevo casino de la ciudad de Viedma. Hoy, detrás de una barra, asegura que encontró no solo una profesión, sino un arte. “La coctelería es mi forma de contar historias. Sueño con algún día formar parte del mundo del vino, crear algo que lleve mi esencia”.
Agustín, en cambio, encontró su pasión en la cocina. “Durante la pandemia, la cocina dejó de ser una obligación y se transformó en un refugio. Pasaba horas experimentando, descubriendo sabores y técnicas, hasta que decidí estudiar la tecnicatura en gastronomía”.
Aunque todavía cursa el tercer año, su dedicación ya lo llevó a trabajar en lugares reconocidos. “Hoy estoy en Puente, produciendo por la mañana, cursando por la tarde y despachando por la noche. Es un ritmo intenso, pero la gastronomía me llena. La cocina abierta, donde estás bajo el ojo del público, es un desafío que me motiva a ser mejor cada día”, explica.
Además, Agustín ha desarrollado una especialización en panificación. “La masa madre, los prefermentos naturales… hay algo mágico en crear pan desde cero. Pero también me gusta la interacción con la gente. En el futuro, me veo en el salón, conectado directamente con el público”.
La gastronomía como estilo de vida
Para estos hermanos, la gastronomía no es solo un trabajo, es una forma de vivir. “Es un estilo de vida que exige compromiso, sacrificio y pasión”, aseguró Nicolás. “No todos están dispuestos a perder un sábado con amigos o un cumpleaños familiar, pero cuando amás lo que hacés, todo vale la pena”.
Ambos sueñan con seguir creciendo, quizás explorar otros horizontes y, algún día, abrir su propio restaurante. “El tiempo dirá si ese sueño se convierte en realidad, pero lo que es seguro es que las bases ya están. Tenemos hambre de aprender, de experimentar y de dejar una marca”, concluyó Agustín.
En el presente, estos dos hermanos comparten más que sangre: comparten fogones, barras y el desafío de construir juntos un legado gastronómico. Entre recetas, copas y sueños, Nicolás y Agustín Rodríguez demuestran que la pasión, como los buenos sabores, siempre se comparte mejor en familia.
Además de su pasión por la gastronomía, los hermanos Rodríguez valoran profundamente el lugar que los vio crecer. “Carmen de Patagones no es solo nuestra casa, es la esencia que inspira lo que hacemos”, afirmó Nicolás. Tanto en la cocina como detrás de la barra, procuran que cada creación refleje las raíces de su historia, integrando productos locales y rescatando tradiciones culinarias que han pasado de generación en generación. “Nuestra abuela siempre decía que los sabores cuentan historias y nosotros queremos que las nuestras hablen de nuestra tierra y nuestra gente”, agregó Agustín.
Un legado en construcción
El compromiso de Nicolás y Agustín trasciende el ámbito profesional. Ambos están convencidos de que la gastronomía puede ser un motor de cambio social. “Queremos inspirar a otros jóvenes de nuestra comunidad a perseguir sus sueños, sin importar las dificultades”, señaló Agustín. A través de talleres y colaboraciones con otros emprendedores locales, buscan fortalecer la identidad cultural de la región, promoviendo un espíritu de colaboración. “Para nosotros, el éxito no se mide solo en logros personales, sino en lo que dejamos para los que vienen después”, concluyeron con determinación.
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