Grave deterioro ecológico por uso y abuso de recursos

La trashumancia genera pasivos ambientales y sociales de compleja resolución.

La ganadería en el noroeste patagónico

En la ganadería del noroeste de la Patagonia cuya buena parte recae sobre pequeños productores, muchos de ellos crianceros dueños de unas pocas cabezas de ganado, prevalecen los caprinos, luego los ovinos y en menor proporción los vacunos, con el común denominador de formas extensivas y primitivas de explotación sobre coironales y arbustales naturales, preponderantemente ubicados en la zona centro, norte y noreste de la provincia del Neuquén. Muchas son familias que migran dos veces por año, mediante traslados y explotación trashumante, esto es “invernadas”, en los campos de menor altitud y relativamente reparados, mientras que para las “veranadas”, el ganado se arrea hacia campos más altos en serranías o estribaciones cordilleranas. En esta clase de “economía ganadera de subsistencia” prevalecen los caprinos, pues al ser muy gregarios resulta fácil su cuidado pastoril en grandes extensiones abiertas. En estas “explotaciones”, como causa preponderante de su marginalidad, subyace el problema de la tenencia de la tierra, en su gran mayoría campos fiscales, lo que determina graves situaciones de degradación ambiental y paupérrima condición social: por un lado, al tratarse de “tierras de nadie” (pero usadas por todos), los pobladores-productores, aparte de no contar con los recursos para ello, no tienen posibilidades de introducir mejoras fijas ni incorporar tecnologías, siquiera rudimentarias. Por otra parte, ante la vastedad, aridez y dispersión geográfica, las oficinas burocráticas de tierras y colonización se ven sobrepasadas pues no cuentan con las dotaciones de personal ni de presupuestos (y a menudo tampoco de directivas) para ordenar, “fiscalizar” y mucho menos asistir técnicamente a estas explotaciones trashumantes, alejadas de los centros urbanos. Bajo estas condiciones de explotación ganadera extensiva y trashumante, no es de extrañar que en términos tanto cuantitativos como cualitativos la productividad animal sea muy baja. Salvo precarios corrales de encierre nocturno, estos “establecimientos” no poseen cercos ni potreros subdivididos; casi siempre tampoco alambrados perimetrales. A lo sumo abonan “permisos de pastaje” extensivo y a campo abierto, bajo el cuidado de “pastores”. Gran parte de la energía del forraje consumida por los animales es “gastada” en las caminatas de la trashumancia y del mismo pastoreo a campo abierto, por lo general escaso de aguadas, sobre todo en las invernadas. Por consiguiente, el crecimiento, la ganancia de peso y la productividad en carne, leche, lana o pelo son lentos y reducidos. Los servicios y las pariciones ocurren sin orden ni estacionamiento controlado. La mortandad perinatal de crías es muy alta y con ello se resiente la tasa de reposición de animales jóvenes y vigorosos, de modo que la calidad zootécnica tiende a desmejorar con el tiempo, fenómeno todavía acentuado por la consanguinidad. El control veterinario y los tratamientos preventivos son muy aleatorios por falta de recursos. Es rara la tipificación de lanas, pelos y reses en origen, lo que resiente los precios al momento de comercializar. Pasivos ambientales Algunos autores señalan que la trashumancia no sería del todo inconveniente pues acompaña los ciclos estacionales de crecimiento y rebrote de la vegetación, imitando las adaptaciones ecológicas ancestrales de los animales herbívoros nativos que poblaban los campos antes de la introducción del ganado doméstico desde Europa. Sin embargo, en las mesetas escalonadas de la región que nos ocupa ocurre un proceso antrópico particular, ya que si ejemplificamos con cinco niveles de campo de oeste a este, las veranadas del nivel 5 son ocupadas por quienes vienen de las invernadas del nivel 4; éstas, a su vez, son utilizadas como veranadas por los invernadores que provienen del nivel 3… y así sucesivamente, de modo que, en la realidad de los hechos, los campos están ocupados con hacienda de distintos dueños, pero todo el año. Tanto por sobrepastoreo como por pastaje y pisoteo extensivo y descontrolado, la degradación de la vegetación herbácea, arbustiva (y a veces también arbórea, ya que los chivos trepan fácilmente a los árboles), es manifiesta y continua, lo que con el paso de las décadas configura una gradual pérdida de productividad y receptividad pastoril, por desaparición de las especies de plantas más apetecidas por el ganado. Los espacios libres son crecientemente ocupados por malezas inútiles y en ocasiones por plantas tóxicas, tales como varias especies de “huecú”, “garbancillo” (Astrágalus spp) y otras. De lo contrario, el suelo queda desnudo de cobertura vegetal y por ende sujeto a erosión hídrica y eólica, con escorrentías, cárcavas y zanjones que, en épocas de lluvias, arrastran toneladas de suelo superficial hacia arroyos y ríos de las grandes cuencas hidrográficas. En conclusión Es importante advertir que muchas de estas graves consecuencias del desorden territorial y la pésima explotación de los recursos naturales suelen no ser percibidas a conciencia por los pequeños productores, ya que los hábitos de comportamiento vienen heredados desde largo tiempo atrás. La culpa –si de eso se pretende hablar– probablemente reside en la sordera y la desidia de las autoridades gubernamentales y de los institutos científicos y tecnológicos con competencia en el ámbito rural, que desde siempre, y sobre todo en los últimos tiempos, han optado por acentuar la demagogia y el asistencialismo inconsistente en vez de promover acciones y planes concretos y efectivos de acción, que algunos destacados especialistas y estudiosos argentinos vienen pregonando desde más de siete décadas atrás a esta parte. Digámoslo claramente de una vez: esta mediocre ganadería ni siquiera alcanza el rango de tal. El sobrepastoreo y el uso y abuso indiscriminado de los recursos naturales son las principales causas del deterioro ecológico, la desertificación y la pauperización social de estos territorios del Neuquén, tal y como ha ocurrido en otros ambientes áridos y semiáridos de la Argentina, que dicho sea de paso ocupan dos tercios de la superficie continental de nuestro país. Pasivos sociales Las condiciones de vida de estos pobladores del árido neuquino y sus familias son muy precarias. Niños y adolescentes están compelidos a trashumar junto con sus familias o, en su defecto, concurrir a escuelas-hogar con internado. Sin embargo, prevalece su ocupación como pastores a cargo de la rutinaria labor de cuidado, junta, arreo, encierre y suelta de los animales. Como consecuencia de una compleja matriz de causas y efectos múltiples queda configurado un enorme pasivo social que viene arrastrándose, en una declinante parábola histórica, desde fines del siglo XIX. Opinamos que la causa primigenia está en la falta de un estudio ecológico serio y del consecuente ordenamiento territorial que hubiera permitido orientar el poblamiento y los sistemas más apropiados de explotación del medio natural y sus recursos básicos. Pero la realidad ha sido que tal poblamiento ocurrió “como se pudo”, casi sin relevamientos de agrimensura, con escasísimas mensuras de tierras, con engorrosos y burocráticos trámites de adjudicación y tenencia de la tierra, con “permisos” precarios y transitorios de ocupación y explotación, no sólo sujetos al uso pastoril sino también asociados con la extracción comercial de leña a mansalva, el virtual exterminio de la fauna autóctona y, como “frutilla del postre” en muchas áreas, la exploración y explotación hidrocarburífera que vino a acentuar muchos de los pasivos económicos, ambientales y sociales ya desde las “épocas de oro” de Yacimientos Petrolíferos Fiscales y continúa en la actualidad. Ing. Agr. Carlos Abadie / cabadie@smandes.com.ar


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